Adictas al romanticismo

¿Qué clase de lectores (lectoras) son capaces de mantener una industria a flote mientras todo lo demás se desmorona? Los favoritos de cualquier industria: los adictos a su producto.

12 DE MARZO DE 2015 · 22:45

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Estoy muy agradecida al fenómeno Cincuenta sombras de Grey por varias razones. Primero, porque con el éxito del libro nos hemos tenido que plantear qué clase de porquería literatura leemos, y he encontrado buenas ideas y argumentos a favor de revisar nuestras responsabilidades en el consumo cultural. Segundo, porque con el estreno de la película, con sus pésimas críticas y su vergüenza ajena, ha surgido en las últimas semanas una ola de reflexiones por las redes sociales acerca de lo que es, lo que se considera y lo que debe ser el buen amor, de los peligros reales de la discriminación a la mujer y el maltrato, y por primera vez en mucho tiempo se le presta atención a un tema profundamente importante en la sociedad en la que vivimos. Sí, el libro y la película son abominaciones en prácticamente todos los sentidos (en lo espiritual, en lo moral, pero también en lo artístico y estético), pero qué abominaciones más bien puestas para horrorizarnos y hacernos reaccionar.

El fenómeno no tiene ningún sentido si no se enmarca dentro de otro fenómeno casi invisible, pero poderosísimo, en nuestra sociedad: el éxito silencioso de la novela romántica y erótica. En mayo del año pasado Rupert Murdoch compró la editorial Harlequin (que solo publica esta clase de literatura, muchas veces obras de baja calidad que se publican y se venden casi al por mayor) por 450 millones de dólares, poniendo sobre la mesa uno de los movimientos más importantes de la década en la industria editorial. Pero poca gente se enteró, y desde luego no levantó el revuelo de otras compras y fusiones editoriales. La literatura romántica es, y siempre ha sido, algo de baja categoría a lo que no se presta atención, y sin embargo es la industria editorial más rentable económicamente, de las pocas que apenas se ha visto afectada por la crisis de los últimos años.

Esta cuestión es difícil de entender por si sola, sin la perspectiva adecuada. El abismo en el que se encuentran las cifras de ventas de libros a nivel mundial, junto con los cambios en el paradigma por la entrada del libro electrónico y de agentes antes ajenos al medio que ahora parten la pana (léase Amazon) supone una visión muy pesimista del mundo cultural, en el que sin embargo no puede incluirse a editoriales como Harlequin, y tantas otras de literatura romántica y erótica, que se salvan de la quema aunque también hayan sufrido pérdidas y hayan tenido que admitir algunos cambios.

¿Qué clase de lectores (lectoras) son capaces de mantener una industria a flote mientras todo lo demás se desmorona? Los favoritos de cualquier industria: los adictos a su producto. Si se analiza un poco desde fuera, es casi un calco de lo que supone el fenómeno de la industria pornográfica a nivel mundial. Sí, sé que lo que estoy diciendo puede sonar muy duro, pero la realidad es que, aun con salvedades, la pornografía se parece muchísimo a la literatura romántica y erótica. No solo en que ambas son industrias a las que no se presta atención de primera mano en los medios (por considerarse casi de mal gusto), y que sin embargo controlan un amplio trozo del pastel, sino porque precisamente estas industrias pueden mantenerse debido a los efectos que sus productos provocan en sus consumidores.

Todos saben que la pornografía puede llegar a constituir una adicción, y que sus consumidores asiduos pocas veces se atreven a confesarlo abiertamente, aunque esa adicción les provoque carencias y problemas en sus relaciones personales a medio y largo plazo. Pero eso es exactamente lo mismo que ocurre con la novela romántica; su abuso crea una clase de adicción difícil de evitar, no solo al erotismo (aunque sea de pega), sino a las historias estructuradas alrededor de algo que cautiva de manera casi inmediata la atención y las necesidades de los cerebros femeninos: las relaciones sentimentales.

Puede sonar a cliché, pero lo que demuestra el auge de estas dos industrias es que, a pesar de los siglos de avances sociales, los hombres siguen pensando mayoritariamente en sexo y las mujeres mayoritariamente en el romance. Y estas industrias, de una manera pervertida pero inteligente, alimentan las carencias para seguir teniendo consumidores que no se planteen que pueden pensar en otras cosas. Tanto la pornografía como la novela erótica y romántica alimentan el circuito cerebral del placer en sus respectivos consumidores, de una manera que ni el cine ni la literatura convencionales pueden replicar a esa gran escala. Del mismo modo, ambas industrias necesitan ofrecer cada vez más productos, lo cual disminuye la calidad de las producciones, fomentando al mismo tiempo este círculo vicioso de marginalidad cultural (por llamarlo así, a falta de otro nombre).

Pero las coincidencias no solo se quedan en los mecanismos de la industria sino, como hemos dicho, en ese impacto que causan en el cerebro de los consumidores. Hay otras similitudes reseñables:

1. Tanto en la pornografía como en la literatura romántica y erótica se ofrece una visión distorsionada del hombre y de la mujer. Igual que en la pornografía son mayoritariamente las mujeres, digamos, “normales” las que salen mal paradas, en la literatura romántica los hombres tienen un baremo tan alto física y sentimentalmente que ningún hombre de a pie puede ponerse a la altura. Salvo excepciones, siempre son altos, guapos, con facciones varoniles y torso musculado. Por lo visto las protagonistas de estas novelas nunca se enamoran de los bajitos, o regordetes, o de hombres con sentido del humor o miopes. Siempre son circunspectos, correctos (aunque sean unos canallas, paradójicamente), cargados de valores y sin vicios conocidos, además de tener todos los abdominales en su sitio. Todo muy realista. Y sí, aunque sea un cliché, he podido comprobar que ese ideal del hombre a caballo con media melena suelta al viento y sin camisa sigue gustando.

