Vida en el Espíritu, de Martyn Lloyd Jones

"¿Estamos llenos del Espíritu? ¿Tenemos este entendimiento claro? ¿Conocemos algo de este gozo?". Un fragmento de Vida en el Espíritu, de Martyn Lloyd Jones.

23 DE ABRIL DE 2015 · 21:55

Martyn Lloyd Jones.,Martyn Lloyd Jones.
Martyn Lloyd Jones.

Un fragmento del libro "Vida en el Espíritu" (Editorial Peregrino), de Martyn Lloyd Jones. Puede más sobre el libro aquí. 

 

¿Qué significa, pues, de forma detallada y en la práctica,esta exhortación: “Sed llenos del Espíritu”? Por suerte, el Apóstol nos guía a una comprensión de su propia exhortación por medio de un ejemplo: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. Si queremos saber lo que significa ser llenos del Espíritu, utilicemos su propia analogía. Hemos de observar que esta no es la única ocasión en que se utiliza esta analogía acerca del Espíritu. En el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los creyentes, el pueblo de Jerusalén los observó y dijo: “Están llenos de mosto” (Hechos 2:13). Los discípulos se comportaban de forma extraña e inusual y quienes los rodeaban llegaron a la conclusión de que estaban ebrios. Pero Pedro desechó esta explicación de inmediato. “Éstos no están ebrios, como vosotros suponéis”, y a continuación pasó a explicar lo que había sucedido.

            Creo que en Lucas 1:15 se insinúa algo semejante en la ocasión en que el ángel habló a Zacarías acerca de Juan el Bautista. En todo caso hay un contraste implícito entre el vino y la sidra por un lado, y el Espíritu Santo por el otro, cuando se le dice a Zacarías que el hijo que nazca no tomará vino ni sidra, sino que será lleno del Espíritu Santo. De esa manera, obviamente, nos ofrece una comparación que nos sirve de ayuda

            ¿Qué, pues, nos sugiere esto? Bien, embriagarse con vino implica que estamos bajo su influencia o su control. Embriagarse con vino significa que nuestras facultades, nuestra mente, nuestros sentimientos, nuestras voluntades y nuestros actos se encuentran bajo una influencia ajena por entero a nosotros. Lo que uno ha bebido, por así decirlo, ahora le controla; al menos esa es la forma en que solemos pensar en ello. Ese es el ejemplo que utiliza la Escritura misma a fin de ayudarnos a entender lo que significa ser llenos del Espíritu Santo.

            Pero permítaseme ofrecer otras analogías que sugieren lo mismo. Por ejemplo, a menudo hablamos de estar “llenos de vida”. O decimos de ciertas personas que en un momento dado están llenas de algo. Quizá alguien se propone veranear en algún país extranjero, y decimos que esa idea le llena la cabeza. Con esto queremos decir obviamente que le domina; cada vez que nos encontramos con él nos habla de ello, le ocupa por completo. O, de la misma forma, hablamos de estar llenos de ideas, llenos de expectativas o hasta llenos de alguien; la idea es que nos domina el interés por esta persona, o lo que sea; nos llena por completo, es lo que nos absorbe y nos domina.

            Ahora bien, las palabras que utiliza aquí el Apóstol transmiten realmente todo eso. La definición exacta de esas palabras sería algo parecido a esto: Todo lo que se apodera completamente de la mente se califica como algo que “llena la mente”; o, por expresarlo de otra forma, ser llenos de algo significa que se apodera de nosotros. Esa es la relación que el Apóstol nos dice que debemos tener con el Espíritu Santo. Ser llenos del Espíritu Santo significa ser dominados por Él en ese sentido: estamos llenos de Él, y Él domina nuestros pensamientos y nuestras mentes, nuestras emociones, nuestros sentimientos, nuestros deseos, nuestras palabras, nuestros actos, todo; es una implicación forzosa.

