El pensamiento de R. Bultman, de Xabier Pikaza

"Kant supone que moral y religión son en el fondo lo mismo, y que sólo se distinguen por sus perspectivas". Un fragmento de "El pensamiento de R. Bultman", de Xabier Picaza (2014, Editorial Clie)

26 DE MARZO DE 2015 · 22:50

Detalle de la portada.,Bultman, Picaza
Detalle de la portada.

Un fragmento de "El pensamiento de R. Bultman", de Xabier Picaza (2014, Editorial Clie). Puede saber más sobre el libro aquí

 

KANT, SCHLEIRMACHER, W. HERRMANN

En la teología y cultura cristiana del siglo XIX y principios del XX han influido otros autores, especialmente Hegel. Pero el más significativo, quien ha marcado con más fuerza el protestantismo del Norte de Europa, y la cultura moral y religiosa de occidente, ha sido Kant, de manera que se le ha podido llamar nuevo padre de la iglesia. Con él ha querido empezar mi andadura, para insistir después en Schleiermacher y W. Herrmann, inspiradores e impulsores fundamentales del pensamiento de R. Bultmann[1].

 

Xabier Picaza.

Como he dicho ya en la introducción, éste es un capítulo introductorio, que no trata de la vida y pensamiento de Bultmann, sino de su entorno filosófico-teológico, representado por aquellos que le han precedido y han marcado su obra en una línea sobre todo teórica (filosófico-teológica), fijándome especialmente en Kant, Schleiermacher y W. Herrmann. De sus maestros y compañeros en el campo de estudio de la Biblia y de su entorno religioso trataré en el próximo capítulo, al ocuparme ya directamente de la vida y obra de Bultmann.

Quien conozca los presupuestos teóricos y el contexto filosófico-teológico del protestantismo alemán de principios del siglo XX puede dejar este capítulo y comenzar el libro directamente con el segundo. Quien no sea experto en esos temas será bueno que comience leyendo este capítulo, pues de lo contrario tendrá dificultad en entender el resto. Se trata de un capítulo introductorio, de tipo genérico (esquemático), pues no he podido penetrar en la entraña de los temas, sino sólo presentarlos de un modo general, para situar así después el pensamiento de R. Bultmann.

 

KANT. LA RELIGIÓN EN LOS LÍMITES DE LA RAZÓN PURA

Empiezo con Kant pues, aunque no ha sido un teólogo en sentido estricto, él ha marcado toda la teología protestante del siglo XIX, especialmente a partir de los años setenta, con el desarrollo de eso que suele llamarse neo-kantismo. No me interesa la obra de Kant en sí (en su totalidad), sino sólo aquellos libros y temas que influyen de un modo especial en la teología.

Éste es, como he dicho, un capítulo introductorio. Quien conozca bien la filosofía alemana con y a partir de Kant puede pasar de largo. No voy a estudiar una por una las tres obras clave (las tres críticas kantianas), ni su influjo en el pensamiento posterior, sino sólo su aporte religioso, de tipo racional, elaborado en un ambiente de austero moralismo cargado de tintes pietistas, dentro de una tradición luterana abierta a la Ilustración[2]. Su postura se expresa en estas frases lapidarias:

Dos cosas me llenan de una siempre creciente admiración, de una reverencia que es mayor cuanto más me ocupo de ellas: El cielo estrellado encima de mí y la ley moral de mi interior... Las veo ante mí, las combino, de forma inmediata, en la conciencia de mi vida[3].

El cielo estrellado (en una línea abierta a la experiencia de sublimidad, como en la Crítica del Juicio) y la ley moral (vinculada al imperativo categórico en la Crítica de la razón práctica) marcan las notas de su visión religiosa. Posiblemente, Kant no tuvo distancia para vincular de un modo consecuente sus tres críticas, y en especial las dos últimas (moral y estética), pero ellas definieron el protestantismo posterior, en un contexto marcado por los ideales de la Ilustración. Dentro de nuestro trabajo podemos dejar a un lado el tema estético (experiencia de sublimidad) para centrarnos en el alcance racional y moral de la religión.

