Don Quijote o la fuerza del ideal (VI)

El ideal rompe las barreras del miedo y de la duda y se mantiene firme a pesar de las dificultades que se le opongan. Así lo concibe Don Quijote.

29 DE ENERO DE 2015 · 21:55

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Las aspiraciones del ideal

El ideal debe aspirar a lo más elevado.

Tener intenciones, metas, objetivos. Tal era la ambición de Don Quijote:

“Amar la pureza sin par;

buscar la verdad del error;

vivir con los brazos abiertos;

creer en un mundo mejor...”.

 

El ideal de Don Quijote, tal como se expresa en las cuatro líneas del poema, estaba saturado de intenciones nobles: amor, pureza, verdad, fraternidad, fe.

Eran fines elevados.

Construye demasiado bajo quien construye bajo las estrellas, a nivel de las algarrobas y el estiércol.

La falta de éxito en la vida no puede ser atribuida siempre a la mala suerte o a la carencia de oportunidades. Vivir sin ideales conduce al fracaso. Confucio decía: “No son las malas hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la negligencia del campesino”.

Pablo tenía en su vida una meta fija: “que acabe mi carrera... y el ministerio que recibí del Señor Jesús para dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios...”. (Hechos 20:24).

Ir por la vida sin ideales es como andar sin timón por el mar o sin brújula por los caminos.

 

La firmeza del ideal

El ideal rompe las barreras del miedo y de la duda y se mantiene firme a pesar de las dificultades que se le opongan. Así lo concibe Don Quijote:

Luchar por el bien

sin dudar ni temer;

y dispuesto el infierno

a comprar si lo veo el deber..”.

 

Vencedor o vencido, el idealista nunca cede. Cuando Don Quijote se encuentra postrado en tierra, con la lanza de su rival blandiendo sobre su rostro, es incapaz de traicionar el motivo de su ideal. Dice: “Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra”.

Jesucristo estimula a la firmeza en el ideal cuando dice en Lucas 9:62: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira atrás, es apto para el reino de Dios”.

Una mirada hacia atrás convirtió a la mujer de Lot en estatua de sal.

“Iré a cualquier lugar, con tal de que ese lugar esté delante”, dijo un idealista.

En uno de los momentos más dramáticos vividos por el pueblo judío tras su salida de Egipto, Dios dictó a Moisés una orden extraña: “Di a los hijos de Israel que marchen” (Éxodo 14:15).

¿Hacia dónde?

Tras ellos corría el poderoso ejército egipcio.

Delante de ellos formaban barrera las aguas del Mar Rojo.

¿Qué camino elegir?

¿Hacia dónde marchar?

“Adelante, adelante siempre”, gritaba Unamuno.

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