Feliz y perturbadora Navidad

Desde el heterogéneo equipo de los que conformamos Preferiría no hacerlo (Manuel Pérez Lourido, Jordi Torrents, Daniel Jándula y la que suscribe, Noa Alarcón) no queríamos marcharnos de parón navideño sin dejaros nuestra peculiar postal de felicitación de las fiestas en forma de comentario a las tropelías, horribilidades y despropósitos del cine navideño.

18 DE DICIEMBRE DE 2014 · 22:45

Una imagen de "Pesadilla antes de Navidad".,Burton
Una imagen de "Pesadilla antes de Navidad".

Desde el heterogéneo equipo de los que conformamos Preferiría no hacerlo (Manuel Pérez, Jordi Torrents, Daniel Jándula y la que suscribe, Noa Alarcón) no queríamos marcharnos de parón navideño sin dejaros nuestra peculiar postal de felicitación de las fiestas en forma de comentario a las tropelías, horribilidades y despropósitos del cine navideño. Al final del artículo cada uno de nosotros ha apuntado con cariño cuál es su película navideña perturbadora favorita.

Pero antes, un poco de historia.

Los chicos de Premier Christian Radio, una radio cristiana de Gran Bretaña, en noviembre de este año lanzaron una encuesta para averiguar quién ganaría este año el premio al peor calendario de adviento.

Ganó el de una cadena de lencería que entre casillas de chocolates ofrecía la imagen de un modelo sin camiseta. En segundo lugar quedó uno de Barbie. Muy navideño todo. Pero lo cierto es que no debería sorprendernos.

Igual que la proverbial ardilla que podía cruzar España de árbol en árbol antes de la llegada de los romanos, hoy en día podemos atravesar las fiestas navideñas de punta a punta sin haber escuchado nada remotamente relativo al nacimiento de Jesús. En muchos lugares, sobre todo comerciales, la Navidad consiste en una espiral de corazones, abetos y arrebolados paisajes nevados, papás noeles y muñecos de nieve. La perversión y la torticería llegan a extremos inimaginables cuando se trata de cine navideño.

Este año, a lo largo de los meses de verano, tuvimos que sufrir de parte de nuestro niño el visionado forzoso y repetitivo de The Polar Express, película navideña donde sale un tren (eso, en su opinión, es la felicidad) y un niño de unos diez años se sube en él para ir al Polo Norte a asistir a la salida de Papá Noel en Nochebuena. Toda la película se basa en que el niño en cuestión debe creer en Papá Noel, y sufre presión de adultos y de otros niños, y casi le explota la cabeza esforzándose por creer para poder escuchar los cascabeles del trineo. Después de haberla visto, sin exagerar, unas sesenta veces, solo llego a plantearme que, puestos a exponer hasta esos niveles de extorsión a un niño para hacerle creer en algo, ¿no hay mejores cosas que obligarle a creer en Papá Noel?

Entiendo el tema de la inocencia, el valor de la imaginación y el poder del pensamiento mágico en los niños, pero en una gran parte de las películas que en estas fechas nos embuten por cines y televisión no hay ni una remota referencia a nada que se parezca al mensaje bíblico, y sí se sobreexpone sin embargo a los pequeños a un paseo por extrañas mitologías de origen escandinavo (elfos, renos que vuelan, hombres que se cuelan por chimeneas), precocinadas por compañías alimentarias (léase, Coca-Cola), y parece que debemos convencerles de que si no creen en todo eso, son niños malos. Niños que no se merecen regalos. No lo digo yo, lo dicen las películas.