 

Portada del libro.

1. Religión, sentido básico. Identidad moral del cristianismo

Kant supone que moral y religión son en el fondo lo mismo, y que sólo se distinguen por sus perspectivas. La moral funda la tarea de la vida y de la acción de los hombres sobre la esencia de la voluntad, y así la presenta como una expresión del ser humano que se va haciendo a sí mismo, de un modo universal (valioso para todos). La religión expone esa misma ley moral como un mandato positivo de Dios (y como experiencia de sublimidad).

La moral empieza estudiando la acción del hombre, tal como se condensa y expresa en el “imperativo categórico” y postula como fundamento y garantía de la acción buena la existencia de un Supremo Ordenador y Juez. La religión quiere fundar la moral en Dios y así la entiende como expresión de una presencia especial o revelación de lo divino a la que el hombre responde un tipo de obediencia sagrada y de culto. La moral se explicita en el surgimiento de una buena sociedad; la religión interpreta esa buena sociedad como Reino de Dios so­bre la tierra[4].

Moral y religión no son por tanto disciplinas distintas, sino expresiones de una misma realidad profunda, mirada desde ángulos distintos. La moral es puramente racional y deriva de las normas de la buena voluntad; la religión, en cambio, se apoya y sostiene en impulsos sensibles, en tradiciones y recuerdos, que aparecen como revelación de Dios, en una línea que podría vincularse con la estética. De todas formas, Kant ha insistido menos en la estética, centrándose en la unidad y complementariedad entre religión natural (más vinculada a la moral) y religión positiva (donde los mandamientos morales aparecen como expresión de una revelación sobrenatural). Desde ese fondo, como introducción a lo que sigue (y en último término al pensamiento de Bultmann), he querido fijar cuatro momentos importantes de la visión de Kant sobre la religión natural, las religiones positivas, el sentido de Jesús y la revelación bíblica[5]:

1. Religión natural. Kant ha querido trazar los principios de una religión del hombre en cuanto tal, que estaría centrada en la ética, ofreciendo unas normas filosóficas que marcan su conducta, en la línea de la Crítica de la Razón Práctica. Ciertamente, Kant afirma (en este libro dejamos a un lado su Opus Postumum, publicado el año 1920, a partir de notas que él había ido tomando y que dejó sin publicar), que existe un Dios eterno (juez final de la conducta humana), pero añade que ese Dios no actúa desde fuera de las cosas (de un modo sobre-natural), ya que su revelación se identifica con los principios racionales (morales) de la vida, sin necesidad de leyes y ceremonias religiosas especiales.

La verdadera religión se identifica, según eso, con el cumplimiento del deber, que vincula racionalmente a todos los hombres, de manera que la “iglesia” es la humanidad, unida por un mismo imperativo de conducta; la función del culto la ejerce el servicio al bien de todos. Por eso, las confesiones y comunidades religiosas han de expresar simbólicamente la verdad de la razón humana (la unión de la humanidad), de manera que las asambleas sagradas, las lecturas y cantos litúrgicos deben entenderse como medios para cumplir mejor los mandamientos éticos. Esa Iglesia no tiene dog­mas particulares, y en ella todos los hombres son iguales ante Dios y ante la razón, sin diferencia de clérigos y laicos. Sólo importa el cumplimiento del deber, y la esperanza en el Dios que retribuye a los hombres según su conducta.

La religión racional no tiene sacramentos ni profesa verdades especiales descubiertas por personas santas con revelaciones sobrenaturales, porque Dios se manifiesta por igual a todos, a través de la razón, y actúa (se revela) solamente por medio de la buena voluntad. Por eso los hombres no pueden apelar a oraciones o sacrificios especiales, pues la única oración verdadera es el cumplimiento de las leyes racionales, que pueden entenderse como mandates divinos. Nada puede llamarse sobrenatural, pues todo es natural, expresión de la moral humana[6].