            Si leemos las Escrituras y los ejemplos y las imágenes que utiliza con respecto a esto mismo, veremos que eso es exactamente lo que implica. Por ejemplo, se nos dice de Nuestro Señor mismo tras su bautismo, y después de que el Espíritu Santo hubiera descendido sobre Él, que “lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo” (Lucas 4:1-2). Volvió del Jordán lleno del Espíritu, controlado y dominado por el Espíritu para la obra que tenía por delante. Por supuesto, existen muchos otros ejemplos de esto. Pensemos, por ejemplo, en lo que se nos dice de Esteban: leemos que estaba lleno de fe y del Espíritu Santo. Lo mismo se nos dice de Bernabé, que era un hombre bueno y que estaba lleno del Espíritu Santo y de fe. También tenemos los casos de Pedro y de Pablo, de los que se nos dice que, “llenos del Espíritu Santo”, hicieron ciertas cosas.

            Hemos de concebir toda esta idea de esa forma, y quizá sea oportuno expresarlo de forma negativa en este punto. Demasiado a menudo, a mi modo de ver, tendemos a pensar en ser llenos del Espíritu en términos mecánicos. La idea que parecemos visualizar es la de un vaso vacío y de algo que se derrama sobre él. Creo que si nos examinamos a nosotros mismos y nuestros pensamientos, veremos que tendemos a pensar instintivamente que el Espíritu nos llena de esa forma. Consideramos el Espíritu una especie de poder que se derrama sobre nosotros; somos una especie de vaso vacío, y cuando nos quedamos vacíos, este Espíritu, este poder, esta influencia se derrama sobre nosotros hasta llenarnos. Pero eso es claramente erróneo, porque el Espíritu Santo no es una influencia, ni un poder. No debemos concebirlo en términos de electricidad o de vapor, porque el Espíritu Santo es una persona; se le describe por todas las Escrituras de forma personal. Cuando pensamos, pues, en ser llenos del Espíritu Santo, a lo que de verdad nos referimos es a que la bendita persona del Espíritu Santo nos controla, nos domina y nos influye. Por eso en la analogía que he utilizado he hablado de estar llenos de una determinada persona. Lo vemos en la psicología cotidiana. Cuando a alguien le interesa alguna persona en especial, está completamente lleno de ella. No significa que esa persona sea derramada sobre él, sino que esa persona controla sus pensamientos, sus deseos y sus actos, que domina toda su vida y especialmente sus pensamientos. De esta forma, se encuentra bajo su influencia y esta persona le domina. Creo que te servirá de gran ayuda tener esa idea clara, dado que la mayoría de los errores y los excesos en que se ha incurrido con respecto a esta doctrina de ser llenos del Espíritu Santo responden de forma casi invariable al hecho de concebir al Espíritu como alguna fuerza o poder que se infunde o se inyecta en nosotros, en lugar de concebirlo en términos de esta relación con la persona que nos ha sido entregada y que mora en nosotros. Esto irá quedando más claro a medida que avancemos.

            Permítaseme ofrecer, pues, una segunda proposición. ¿Cuál es el resultado de ser llenos del Espíritu de esta manera? Porque, al considerarlo, veremos que esto nos aclara las ideas. ¿Cómo, pues, sabemos si somos verdaderamente llenos del Espíritu o no? Una vez más, no podemos hacer nada mejor que seguir los ejemplos que nos proporciona el texto: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. Aquí nos encontramos claramente frente a un símil y un contraste, y hemos de prestar mucha atención a ambos. Como hemos visto, existe algo comparable entre la influencia del vino y la sidra sobre una persona y el efecto de ser lleno del Espíritu. Jamás se habría utilizado semejante analogía, nunca le habría pasado por la cabeza a la multitud del día de Pentecostés, de no ser así. Existen ciertos aspectos en los que el paralelismo es bastante llamativo.

            Eso nos lleva, pues, a la pregunta: ¿Cuál es el efecto del vino o la sidra sobre una persona? Aquí, por otro lado, debo decir algo por mor de la precisión y la precaución. Cuando las Escrituras utilizan una analogía y una imagen como esta, obviamente no hablan en un sentido científico. Insisto en ello porque a menos que me cure en salud en este punto, alguien podría decir que mi idea del efecto del alcohol en el cuerpo no es científica.