El cine navideño es perturbador, además, porque ni siquiera tenemos consenso sobre quién es ese Papá Noel y cómo funciona lo suyo. Las películas como Santa Pawns nos dicen que Papá Noel obtiene sus poderes de una especie de cristal mágico, sin cuya influencia sufre una amnesia devastadora (dejando a un lado los perros que hablan). En otras películas, como Arthur Christmas, se nos dice que Papá Noel está todo el año en el Polo Norte, y que incluso tiene familia. Sin embargo, en otras como Milagro en la calle 34 es presentado como un señor que vive en la ciudad tranquilamente y una vez al año recupera sus poderes mágicos. Si ya es complicado averiguar si Papá Noel existe con estos datos, la tarea de si Mamá Noel lo hace ya es una cuestión imposible. En algunas películas Papá Noel ha existido siempre (es una especie de dios inmortal), en otras, siendo más realistas, te plantean que el «trono», por decirlo así, se pasa de padres a hijos, o se hereda en circunstancias especiales, o, como en el caso de Vaya Santa Claus (de la que hablamos más abajo), Papá Noel puede incluso morir en acto de servicio y cualquiera puede ocupar su puesto.

Sea cual sea la película, la cuestión siempre es que no se pierda el espíritu de la Navidad, que por lo visto es un espíritu al que le suele gustar mucho eso de caer en peligro en estas fechas. Pero en cualquier caso, lo importante es que nadie sea capaz de recodar una vez terminada la película que todo esto comenzó por un niño naciendo en un pesebre.

 

 

Feliz y perturbadora Navidad

Jordi Torrents

El reto tiene enjundia. Noa Alarcón pide que hablemos de una película navideña que nos haya perturbado en alguna ocasión. A ver, que a todos nos gusta vacilar y rozar el esnobismo cinéfilo citando al ángel Clarence y al malvado señor Potter (lo siento Harry, tuviste un tío-abuelo chungo) de Capra. Pero no nos engañemos. Siempre hay algún producto de dudoso gusto que nos camela  cada Navidad, aunque nos perturbe. En mi caso no hay duda, se trata de ¡Vaya Santa Claus! Nótese que en la versión original el título hilarante es Santa Clause, jugando con el nombre de Papá Noel y el concepto de cláusula, ya verán por qué. La habré visto varias veces, pero siempre me he resistido a adentrarme más en la oscuridad de un submundo que cuenta con una saga propia de hasta tres películas (!!), como si estuviéramos tratando con el mismísimo Padrino. Les cuento: el film lo protagoniza Tim Allen, uno de esos actores cómicos que, en realidad, no cumplen ninguno de los dos conceptos (al estilo Bill Cosby, para que me entiendan), pero que, y ahora les confesaré un guilty pleasure, descubrí y disfruté en una serie que se llamaba Un chapuzas en casa (pido perdón de rodillas). Y ahí me tienen, viendo en alguna sobremesa turronera como un ingenioso programador televisivo decide amenizar la tarde con ¡Vaya Santa Claus! y como yo suelto: “Anda, si sale Tim Allen”. Scott Calvin, así se llama el susodicho prota del film, es un hombre divorciado, con un hijo al que la pareja de su ex quiere convencer de que Santa Claus no existe. Scott es un aburrido vendedor de juguetes (¿van pillando ya la sutilidad del mensaje?) que se encuentra como Santa (así le llamamos en confianza) muere después de sufrir un accidente en el tejado de su casa y decide ponerse su ropaje para solventar el tema. El problema es que se convierte en el personaje. Es decir, empieza a generar barriga cervezera y le aparece una espesa barba blanca que ni el peor hípster en la mejor de sus pesadillas. Y todo (ojo al bucle que se cierra con el título) por una misteriosa y bizarra cláusula (tachán!!) que le obliga a ser el nuevo jefe de los renos y de los duendecillos que, por más que nos digan, están explotados en una fábrica de juguetes todo colorines. Pueden imaginar las escenas y los gags, con un Santa patoso que no sabe cómo llenar una bolsa o que se encalla en una chimenea. La trama, claro, se complica más, aunque no quiero aburrirles con una historia en la que acaban apareciendo un psiquiatra, viajes al Polo Norte, más renos, más duendes, policías y hasta un silbato con forma de salsicha. Se la recomiendo. Bueno no, quizá mejor dense un garbeo por la melancolía de Smoke o la deliciosa marcianada de la Pesadilla de Tim Burton, pero ahora es cuando vuelvo a ponerme algo snob.