2. Religiones positivas. Kant sólo acepta y valora la religión racional o perfecta, propia de todos los hombres que se vinculan mutuamente a través del cumplimiento de unos deberes éticos. Sin embargo, él sabe que ese ideal resulta difícilmente realizable: Los hom­bres no se mueven por bellos pensamientos racionales, sino que necesitan sensaciones, ejemplos e impulsos externos. En esa línea ayudan las religiones positivas que apelan a verdades reveladas (que serían sobrenaturales)[7].

El valor de esas religiones depende de su cercanía respecto al ideal ético. Hay religiones todavía muy alejadas de la pura verdad moral; son de tipo cultual (sacrificial, primitivo), y suponen que Dios puede ayudar a los hombres porque así lo quiere (por elección sobrenatural y por prácticas rituales), sin necesidad de que ellos asuman una conducta honesta. Pertenecen a un tipo más perfecto las primeras religiones morales que exigen el cumplimiento del deber, y entre ellas destaca el judaísmo; sin embargo, sus leyes no llegan a la perfección, porque destacan el cumplimiento externo y se dirigen solamente a un pueblo con­creto, ofreciéndole recompensas en esta misma tierra[8].

En un plano superior, el cristianismo protestante aparece como religión estrictamente moral, independiente del culto y dirigida a todos los hombres; sus leyes no se imponen desde fuera, como fuerza irracional, sino a través de la libre voluntad de los creyentes racionales, que tienden por sí mismos hacia lo bueno. El cristianismo histórico no es sólo una verdad de tipo moralista, sino que tiene aspectos de revelación histórica (que al fin deberán superarse); no se limita a presentar el ideal con motivos puramente racionales, sino que lo concreta en Jesús, a quien concibe como Enviado de Dios y fundador de la Iglesia. En ese plano aparece como religión “positiva”. Pero, en su sentido más profundo, es una religión “racional”, pues Jesús viene a manifestarse en ella como modelo de virtud, como un símbolo de moralidad, no como Hijo de Dios en sentido ontológico o dogmático[9].

3. Jesús, símbolo de moralidad. Kant no rechaza la figura de Jesús, pero no como ser de naturaleza divino, sino como maestro de moralidad, y en esa línea puede llamarle incluso “Cristo”, aunque en sentido simbólico, como expresión de la humanidad que actúa moralmente, el hombre en el que Dios se agrada, y que puede recibir, por tanto, el título de Hijo. Desde ese fondo podemos decir que Jesús es la Palabra, como signo de moralidad universal, pues todas las cosas importantes parecen vincularse (simbólicamente) en la Palabra de Dios, que es la razón del Universo.

Siendo un hombre de este mundo, Jesús ha sido y sigue siendo una especie de encarnación de la buena conducta, el ideal en el que deben medirse las obras de los hombres. Aunque ha sido un hombre histórico, los cristianos le veneran como símbolo ideal de moralidad, y así pueden llamarle Enviado de Dios, aquel que ha cumplido plenamente la exigencia del “imperativo”, un hombre que ha sabido mantener firme su conducta en medio de la tentación, siendo incluso condenado a muerte. Su figura tiene gran valor porque ha unido la enseñanza y el ejemplo de su vida, siendo fiel al ideal de la moralidad, hasta la muerte. Por eso él puede aparecer como símbolo del hombre que agrada a su Dios, hasta el día de hoy[10].

Evidentemente, Kant no puede tomar a la letra los milagros de Jesús, y así explica su vida y su muerte (y el símbolo de su resurrección) desde una perspectiva racional. Ciertamente, los primeros cristianos dijeron, de forma simbólica, que Jesús había resucitado tras su muerte penetrando en un estadio superior de vinculación a Dios y de plena felicidad (Ascensión). Estas palabras, tomadas en sen­tido material son imposibles (contrarias a la razón); por muy perfecto que sea, el cuerpo humano es incapaz de transformarse divinamente. Sin embargo, ellas son ilustrativas, pues indican la importancia suprema de una vida que es fiel a los principios de la moralidad[11].

