El precio de la impotencia

Cuando las leyes impiden que se haga “justicia”, cuando todo es sospechoso, cuando todo siembra dudas a nuestro alrededor… ¿con qué podemos contar? Reseña de la película “El año más violento”.

19 DE MARZO DE 2015 · 21:50

Fotograma de 'El año más violento'.,El año más violento
Fotograma de 'El año más violento'.

Por fin se estrena entre nosotros, tras alguna cancelación incomprensible, la última película de J. C. Chandor: “El año más violento”. Interesante por lo que propone y cómo lo propone. Podemos hablar de originalidad y de homenaje al thriller norteamericano de los 70 y 80. Chandor, que confirma una madurez y personalidad tras las cámaras, filtra con elegancia dosis que rememoran el cine de Friedkin, Coppola, de Palma… y aderezan el resultado, ampliando el público potencial al que va dirigida la cinta. Contentará al que busque un guión sólido y serio y al que quiera revivir la tensión típica de aquel cine de antaño. Sumando un aliciente más, Chandor ha conseguido proporcionar a su film una atmósfera tan cuidada, Nueva York, 1981, que podríamos decir que el ambiente se convierte en una suerte de personaje más en la trama.

El protagonista es Abel, nombre nada casual que ayuda a establecer su enmascarado rol de víctima. Interpretado por Oscar Isaac (visto en “A propósito de Llewyn Davis”, película que formaría un díptico más que interesante junto a “El año más violento”, por las sombras que ambas proyectan sobre el llamado sueño americano), es un empresario que se encuentra en una encrucijada. Pretende dar un paso con el que ampliar su negocio, pero le va a demandar el conseguir una financiación que por el pasado que arrastra, el irrespirable presente y la incertidumbre del mañana, se antoja casi imposible, al menos si, como Abel intenta, practica la legalidad y honestidad. El único apoyo que tiene, es el de su mujer, Anna, interpretado magistralmente por quien a mi juicio es la mejor actriz de su generación, Jessica Chastain. Que lejos de aportar calma, acostumbrada a los tejemanejes mafiosos de su progenitor, no duda en manipular los libros de cuentas, acudir a la violencia, etc… si eso va a ayudar a alcanzar el objetivo familiar. Pero, ¿cuál es ese objetivo?

Ante las dificultades y complicaciones por las que atraviesa, “¿Qué es lo que quieres con tanto ahínco?” le pregunta su consejero a Abel. Se sorprende por su determinación y que no ceda ante nada, como si estuviera completamente seguro de lo que persigue. Sin embargo, Abel le responde: “No sé a qué te refieres”. Una respuesta que no puede ser más sintomática y es que Chandor en esta ocasión centra su interés en los síntomas y en la reflexión sobre las inevitables víctimas que va dejando a su paso el sistema capitalista y qué papel juega cada uno en relación a la culpa. No lanza interrogantes sobre la validez del sistema capitalista, tampoco lo compara con cualquier otro sistema de organización política, social o económica. La respuesta de Abel es una demostración de la alineación inconsciente, pero voluntaria, en los objetivos vitales de toda una sociedad que ha convertido en sinónimos prosperidad y éxito, ley y ética o querer y poder.

Cuando las leyes impiden que se haga “justicia”, cuando todo es sospechoso, cuando todo siembra dudas a nuestro alrededor… ¿con qué podemos contar? Me viene a la mente una sentencia que solía ofrecer, como aliento y opción, el gran pensador cristiano Juan Solé parafraseando a Ortega y Gasset: “yo soy yo, mi circunstancia y el Espíritu Santo”. 

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