Don Quijote o la fuerza del ideal (I)

El poeta y filósofo alemán Goethe decía que en el pecho del idealista conviven dos personas. Una que quiere aferrarse tenazmente al mundo de la realidad y de la materia. Otra que se eleva poderosamente desde el polvo para remontarse a las regiones de los sentimientos más excelsos.

26 DE DICIEMBRE DE 2014 · 11:35

Ilustración de Don Quijote. ,Don Quijote
Ilustración de Don Quijote.

“Cuando un genio literario acierta a forjar una

            personificación vigorosa, universal, rebosante

            de vida y de grandeza, y generadora en la esfera

            social de grandes corrientes del pensamiento, la

            figura del personaje fantástico se agiganta, trasciende

            los límites de la fábula, invade la vida real y marca con

            sello especial e indeleble a todas las gentes de la raza

            o nacionalidad a que la estupenda criatura espiritual

            pertenece. Tal ha ocurrido con el héroe del libro de

            Cervantes”.

            Santiago Ramón y Cajal.

 

            “Cervantes no vino a matar un ideal, sino a transfigurarle

            Y enaltecerle”.

            Marcelino Menéndez y Pelayo.

 

PALABRAS PREVIAS

En esta mi sección EL PUNTO EN LA PALABRA me propongo escribir varios artículos en torno a la fuerza del ideal en Don Quijote de la Mancha, Caballero de la triste (alegre) figura. Al hacerlo tengo en cuenta principalmente el poema y la obra musical de Dale Wasserman.

Antes, otras consideraciones para centrar el tema.

Pongamos un cerdo en un estercolero junto a un hombre en una noche estrellada.

El cerdo bajará su cabeza buscando alimentos en la basura.

El hombre mirará hacia las estrellas oteando el infinito.

La lección es simple: Los animales no son capaces de tener ideales. El ser humano, sí.

Para una persona con ideales, el mundo que lleva dentro es lo más importante; y depende de sus propias fuerzas.

 

El poeta y filósofo alemán Goethe decía que en el pecho del idealista conviven dos personas.

Una que quiere aferrarse tenazmente al mundo de la realidad y de la materia.

Otra que se eleva poderosamente desde el polvo para remontarse a las regiones de los sentimientos más excelsos.

¡Es el ideal!

“¡Oh, ideal! Eres lo único que existe”, decía el gran novelista francés Víctor Hugo.

El ideal es la elevación, la pureza, la generosidad, el sueño y el ensueño, también la ilusión y el romanticismo.

 

En su libro DIARIO DE UN POETA, el escritor francés Alfredo de Vigny (1797-1863) dice: “El día en que no exista entre los hombres ni el entusiasmo, ni el amor, ni la adoración, ni la abnegación, ni el ideal, deberemos excavar un pozo para llegar al centro de la tierra, poner allí quinientos barriles de pólvora y hacer que estalle como una bomba en el firmamento”.

Alonso Quijano el Bueno consumió su vida deshaciendo entuertos, viendo y sintiendo lo bueno en todas las cosas y, tal como lo concibió Unamuno en su magistral VIDA DE DON QUIJOTE Y SANCHO, manteniendo siempre viva la llama del ideal, ya fuera Dulcinea o Aldonza Lorenzo.

 

En mi próxima entrega haré una breve introducción al Quijote antes de entrar de lleno en la obra de Wasserman.

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