La palabra suficiente (Vivencias y lecturas)

La Biblia es un relato de gracia y de perdón, que retrata las miserias del ser humano para ofrecerle salvación.

21 DE MAYO DE 2015 · 17:44

Stuart Park, durante su intervención. / Héctor Rivas,
Stuart Park, durante su intervención. / Héctor Rivas

La palabra suficiente se divide en dos partes: en la primera, ‘Vivencias’, retrato las experiencias que han marcado mi manera de entender la Escritura, y en la segunda, ‘Lecturas’, vuelvo a visitar algunas de las páginas a las que han dado lugar.

El recuerdo más temprano que conservo de mi incipiente experiencia espiritual es la necesidad que sentía de abrir mi corazón a Jesús. Conocía bien el texto que dice: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:20), así que cuando apenas contaba cinco años de edad musitaba cada noche, antes de dormir, con la cara hundida en la almohada, una breve oración pidiendo al Señor que, por favor, entrase en mi corazón. 

Tras esta plegaria, hecha con los ojos cerrados y los puños bien apretados, quedaba tranquilo y no tardando mucho sucumbía al sueño. Pero a la noche siguiente me entraba la duda de si mi oración había sido lo bastante ferviente, o hecha con suficiente fe, de modo que la repetía noche tras noche, por si acaso, y así lo hice durante mucho tiempo. Creo que el Señor entendió aquella natural ansiedad, una condición que me ha acompañado, en alguna medida, a lo largo de mi vida.

Mis padres vivieron una relación tensa, a veces, por motivos que también describo en el libro, y estos y otros factores influyeron poderosamente en mi psicología espiritual. Fui criado en el seno de una iglesia pentecostal, y la cacofonía de las lenguas en el culto dominical me llenaba de zozobra. Tampoco me libré de la preocupación causada por el calvinismo de un compañero de clase, de unos once años de edad, que me dijo un día en el recreo: «A mí no me preocupa la salvación. No depende de mí. Si he sido elegido, seré salvo. Pero si no he sido elegido, no podré ser salvo aunque quiera». Su argumentó me impresionó, aunque ahora he resuelto esa compleja ecuación, y explico mis conclusiones al respecto en el libro.

En 1964 obtuve plaza en el Downing College de Cambridge para estudiar Filología Románica, donde escuché a magníficos expositores como Derek Kidner, John Stott o James Packer, que ayudaron a fortalecer mi fe. Me entregué a las actividades de la Christian Union, el movimiento evangélico estudiantil, y dediqué mis veranos a las campañas de Operación Movilización en Andalucía y Galicia. Una vez terminada la carrera, me incorporé a O.M. a tiempo completo con la meta de iniciar una obra estudiantil en la Universidad Complutense de Madrid.

En 1968 conocí a mi esposa Verna, oriunda de Nueva York, durante las actividades evangelísticas de verano en Sevilla, y nos casamos en 1970. La incesante y febril actividad, sin descanso ni vacaciones durante siete años seguidos, finalmente quebró mi saludo, y caí en una profunda depresión, cuyos pormenores, muy íntimos, por cierto, relato en el libro. En 1971 nos trasladamos a vivir a Nueva York, luego a Philadelphia, donde preparé una tesis doctoral sobre la novela inédita de la autora vallisoletana Beatriz Bernal, Don Cristalián de España (1545).

En la Temple University de aquella ciudad entré en contacto con la obra del crítico canadiense Northrop Frye, cuyo acercamiento a la estructura literaria de la Biblia desde el campo secular coincidió con el concepto de la unidad de la Escritura que había aprendido de quien fue mi maestro en los años formativos, el Dr. David Gooding, catedrático de Septuaginta en el Queen’s University de Belfast, cuya hermenéutica cristológica me marcó de manera indeleble.

En 1976 volvimos a España, fijando nuestra residencia en Valladolid, desde donde he colaborado en la exposición bíblica en la iglesia, y durante muchos años, en las actividades de los G.B.U. a lo largo y ancho del país.