            Pero, tras decir eso a modo de preámbulo, la primera observación que haría es que el efecto que tiene el alcohol en una persona es estimularla. Ahora bien, soy plenamente consciente del hecho de que en un sentido farmacológico eso no se ajusta a la realidad. En términos farmacológicos, el alcohol no es un estimulante sino un depresor; eso es completamente incuestionable. Pero si observamos a alguien que ingiere alcohol, da la impresión de que le estimula, y las personas lo consumen excesivamente porque lo consideran un estimulante; por extraño que parezca, da la impresión de que estimula a las personas. Los efectos inmediatos del alcohol son, en segundo lugar, una mejora de todas las facultades; en tercer lugar, la alegría; en cuarto lugar, la sociabilidad. Podrás ver que en nuestra interpretación de las Escrituras nos exponemos a malentendidos por parte de nuestras pequeñas mentes pedantes; parece como si estuviera defendiendo el alcohol por causa de sus efectos11. En realidad simplemente estoy señalando que el alcohol, nos guste o no, sí produce esos efectos y por eso las personas lo consumen. Las personas nerviosas lo consumen, y son bastante necias al hacerlo, pero sí les ayuda de forma transitoria: parece mejorar sus facultades.

            No solo eso, las personas beben porque desean estar contentas. La vida, con todos sus afanes y sus problemas, les parece muy difícil y deprimente, de modo que ingieren alcohol y este hace que se sientan contentas. Eso es incuestionable; durante cierto tiempo sí se sienten contentas, pero no comprenden el terrible riesgo que corren de deprimirse más aún. Lo ingieren porque fomenta una sensación inmediata de alegría y de sociabilidad; hoy día una de las cosas más patéticas de la vida es que los hombres y las mujeres son tan desdichados y egocéntricos que la gran mayoría de ellos se siente incapaz de ser sociables con los demás sin la ayuda de la bebida. ¡Tienen que beber y drogarse para relacionarse con los demás! La bebida

—dicen— los hace sociables; sin ella no lo son, y de esa manera atestiguan que uno de los efectos del alcohol consiste en proporcionar este sentimiento de comunión.

            Esos son, pues, los efectos generales del vino o del alcohol, y la Escritura lo afirma en muchas ocasiones. El Salmista habla del vino y dice que “alegra el corazón del hombre” (Salmo 104:15). Ahora, pues, hemos de tomar todo esto y aplicarlo en términos de la obra del Espíritu Santo sobre nosotros, cuando nos domina. Es claro que no podemos leer el libro de Hechos o las epístolas del Nuevo Testamento sin advertir que a primera vista la analogía es bastante cercana. Estos son algunos de los efectos sobre los discípulos y los Apóstoles al ser llenos del Espíritu. En primer lugar y antes que nada, tenían una comprensión más clara de la Verdad. Obsérvalo en los Evangelios. Ahí está el más grande maestro que el mundo haya conocido. Les habla la Palabra, pero les resulta un tropiezo, no la entienden. No saben lo que es todo eso. Pero entonces son llenos del Espíritu y entienden las Escrituras. Escuchemos a Pedro predicar el día de Pentecostés; expuso las Escrituras y las comprendía claramente. Fue el Espíritu Santo quien lo capacitó para que así lo hiciera. Sus facultades fueron mejoradas, y vio las cosas claramente; eso es lo que el Espíritu Santo hace siempre. Y luego los discípulos disfrutaron grandemente de las Escrituras, y además es patente que tuvieron la capacidad para explicar y predicar la Palabra de Dios y difundirla. Todo esto se produjo por causa del Espíritu Santo, y a consecuencia de ese único sermón que Pedro predicó el día de Pentecostés se convirtieron 3000 almas. No fue Pedro, sino el Espíritu Santo. La Palabra alcanzó las conciencias de los oyentes, los perturbó y fueron convertidos. Clamaron: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37); ese es el poder que el Espíritu Santo proporciona a un hombre cuando lo llena. Lo sitúa por encima de sí mismo, no se puede explicar en términos propios.

