El cianuro

"Me he dicho 'voy a pedir hora a mi médico'. Pero claro, yo no me había planteado que tenía que venir con algún mal. Creo que mi mal es venir aquí, por decirlo de algún modo".

05 DE JUNIO DE 2015 · 11:20

'El cianuro', un cuento de Antonio Cárdenas. Foto: Alves e companhia, Lisboa (Flickr, CC),Cianuro
'El cianuro', un cuento de Antonio Cárdenas. Foto: Alves e companhia, Lisboa (Flickr, CC)

Jamás había ido al médico. Toda su vida estuvo sano, muy sano. Ningún calmante, ningún antiinflamatorio, ni analgésicos, ni antibióticos… nada de nada. Sabía que los médicos estaban ahí, pero para la demás gente. Hasta que un día…

— ¿Qué mal le aqueja?

—No sé.

— ¿Alguna dolencia que le de pudor expresar? Siéntase confiado, la medicina no arregla todos los males, pero quizá el suyo no es de los más graves. ¿Dónde le duele?

—Ya le digo, en ningún sitio.

A veces las dolencias de orden emocional son difíciles de explicar por quienes las padecen. Quizá se sienta mal por algo. ¿Algún acontecimiento reciente que, aunque no lo relacione directamente, pueda ser el desencadenante de su mal?

—No, nada ha cambiado en mi vida.

—Entonces solo se me ocurre preguntarle ¿a qué ha venido a la consulta?

—Pues ya le digo, no lo sé. Un día sabes que existe un AquaPark y te dices “voy para allá”, un día ves en el mapa Turquía y te dices “iré allí de vacaciones”. Hoy se me ha representado el fenómeno de la sanidad como algo muy evidente y me he dicho “voy a pedir hora a mi médico”. Pero claro, yo no me había planteado que tenía que venir con algún mal. Creo que mi mal es venir aquí, por decirlo de algún modo.

—Ahora ya le entiendo. No piense que es tan raro lo que le ocurre. Mucha gente viene aquí en esas condiciones, pero usted me ha facilitado el diagnóstico. Muchos dicen “me duele el corazón”, “me duele el hígado”, “me duele el riñón”, y después de agotadores pruebas se va descartando que tenga algún órgano afectado. Mire, le recetaré unas pastillas que le irán muy bien. Pero espere un tiempo, no se las tome todavía hasta que le vuelvan a entrar deseos de visitarme de nuevo.

Pasaron las semanas y nuestro personaje no necesitó tomarse las pastillas. A los seis meses, encontrándose tan bien, tuvo deseos de comunicárselo a su médico, sin haber recurrido a las pastillas.

—Tengo que entender que su estado se ha agravado al acordarse de mí. Le cambiaré el tratamiento, recetándole unas pastillas más potentes. Pero recuerde, solo se las ha de tomar si su estado empeora. Le advierto que tienen algún efecto secundario indeseable.

Volvió a vivir en absoluta normalidad. Pasado el tiempo sin medicarse se repitió la escena anterior, le entró deseos de visitar al médico. Éste lo interpretó como un agravamiento de su salud y el nuevo medicamento, que no se debía tomar, era tan potente que quizá dañase algunos órganos de su cuerpo.

Pasaron así muchos años, nuestro hombre llegó a la vejez sin administrarse remedio alguno, pero siempre con el potecito milagroso sobre la mesita de noche.

Hasta que una noche empezó a tener fuertes dolores de corazón. Sabía que no debía llamar al médico porque tenía el remedio sobre la mesita, era el momento de ingerir la medicina.

Aquella noche se acordó de su médico con agrado, e incluso le envió un correo agradeciéndole sus años de buen servicio. Por un motivo u otro aquella noche habló por teléfono con sus hijas y nietos antes de irse a la cama.

Completamente confiado tragó la pastilla con un poco de agua diciéndose “mañana estaré mejor”. Al momento se durmió para no volver a despertar.

Al día siguiente se publicó en los periódicos: ANCIANO, VECINO DE LA LOCALIDAD, FALLECE ENVENENADO EN SU DOMICILIO.                                                                

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