La palabra suficiente ofrece pinceladas, y no pretende ser una autobiografía al uso, que tendría escaso interés fuera del círculo más íntimo. He recordado tan solo los hechos que han contribuido a la que se podría llamar mi experiencia religiosa, la forja en la que se han fraguado las herramientas necesarias para llevar a cabo, en lo posible, una lectura objetiva de la Biblia. He relatado historias que muestran la debilidad humana más que su fortaleza, las angustias experimentadas más que cualquier logro obtenido, ya que en las crisis profundas, antes que en los triunfos, se aprenden las grandes lecciones de la vida.

Me permito citar, para terminar, las palabras que introducen la segunda parte del libro:

«Las vivencias relatadas hasta aquí han condicionado, sin lugar a dudas, mi búsqueda de una hermenéutica que permita interpretar de manera fiable los complejos relatos que conforman gran parte de la literatura bíblica. Por un lado, me ha movido la necesidad de contemplar la vida de los hombres y mujeres que pueblan las páginas de la Escritura con comprensión y cariño, sin emplear un criterio excesivamente crítico o moralizante, ya que yo mismo me he sentido deudor en sumo grado de la misericordia de Dios, y no soy quién para juzgar ni los excesos de ellos, ni sus defectos o debilidades.

Por otro lado, he querido leer las historias bíblicas en el contexto total de la Escritura, con realismo y, en la medida de lo posible, alejado de personalismos y subjetividad. Se plantea, por tanto, un reto doble. ¿Cómo entender aquellas historias no solo con objetividad, sino también con respeto y compasión? Por ello, he procurado leerlas desde la perspectiva de Cristo, con la mira puesta en cómo las habría leído Él; y no solo desde Cristo, sino hacia Cristo, para encontrar en ellas la carga profética y tipológica que constituye su principal razón de ser.

Llama la atención un hecho sorprendente: el trato dispensado a muchos personajes bíblicos por no pocos comentaristas, a menudo expresado en un tono condenatorio y despectivo, contrasta marcadamente con la valoración que los propios autores bíblicos hacen de ellos y, sobre todo, con la manera en que los ha enjuiciado el Señor. El caso paradigmático lo encontramos en la historia de David, un hombre «conforme al corazón de Dios» (1 Samuel 13:14; Hechos 13:22), tan denostado por la opinión pública como admirado por Jesús.

Otros muchos personajes emblemáticos han recibido un duro trato por parte de la crítica: Abraham y Sara, Judá y Tamar, Rahab, Salomón, Jonás, incluso mujeres maravillosas como Rut y Ester. ¿Cómo se explica una postura tan negativa hacia los grandes héroes y heroínas de la fe? Tal vez se debe a la necesidad –comprensible, por otra parte− que sienten algunos de distanciarse de la conducta imperfecta de ellos por temor a parecer tolerantes hacia sus errores. La Biblia misma, sin embargo, moraliza menos de lo que se suele pensar y, a fin de cuentas, ¿quién de nosotros da la talla en lo moral y espiritual?»

En referencia a mi obra publicada, me ha movido el deseo de comunicarme con el lector católico, e incluso secular, y no solo con el evangélico. Escribo sin ánimo sectario, dogmático o fundamentalista, procurando seguir el magisterio de Cristo con los discípulos de Emaús, cuando «abrió las Escrituras», y les «abrió el entendimiento» para que comprendiesen lo que de Él decían.

El mundo evangélico corre el peligro de esclavizarse con legalismos que encierran la mente, atrapan la conciencia, y cercenan la imaginación. La Biblia es un relato de gracia y de perdón, que retrata las miserias del ser humano para ofrecerle salvación. Abre horizontes, y por medio de la ‘palabra suficiente’ nos invita a conocer la mente de Cristo, y participar de su visión.

 

(*) Intervención de Stuart Park durante la clausura del VII Encuentro Anual de la Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos (ADECE). Durante la misma se presentó su último libro, “La palabra suficiente” (Ediciones Camino Viejo, 2015. 301 págs., con Prólogo del Premio Cervantes José Jiménez Lozano). Aquí se reproducen, de forma exclusiva para los lectores de Protestante Digital, los apuntes en los que basó su emotiva presentación.

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