            Pero habrás advertido también el valor que les proporcionó. El alcohol también parece producir ese efecto, y por eso es tan pernicioso conducir bajo sus efectos. Parece sentirse uno atrevido y valiente. Esto, nuevamente, es completamente erróneo en términos farmacológicos, pero lo estamos considerando de forma general, y es comprensible, puesto que una persona bajo los efectos del alcohol deja de estar nerviosa. Y vemos el paralelismo en el Nuevo Testamento. En Hechos vemos a Pedro, que pocos días antes había negado a su Señor en tres ocasiones por miedo, frente a una inmensa multitud en Jerusalén, y hasta cuando se enfrenta al Sanedrín dice valerosamente: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:19-20). Su testimonio era valeroso, y estaba dispuesto a sufrir cualquier cosa por su bendito Señor. Ciertamente, todos los discípulos tuvieron una valentía que hasta entonces les era desconocida, con el deseo de dar testimonio y haciéndolo. Y luego está el extraordinario gozo que apareció en sus vidas, un gozo incontenible. ¿Ves la estrecha relación con la analogía? Estos hombres fueron hechos inmunes a las circunstancias; no les afectaban las palabras y los actos de los demás. Tenemos el glorioso ejemplo de Pablo y Silas en la cárcel de Filipos, orando y alabando a Dios, aun a pesar de que sus pies estuvieran sujetos con grilletes y sus espaldas testimoniaran los azotes y los golpes de sus carceleros. Más adelante Pablo escribió a los conversos filipenses: “Regocijaos en el Señor siempre” (Filipenses 4:4). Y lo hicieron, hasta cuando fueron arrojados a los leones en el circo; dieron gracias a Dios por ser tenidos por dignos de padecer afrenta por causa de su nombre. Fue un gozo irrefrenable, que nada podía sofocar, y fue la consecuencia de ser llenos del Espíritu.

            Luego estaba el fruto del Espíritu en sus vidas: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, etc.; al observar a estos hombres y estas mujeres podemos ver que sus vidas se caracterizaban por estas cosas. Porque cuando las personas son llenas del Espíritu, muestran estas cosas, son incapaces de evitarlo. El Espíritu que las domina es el Espíritu de amor; se vuelven semejantes a Cristo mismo, que era lleno del Espíritu.

            Y otra gran característica era aquel maravilloso sentimiento de gratitud hacia el Señor, de amor hacia el Señor. Tras ser alumbrados por el Espíritu, amaron al Señor y le estuvieron agradecidos. No podían hacer lo suficiente por Él. Lo primero que Pablo dijo al Señor cuando lo vio en el camino a Damasco fue: “Señor ¿qué quieres que yo haga?”, porque tenía este sentimiento de gratitud.

            Y lo último que indicaría es su sentimiento de comunión, de amor y de pertenencia mutuos. No había formalismos entre ellos; no eran ceremoniosos, ni mantenían las distancias para evitar exponerse. Había libertad y se mezclaban entre ellos, cantaban juntos, oraban juntos y disfrutaban de la comunión y de la compañía recíprocas. No había distinción de clases o de rangos, ni de riqueza o de pobreza; en todas estas cosas todos eran uno. Esta asombrosa unidad se produjo porque alcanzaron a ver que todos ellos eran pecadores; habían fracasado igualmente a los ojos de Dios, y todas las demás distinciones carecían de importancia. Todos estaban llenos del mismo Espíritu; ya no había judíos ni gentiles puesto que ahora todos eran uno en Cristo, y accedían al Padre por medio de un mismo Espíritu.

            Esos son, pues, algunos de los resultados de ser llenos del Espíritu, y vemos lo similares que son a los efectos del alcohol y lo ajustada que es la analogía. Pero permítaseme apresurarme a indicar el contraste entre ambos: el alcohol conduce en última instancia a la disolución, que también se puede traducir como desenfreno o descontrol, así como a la ruina moral. El mandato de Pablo es: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución [el desorden y la confusión]; antes bien sed llenos del Espíritu”. “Al principio —viene a decir el Apóstol— parecen iguales, y, sin embargo, ¡qué diferentes son!”. Cuando se trata de la obra del Espíritu Santo, todas esas cosas que acabo de enumerar están completamente bajo control.

