Centenario de El Quijote: Regreso a la aldea

Caballero y escudero llegan a su aldea después de un viaje cargado de peripecias y aventureros encuentros.

28 DE MAYO DE 2015 · 20:10

Don Quijote y Sancho regresan a su aldea en un episodio cargado de la emoción del reencuentro. Foto: Manuel (Flickr, CC),Molinos
Don Quijote y Sancho regresan a su aldea en un episodio cargado de la emoción del reencuentro. Foto: Manuel (Flickr, CC)

            Pocos autores de novelas, si ha habido alguno, han concluido sus libros diez años después de comenzar a escribirlos. Cervantes lo hizo. La primera parte de Don Quijote de La Mancha la dio al público en 1605. Terminó la novela en 1615, redactando una segunda parte. De esto han pasado 400 años. El hecho se está conmemorando en España y en todos los demás países donde es conocida la obra cervantina.

            Aquellas personas que están siguiendo los artículos que viene publicando Protestante Digital este año en su sección literaria ‘El Punto en la Palabra’, recordarán que una vez derrotado en playas de Barcelona, Don Quijote emprende camino de regreso al lugar de la Mancha, acompañado por su fiel Sancho Panza.

            A estas alturas de la ficción no sabemos si Don Quijote buscaba aventuras o las aventuras le buscaban a él. Porque en el largo caminar desde Barcelona a las tierras de El Toboso los incidentes le persiguen. El labrador gordo que desafía al labrador flaco y piden a Don Quijote que intervenga. El reencuentro con Tosilos, el lacayo del duque que aparece en el capítulo LIV de esta segunda parte. Una piara de cerdos que derribó a tierra a caballero y escudero. El nuevo encuentro con los duques, quienes hallan la ocasión de someter a nuevas burlas a Don Quijote y a Sancho.

            Miguel Santos Oliver tiene palabras duras contra los duques. Dice de ellos que “eran la viva representación de aquella sociedad enervada, viciosa, envilecida; pertenecían a esa clase abyecta que disfruta excitando el temperamento nervioso del pobre orate”. El encuentro de un mesón del camino con Álvaro Tarfe, nombre que aparece varias veces citado en El Quijote de Avellanada. La discusión entre ellos les lleva a solicitar la intervención del alcalde del pueblo, quien dictamina a favor de Don Quijote.

                Zanjado el pleito con Álvaro Tarfe, caballero y escudero recorren el último tramo del camino que les separa del destino final. Sancho Panza concluye los azotes, “de que quedó Don Quijote contento”. A medida que cabalgaba, el caballero miraba a todas las mujeres que encontraba al paso, por ver si en alguna reconocía a Dulcinea del Toboso. A la entrada de la aldea encuentran a dos niños que reñían. Uno dice al otro: “No te canses, Periquillo, que no la has de ver en todos los días de tu vida”. Se refería el niño a una jaula de grillos que el otro le había prestado y que no pensaba devolver. Pero los enamorados, escribió Menéndez y Pelayo –no tienen más razón de ser que el amor mismo. El amor es una deidad a la vez halagüeña y terrible. Don Quijote acomoda la sentencia del niño a sus propios suspiros amorosos y dice a Sancho: “¿No ves tú que aplicando aquella palabra a mi intención quiere significar que no tengo de ver más a mi Dulcinea?”. ¿La había visto alguna vez en la realidad o sólo en su imaginación? ¡Qué más da! El amor está hecho de la tela de nuestros sueños.

Llegando al pueblo ven al cura y al bachiller Carrasco rezando en un pradecillo. “Apéase Don Quijote y abrazólos estrechamente”. El ama y la sobrina, avisadas, esperaban a la puerta de la casa de Don Quijote. También estaban Teresa Panza y Sanchica, la hija. Sin más dilación, Don Quijote se reúne a solas con el cura y el bachiller. Les cuenta la historia de su vencimiento, que Carrasco conocía bien, por haberla protagonizado, y les declara su intención de abandonar la andante caballería, “hacerse aquél año pastor, y entretenerse en la soledad de los campos, donde a rienda suelta podía dar vado a sus amorosos pensamientos”. El socarrón de Sansón Carrasco apoya las intenciones de Don Quijote y le sugiere nombres de posibles pastores y pastoras.

Cansado de tantas pláticas, Don Quijote pide al ama y a la sobrina: “Llevadme al lecho, que me parece que no estoy muy bueno…". Y las buenas hijas- que lo eran, sin duda, ama y sobrina- le llevaron a la cama, donde le dieron de comer y regalaron lo posible” (Segunda parte, capítulo LXXIII). El fantasma de la muerte rondaba amenazador por todos los rincones de la estancia.

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