 

 

Feliz y perturbadora Navidad

 Daniel Jándula

Pesadilla antes de Navidad (The Nightmare Before Christmas, Henry Selick, sobre historia de Tim Burton, 1993). La historia va del descubrimiento de un invento llamado Navidad, por parte de Jack Skellington, rey de Ciudad Halloween, lugar del que proceden nuestras pesadillas y los monstruos más terribles. El descubrimiento le lleva a creer que incorporando todos los detalles propios de las fiestas navideñas (empleando el método científico) podrá aliviar su melancolía y el vacío que lleva en su interior. El problema es que no puede organizar la paz y el bien que la Navidad promete, sea porque se trata de una celebración artificial, o porque su condición le obliga a convocar el mal, por mucha intención que ponga en hacer lo contrario. Así, acaba secuestrando a Santa Claus, llevando el terror al mundo real y provocando que los niños reciban regalos traumáticos. Lo inquietante para mí de esta genial película (recomiendo de paso James y el melocotón gigante, del mismo director, sobre un cuento de Roald Dahl), es la incomprensión (al mismo tiempo tan sincera) de este ser mortal acerca de la Navidad. Se dedica a investigar a fondo los cuentos y los villancicos, y trata de mejorar los regalos, aunque no son lo suficientemente siniestros según su baremo. Sin embargo, se equivoca igual que lo hacemos nosotros cuando llegan estas fiestas: es incapaz de descubrir el elemento de fondo que hay tras el consumismo, las tradiciones, las felicitaciones impostadas y los encuentros familiares (muchos de ellos incómodos), la reflexión sobre la llegada del Salvador a este mundo. De manera que lo que en principio parece una idea excelente, da como resultado un absoluto fiasco.

 

Manuel Pérez Lourido

Gremlins (Joe Dante) es cine de palomitas directo en vena. Tiene todo: humor, guión, parejita, terror, Jerry Goldsmith en la banda sonora y Spielberg en la producción.

 

Feliz y perturbadora Navidad

La película exhibe un comienzo digno de estudio por el gabinete de Iker Jiménez: el padre del protagonista compra por Navidad a Mogwai (el primer gremlin) en la tienda de un chino. Ojo al dato. Es 1984 y los chinos y sus tiendas aún no habían tomado el mundo. Once años más tarde, nace en Glasgow la magnífica banda de rock (o post-rock, o space-rock si hay algún hipster leyendo) con el nombre del bicho. Mogwai significa «espíritu maligno» en cantonés. Toinnnnnng. Pero ese espíritu sólo sale a la luz cuando al bicho se expone a un foco de idem, o cuando se moja, o cuando se le alimenta pasada la medianoche (guiño a Cinderella, otro grupo de rock) (no, esto último es una broma dentro de otra).

Nota erudita: el término gremlin para nombrar a criaturas «retorcidas» fue popularizado por el padre de las criaturas retorcidas, Roald Dahl, en 1943 con una novela con el mismo título que la película.

Gremlins fue recalificada dos meses después de su estreno al ser denunciada por la violencia de algunas de sus escenas. Yo sólo recuerdo aquella en la que ponen en órbita a una anciana en silla de ruedas (y aún me entra la risa). Por lo visto, los gremlins eran un mordaz retrato de los afroamericanos. Devoraban pollo frito con las manos, escuchaban música negra, llevaban gafas de sol de noche («fai un sol de carallo» decíamos los gallegos por esos años) y gorras de visera... una película racista en toda regla. Eso aseguran algunos, con rostro taciturno.

Ojo al dato, melómanos, en la premiada banda sonora interviene el señor Peter Gabriel con el tema Out Out. Temazo, quise decir. Por si no quedaba claro que estamos hablando de un película muy, muy completa.

La escena más memorable de la cinta es un homenaje al séptimo arte. Me refiero al momento en que están todos los gremlins disfrutando como locos con una proyección de Blancanieves y los siete enanitos (criaturas...) y perecen achicharrados tras una explosión de gas provocada por «los buenos». Sniff. Sensaciones ambivalentes. Los gremlins eran malvados, pero muy divertidos...