2. Los hombres de las novelas románticas, en general, destacan por sus aptitudes eminentemente masculinas: desde montar a caballo a cortar leña, o saber de bricolaje, a saber cómo montar una emboscada (siempre para cazar a los malos y defender a los débiles, claro está). No sale ningún hombre cocinando o poniendo una lavadora, como norma general, no al menos en los casos que yo he leído, y eso a pesar de que hay muchas mujeres reales que se derriten con los hombres que lo hacen (consejo gratuito para ustedes, hombres que leen esto). Eso también puede ser porque, en un 90 por ciento de los relatos, los hombres son millonarios y tienen gente a su servicio para encargarse de esas tareas. Como alguien dijo sabiamente por Twitter, si en vez de millonario Christian Grey (el de las cincuenta sombras) hubiera vivido en un parque de caravanas (o en un piso de protección oficial de Carabanchel), en vez de una novela erótica habría sido un capítulo de Mentes criminales.

3. Toda esa irrealidad de los personajes, aunque disimulada, tiene otra similitud con la pornografía: alimenta un ideal imposible que solo puede encontrarse en este producto, e incita al consumidor a consumir cada vez más. Igual que el hombre incapaz de mantener una relación adulta con una mujer sigue consumiendo pornografía, hay muchos casos en que las mujeres realmente adictas a la literatura romántica y erótica (las que no pueden concentrarse en leer ninguna otra cosa, y les aseguro que las hay) ponen un baremo tan alto para sus posibles parejas que se vuelven completamente intransigentes con los pequeños detalles de una relación normal. En los casos que yo he conocido (sobre todo recuerdo a una compañera de trabajo de hace muchos años), estas mujeres reconocen abiertamente que sus novios o maridos no están a la altura de sus expectativas, y se sienten constantemente frustradas. En realidad no se dan cuenta de que son ellas las que tienen que ajustar sus expectativas (ajustar, no conformarse con cualquier cosa, eh) a la realidad de esos hombres de sus vidas, de carne y hueso. Y acaban cayendo muchas veces en el mismo problema que los adictos a la pornografía: son incapaces de lidiar con la realidad de una relación, y fracasan una y otra vez. Esperan que sus hombres sean como los de las novelas, que suplan todas sus necesidades anímicas y físicas, sin flaquear nunca, sin dudar, sin equivocarse. Tan irreal como en la pornografía.

Esto solo por señalar algunas cosas, pero hay muchos más puntos en común.

Hace tiempo leí algo sobre una directora de películas pornográficas, mujer, que defendía que había un campo sin explorar de pornografía para mujeres, y que debía diferenciarse de la pornografía para hombres, principalmente, en que las mujeres sentían la necesidad de una historia y una estructura narrativa para poder engancharse. Creo que esta mujer no estaba desencaminada (por muy perverso que suene), pero ya está inventado y explorado en esta clase de literatura desde hace décadas. La diferencia fundamental entre la pornografía y la literatura romántica y erótica es esa narración, algo que sí que parece encajar en las diferencias (ya sean biológicas o sociales, eso se lo dejamos a los expertos) entre hombres y mujeres.

Por un lado hemos de ser conscientes de que debemos resistirnos a la influencia de la industria, en cualquiera de sus variantes, a imponernos un modelo de consumo que en gran medida sabemos que causa problemas emocionales y relacionales. Sobre todo sabiendo que muchos de los lectores de este artículo serán gente cristiana, hay que reconocer y admitir que tenemos que ser más inteligentes y menos borregos, que por algo la Biblia nos enseña que cuando accedemos a Cristo podemos acceder, al mismo tiempo, a una renovación de nuestras perspectivas y modos de vida. Sin embargo, a pesar de todo, no creo que leer novela de contenido romántico, en sus variantes más o menos eróticas, suponga un pecado en sí mismo. Pero esto hay que matizarlo.

Girar la cabeza a los temas que ocupan a la sociedad en la que vivimos no es del todo adecuado, porque así nunca estaremos donde debemos estar. Y aparte de eso, se puede acabar cayendo en algo mucho peor, en un ejercicio de ridícula gazmoñería. Por ejemplo, en vez de ir a la raíz del problema y analizar (y poner en manos de Dios) las carencias que conducen a esta clase de consumos, se intentan realizar subproductos “cristianos” para acallar las conciencias de los que no saben salir del círculo vicioso, como la pornografía para cristianos (existe, os lo prometo por Snoopy) o esa horrible, horrible moda de sucedáneos de novelas románticas que suceden en entornos amish, donde por supuesto no hay ninguna escena subida de tono, pero la tontería y la visión distorsionada del amor y del sexo continúan intocables, igual que en la literatura “para no cristianos”. Espero que se me entienda lo que quiero decir. Lo peligroso no es verlo, o no cambiar de canal en la escena “de besos”. Lo peligroso es buscarlo, buscarlo como fin en sí mismo y no comprender que cuanto más accedamos a esta clase de contenidos, más lejos estaremos de la realidad.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Preferiría no hacerlo - Adictas al romanticismo