            La Escritura lo muestra en frecuentes ocasiones. ¿Habías advertido que Pablo ejemplifica de inmediato a lo que se refiere con esta distinción? “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu […]”. Luego, en la misma frase: “Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Esa es la alegría que produce el Espíritu. Es una alegría santa que se expresa de esa manera. Pero luego en el versículo 21 prosigue y lo expresa así: “Someteos unos a otros en el temor de Dios”, no hay un descontrol. El vino produce descontrol, y el concepto que algunas personas tienen de ser llenos del Espíritu obviamente da a entender lo mismo, pero aquí hay control: Someteos unos a otros en el temor del Señor. Somos conscientes de que estamos en presencia de Dios. Ciertamente, estamos llenos de gozo, llenos del Espíritu, pero lo hacemos todo en el temor del Señor. Nuestro gozo es inmenso, y algunas personas lo consideran desenfreno y confusión. ¡De ninguna manera! Seguimos en la presencia de Dios, a quien siempre hemos de acercarnos con reverencia y temor piadoso.

            Permítaseme ofrecer otros ejemplos y demostraciones de esta verdad. El pasaje clásico acerca de esta cuestión es 1 Corintios 14. Ahí es donde Pablo nos muestra claramente que ser llenos del Espíritu implica control. Pensemos, por ejemplo, en el versículo 14, donde hace referencia a hablar en lenguas: “Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto”. Y luego en el versículo 15 dice: “¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento”. Y en los versículos 18 y 19 se añade: “Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida”. Prefería hablar cinco palabras con entendimiento antes que diez mil palabras en lengua desconocida, a fin de enseñar también a los demás.

            Luego tenemos la famosa exhortación: “Maduros en el modo de pensar”, no niños sino adultos, para tener un verdadero entendimiento. A continuación, en el versículo 32, Pablo dice de forma completamente categórica: “Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas”. En cierta ocasión conocí a un hombre incapaz de controlarse a sí mismo, no podía evitar hacer comentarios en las reuniones. Sus interjecciones estaban perturbando los cultos y, por supuesto, él pensaba que estaba lleno del Espíritu y que valoraba la Verdad. Cuando hablé con él para convencerle me dijo: “No puedo evitarlo, estoy lleno del Espíritu. Soy un profeta”. Pero luego le señalé que la Escritura dice que los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas. Pablo dice que se debe hablar por turnos, y que si alguien más está entregando un mensaje uno debe quedarse sentado y, por otro lado, que no se debe hablar en lenguas a menos que haya un intérprete. Las Escrituras enseñan orden. Ciertamente, Pablo lo sintetiza en el versículo 33 (LBLA) cuando dice: “Porque Dios no es Dios de confusión, sino de paz, como en todas las iglesias de los santos”. Él es siempre fuente de paz y no de confusión.

            En último lugar, en el versículo 40 dice: “Pero hágase todo decentemente y con orden”. Está hablando de los cultos públicos y recrea la situación de un extraño que viene para interesarse por todo ello. El extraño pensará que estáis locos —dice Pablo— a menos que haya control y disciplina. Ciertamente,seamos llenos del Espíritu, pero eso no significa que no nos dominemos a nosotros mismos. No, significa tener un buen entendimiento, este asombroso dominio del Espíritu. Tal como lo expresa Pablo de nuevo en 2 Timoteo 1:7: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. El Espíritu es el Espíritu de poder y de amor, y al mismo tiempo de control y disciplina.

            Ahí tenemos, pues, lo que quieren decir las Escrituras cuando hablan de ser llenos del Espíritu. He intentado presentar los dos lados, el lado positivo y el lado negativo. No me cabe la menor duda de que para muchos de nosotros casi es innecesario que insista en las similitudes y los contrastes, ¡porque no corremos un gran riesgo de entregarnos al descontrol y el desenfreno! De hecho, creo que nuestra tendencia es justamente a lo contrario. ¿Estamos llenos del Espíritu? ¿Tenemos este entendimiento claro? ¿Conocemos algo de este gozo? ¿Sabemos algo de este santo arrojo? ¿Conocemos la verdadera comunión? ¡Esa es la cuestión! Estos son siempre los resultados de ser llenos del Espíritu. ¿Tenemos un profundo sentimiento de gratitud hacia Dios y hacia Cristo? Estas son manifestaciones del Espíritu, y las pruebas de estar llenos del Espíritu.

 

1
                 El Dr. Lloyd-Jones mismo no bebía alcohol.

 

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