La película planteaba mensajes éticos y morales: el bien y el mal conviven en el mismo envase, la responsabilidad personal, las consecuencias de nuestros errores... Recuerdo que me lo pasé muy bien en el cine y que hacía todo lo posible por disimularlo, pues su público eran críos y adolescentes y yo me estaba curando ya de esto último. Solía levantar una ceja, una cualquiera, cuando me hablaban de la peliculita. Y tal vez engolaba la voz para soltar una frase profunda y carente de significado (profunda en su estupidez, por tanto). Así era yo entonces.

Además le entusiasmaba a uno de mis hermanos más pequeños, que se quedó sin ahorros para verla varias veces, con lo que uno no tenía otra salida que la indiferencia impostada.

Another curiosity u otra curiosidad: el término gremlin en la jerga de editoriales, imprentas y correctores de texto hace referencia a aquellas faltas de ortografía, gramática o errores tipográficos que aparecen en una publicación después de haber sido repasada previamente varias veces.

En fin, que los gremlins son cosa de todos los días o que todos somos un poco gremlins.

 

 

Feliz y perturbadora Navidad

Noa Alarcón

Mi película navideña perturbadora favorita de todos los tiempos necesita una explicación previa. Mi abuelo se hizo con una interesante videoteca a principios de los años 90, en ese momento en que coincidió la aparición de los reproductores de VHS con el nacimiento de las televisiones privadas. Mi abuelo, que hacía años había trabajado en el cine, grababa películas clásicas, sobre todo bélicas y del oeste, que son sus favoritas. A mí me gustaban ya entonces las películas de Hitchcock y me las grababa si las echaban en la tele. Pero por alguna razón desconocida, también grabó está película de La 2 en una sesión de noche. Y como cuando íbamos a casa de mis abuelos básicamente lo que hacíamos era ver películas (o leer libros), esta la vimos varias veces. Siempre me dejaba muy turbada, pero aun así la volvíamos a ver. Se llama Hay que salvar a Papá Noel y es de 1989. El título original es Ernest Saves Christmas y también merece una explicación.

Imaginaos cómo se le podría hacer entender a un granjero de Kentucky, de los que tienen un campo de maíz o una granja de vacas y ven fútbol americano, quién es Chiquito de la Calzada y por qué era tan gracioso. Bien, pues eso es lo que pasa con Jim Varney y el personaje de Ernest, una especie de paleto histriónico del medio oeste americano, gesticulador y con un acento indescifrable, que se hizo famoso a mediados de los 80 haciendo anuncios en la televisión local de Nashville, Tennessee. El personaje creció hacia la televisión nacional e incluso llegó a tener su propia serie de televisión. Hizo un cameo en una película y protagonizó otra (Ernest Goes to Camp) antes de nuestra película navideña perturbadora favorita de todos los tiempos. Llegó a ser un actor famoso (él puso la voz a Stinky en las dos primeras de Toy Story), pero a finales de los 80 todavía no había dado el gran alto en Estados Unidos, así que menos famoso era aún para los niños españoles. Hay que salvar a Papá Noel servía, simplemente, para dar rienda suelta al personaje de Ernest en medio de un tema navideño, pero lo que los niños vimos en España (y sé que la echaron varias veces) era una historia sin pies ni cabeza y aquel tipo, Ernest, gesticulando y haciendo locuras mientras un Papá Noel viejo corría contrarreloj para poder pasarle el testigo de ser Papá Noel a otro señor antes de que acabara Nochebuena, porque si no se acababa la Navidad para siempre, mientras había perdido su saco mágico y su trineo y Ernest intentaba recuperarlo dando vueltas alrededor de la Tierra cual Superman en un trineo con renos voladores. La película no escatima en efectos especiales cutres y en giros de guión dignos de monos oligofrénicos, así que la recomiendo encarecidamente.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Preferiría no hacerlo - Feliz y perturbadora Navidad