 

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[1] Sólo podremos entender a Bultmann si le situamos en ese entorno, en la perspectiva del “protestantismo cultural”, definido por los grandes pensadores alemanes que empiezan en Kant (al final del siglo XVIII) y culminan en los neokantianos de principios del siglo XX. Ciertamente, él aporta una gran novedad. Pero su obra se sitúa en el contexto de una filosofía y teología de la “modernidad”, que sólo ahora (principios del XXI), tras dos siglos largos de dominio, empieza a resquebrajarse, no por su fracaso, sino precisamente por su éxito, como seguiré indicando.

[2] Cf. H. Noack, en Introducción a Kant, Die Religion, XI. Sobre el tema de la religión en Kant he tratado en Dios es Palabra, teodicea cristiana, Sal Terrae, Santander 2003. Para situar el tema, desde diversas perspectivas, cf. K. H. Weger, La crítica religiosa en los tres últimos siglos, Herder, Barcelona 1986. Orientación básica en J. A. Estrada, Dios en las tradiciones filosóficas I-II, Trotta, Madrid 1994/1996; E. Jüngel, Dios, misterio del mundo, Sígueme, Salamanca 1985; H. Küng, ¿Existe Dios?, Cristiandad, Madrid 1979; W. Pannenberg, Una historia de la filosofía desde la idea de Dios, Sígueme, Salamanca 2001; W. Schulz, El Dios de la metafísica moderna, FCE, México 1961; A. Torres Queiruga, La constitución moderna de la razón religiosa, Verbo Divino, Estella 1992.

[3] Cf. Kant, K. Praktischen V. 253.

[4] El camino que lleva de la moral a la religión consiste en el «Erkenntnis aller Pflichten als göttlicher Gebote». Cf. Kant, K. Praktischen V. 205; Die Religion 108-109.

[5] Sobre religión en Kant, cf. A. Cortina, Dios en la filosofía trascendental de Kant, Pontificia, Salamanca 1981; J. Gómez Caffarena, El teísmo moral de Kant, Cristiandad, Madrid 1983; G. E. Michelson, Kant and the Problem of God, Blackwell, Oxford 2000; R. Rovira, Teología ética, Encuentro, Madrid 1986.

[6] Cf, Die Religion 109-110;112-11; 134-5, 156-159; 168-9; 215-216; 236 ss.

[7] Cf. Die Religion 219-227. Los “ilustrados” no necesitan religión positiva, les basta la religión de la razón. Pero los menos ilustrados o incultos la necesitan, pues sin ella se pierden, no logran alcanzar la verdad.

[8] La única que vale por sí misma es la natural-moral-racional. Las religiones positivas son pasajeras, y tienen valor en la medida en que se identifican con la religión racional. Cf. Kant, Die Religion 56-7, 117, 139-142.

[9] Kant, Die Religion 63 ss, 141-142. Sobre el cristianismo de Kant, cf. K. Barth, La Theologie 135-173. Kant no habla del Jesús histórico, sino que alude a él con nombres simbólicos: Enviado de Dios, Hijo del Hombre, Modelo, Fundador de la Iglesia, Maestro del Evangelio… Cf. Die Religion 238.

[10] Die Religion 63-4.

[11]Las palabras y acciones de Cristo tendían a fundar el reino de Dios sobre la tierra, y lo hicieron con gran dignidad, poniendo de relieve lo que implica llamarse y ser ciudadanos de un es­tado divino que ha de unir a todos los humanos. Por eso, el Reino de Dios se identifica con el “orden moral” de la humanidad. Cf. Die Religion 142-144; 150-152; 163-164. En esa línea, Kant protesta contra la interpretación política de Cristo tal como había sido propuesta en los Wolfenbüttelsche Fragmenten, de S. Reimarus, publicados por G. Lessing, de 1774 a 1777, tras la muerte del autor. Según Kant, las palabras de Jesús (Hijo de Dios) han de entenderse en un plano moral y religioso. Pero él no admite el valor material de los milagros y prodigios de Jesús. Más aún, la Trinidad del Dios cristiano carece de sentido real, sólo implica diferencia de nombres. 

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