Centenario de El Quijote: La resurrección de Don Quijote

Un día, los huesos molidos del tantas veces molido Don Quijote saldrán a resurrección de vida.

03 DE JULIO DE 2015 · 05:05

'La resurrección de Don Quijote de La Mancha. Foto: Universidad de Sevilla (Flickr, CC),Don Quijote de La Mancha
'La resurrección de Don Quijote de La Mancha. Foto: Universidad de Sevilla (Flickr, CC)

Tal como terminan las películas americanas: ‘The End’. Fin de la serie. ¿Por qué el título de centenario? Recordamos lo que hemos venido explicando semana tras semana. El mundo cervantino está conmemorando este año la aparición de la segunda parte de Don Quijote de La Mancha en 1615. Su autor, el más sabio de cuantos escritores registra la historia de la literatura universal, Miguel de Cervantes Saavedra, publicó una primera parte en 1605. Los seguidores de Cervantes,  los amantes de El Quijote, han estado conmemorando a lo largo de este año el magno acontecimiento. También nosotros, aquí, en Protestante Digital. El día 1 de marzo iniciamos la publicación de una serie de artículos comentando algunas de las aventuras que sucedieron a Don Quijote y Sancho en su tercera salida.

La semana pasada dejamos a Don Quijote, ya Alonso Quijano, muerto. El Bachiller Sansón Carrasco compuso un mediocre epitafio para ser colocado en su tumba. Comenta Clemencín que el epitafio carece de chiste si es de burlas y no es bastante claro si es de veras. Este académico murciano, cuyo trabajo más meritorio fue la edición comentada del Quijote, escrita entre 1833 y 1839, a quien he citado en varias ocasiones, se muestra particularmente duro con Sansón Carrasco. Dice que “la dicción es rastrera, los versos desmayados, y en cuanto a los conceptos, el de la primera quintilla peca por alambicado y falso, el de la segunda por oscuro”. Añade que “es desagradable ver deslucido el final de esta admirable fábula con un insulso epigrama”.

Puede que lleve razón Clemencín. No sólo en lo que dice sobre la construcción de los versos, sino en el epitafio en sí. Antiguamente el epitafio era un privilegio reservado a gente noble; para obtenerlo había que pagar a los mayordomos de la Iglesia católica. “Amigos, no recarguéis mi tumba con malos versos”,  fue el encargo que hizo a sus amigos en el siglo XVI el poeta francés Jean Passerat.  Gómez de la Serna, siempre destilando ironía, pensó que el epitafio es la última tarjeta de visita que se hace el hombre.

Sansón Carrasco quiso hacer justicia a la memoria de Don Quijote, pero quedó corto. Logró, eso sí, poner un punto en la inmortalidad del héroe: “La muerte no triunfó de su vida con la muerte”. Tantas veces caído, Don Quijote se levanta en la inmortalidad. Por lo demás nada necesitaba el caballero hidalgo. Su “yo sequien soy” daba fe de su sentido existencial. La voz que clamó en su sangre e iluminó su sendero no quedó apagada en la sepultura. Si él sabía quién era y quién podía llegar a ser, poco le habría de importar lo que otros escribieran en su tumba.

La historia de Don Quijote empieza con las armas y termina con la pluma. En sus por muchos conceptos famoso discurso sobre las armas y las letras, que figura en el capítulo XXXVIII de la primera parte, Don Quijote afirma que sin las letras no se pueden sustentar las armas, “porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados”. Después de escribir dos tomos que tienen algo de guerreros, Cide Hamete decide colgar la pluma que ha construido la vida de Don Quijote. Que nadie, absolutamente nadie, vuelva a retomar la historia del ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha:

“El prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: Aquí quedarás colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni se  si bien cortada o mal tajada peñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero antes que a ti lleguen, les puedes advertir y decirles en el mejor modo que pudieres”:

¡Tate, tate, folloncicos!

De ninguno sea tocada,

Porque esta empresa, buen rey,

Para mi estaba guardada.

Así es como la pluma que ha escrito tan larga historia y la transformación de una locura en cordura, queda finalmente colgada en la pared, en la “espetera” de donde pendían los utensilios de cocina. ¿Cómo? ¿En la pared de una cocina la pluma de ave que ha escrito esta Biblia de la Humanidad que es el Quijote, el monumento literario más piadoso que vieron los siglos? No en la pared de una cocina, no, prendida en el alma deberíamos llevar todos, cada uno de nosotros, la pluma que narró las sublimes aventuras que tanto nos hicieron reír y nos hicieron llorar.

Quiero acabar este artículo sobre la muerte de Don Quijote con una reflexión en torno a lo que Hamete Benengeli dice de sus huesos: “Que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de Don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa”. Flota aquí el espíritu de Don Quijote. Su cuerpo, única cosa que de él pudo morir, es enterrado en lugar anónimo. Pero todo lo grande es eterno. Tan grandes hechos como los protagonizados por Don Quijote en vida no desaparecieron para siempre en la fosa. Aún vivimos en ellos. Aún morimos con ellos. Y pasarán a la vida más alta del espíritu.

Un día, los huesos molidos del tantas veces molido Don Quijote saldrán a resurrección de vida. Al sonido de la gran trompeta, en el día final, sus huesos resucitarán incorruptos, porque pertenecieron al cuerpo de un hombre bueno y creyente. Será el más fantástico espectáculo desde la creación del mundo. Habrá un ruido que nadie podrá callar, un temblor universal; los huesos se juntarán cada hueso con su hueso. Brotarán  los tendones sobre ellos, surgirá la carne, la piel los cubrirá y el cuerpo inmaculado de Don Quijote desafiará todas las leyes, vencerá a la muerte y al sepulcro, montará sobre Rocinante, se ajustará la armadura, blandirá la espada y el mundo etéreo que surja conocerá las nuevas hazañas del de la Alegre Figura por los caminos infinitos de las nubes. Resucitará Don Quijote.

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