Don Quijote o la fuerza del ideal (V)

El ideal, para que tenga fuerza de Dios, para que sea agente transformador de corazones y regenerador de conciencias, ha de contar con la estrella, con la gloria. 

22 DE ENERO DE 2015 · 22:55

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Don Quijote siente que la fuerza del destino le empuja a la lucha, le invita a recorrer los caminos del mundo en pos de un ensueño. Pero el Caballero sabe también que su ideal es demasiado valioso, sublime en exceso y no puede fijar su mirada última en el barro ni en el mundo. El ideal, para que tenga fuerza de Dios, para que sea agente transformador de corazones y regenerador de conciencias, ha de contar con la estrella, con la gloria. No importa cuán lejos se encuentren. Aunque haya que alcanzarlas a través del túnel de la muerte.

El novelista inglés John Galsworthy, fallecido en 1933, decía que “el ideal crece en proporción directa a la acción”.

Parodiando palabras de Cristo, el ideal no puede ser una luz escondida en los rincones del cerebro. Debe iluminar nuestras acciones tanto como nuestro pensamiento.

Una frase contundente del pastor y escritor norteamericano Nathaniel Howe: “La mejor manera de no ser nadie es no haciendo nada”.

 

El ideal y la fe

En una breve sentencia del poema, Wasserman hace decir a Don Quijote:

“Con fe lo imposible soñar”.

La fe mueve montañas. Los antiguos adoradores de Jehová se refugiaban en la fe y ésta les sostuvo en sus luchas y desmayos, porque la fe actuaba en ellos y andaban por la vida como viendo al invisible.

La fe, en palabras del Caballero, sueña lo imposible, lo que parece inalcanzable. La fe debe ser en toda persona de ideal “la certeza de lo que espera”. Y a diferencia del Caballero, lo que nosotros esperamos no es un sueño. Son realidades preciosas y precisas.

La fe que sostiene el ideal es la misma que llevó a Abel a ofrecer a Dios mejor sacrificio que Caín; a Enoc le condujo a la victoria sobre la muerte; animado de esta fe emprendió Noé la construcción del arca; Abraham abandonó su tierra y su parentela e Isaac, Jacob, José y otros padecieron numerosas dificultades.

Por esta fe emprendió Moisés la aventura del desierto y la ramera Rahab contribuyó a la victoria de Josué. Miles, millones de seres anónimos triunfaron sobre el mundo porque la fe era en ellos como un ramillete de estrellas encendidas en el joyero de una noche fatigosa.

La fe en el ideal es como un ejército que ante nada se detiene.

Sueña lo imposible.

Pasa por encima de todos los obstáculos.

“Por la fe Abraham salió sin saber adónde iba” (Hebreos 11:8).

Pero avanzaba con la vista puesta en el ideal: la tierra prometida.

 

El ideal y la fuerza interior

Para Don Quijote, la fuerza del ideal se traduce en energía activa. Dice:

“El mal combatir sin temor;

triunfar sobre el miedo invencible;

en pie soportar el dolor...”

La confianza en nosotros mismos, en nuestras capacidades, en la fuerza de nuestro mundo interior puede conducirnos a la conquista del ideal. Estas palabras son del escritor alemán del siglo pasado H. Kraze: El mundo que cada uno lleva en sí es lo más importante y, en parte, depende de nuestras propias fuerzas el que se estructure grande, puro y bello; ni el lugar, ni el tiempo, ni las circunstancias externas pueden perjudicarlo en modo alguno”.

 

Este espíritu inflamaba el ideal de Don Quijote. Pasaba por encima de las circunstancias contrarias. Se había propuesto combatir el mal. Triunfar sobre el miedo. Soportar el dolor a pie firme.

En estas palabras de Séneca está representado el hombre de ideales firmes, que no claudica ante los inconvenientes de la existencia: “No te dejes vencer nunca por nada extraño a tu espíritu; piensa, en medio de los accidentes de la vida, que tienes dentro de ti una fuerza madre, algo fuerte e indestructible, como eje diamantino, alrededor del cual giran los hechos mezquinos que forman la trama del verdadero vivir; y sean cuales fueren los sucesos que sobre ti caigan, sean de los que llamamos prósperos o de los que llamamos adversos, o de los que parecen envilecernos con su contacto, mantente de tal modo firme y erguido, que al menos se pueda decir siempre de ti que eres un hombre”.

 

 

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