Militancia política y cristianismo transfigurado en José Revueltas (III)

El conflicto enfrentó a creyentes católicos, en mayor o menor medida que, al compartir la misma fe, se vieron inmersos en una lucha que rebasó ampliamente su percepción de la realidad social del momento.

27 DE NOVIEMBRE DE 2014 · 22:45

José Revueltas, en una imagen de archivo.,José Revueltas
José Revueltas, en una imagen de archivo.

Roma era Dios y Roma era la iglesia. Pero aquí había otro Dios y otra Roma. El cristo de esta tierra era un Cristo resentido y amargado. Nadie descubrió, por ejemplo, unos años antes, cuando la guerra de los cristeros, que esa religión de Cristo Rey, que esa religión nacional, era otra, y que Roma al predicarla, al ejercerla coléricamente y con las armas en la mano, no hacía más que disolverse, reintegrándose a lo que siglos atrás había destruido cuando sobre los templos indígenas se erigieron los templos del duro, seco, inexorable y apasionado catolicismo. La religión de los cristeros era la verdadera Iglesia, hecha de todos los pesares, de todos los rencores, de toda la miseria de un pueblo oprimido por los hombres y la superstición.[1]

J.R., El luto humano (1943)

 

Estas palabras que usamos como epígrafe no brotaron de la pluma de un historiador de la religión, ni de un teólogo o un creyente heterodoxo, proceden de un escritor ateo, marxista militante que, sin casarse del todo con la idea de que la religión es el peor de los males de la humanidad. José Revueltas penetró como pocos en la sustancia de la religiosidad católica mexicana en su novela El luto humano, segunda de su producción, en 1943 (Premio Nacional de Literatura de ese mismo año), cuatro años antes de Al filo del agua, de Agustín Yáñez y doce antes de Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Importa mencionar estas fechas porque con esa obra se anticipó a muchos desarrollos posteriores de la narrativa mexicana, además de que trabajó impecablemente el tema del cristianismo católico en una época cercana aún a la llamada “guerra cristera” que enfrentó a sectores católicos conservadores con el gobierno federal a fines de la década de los años 20 del siglo pasado.

Octavio Paz, en el ensayo ya citado de 1943, cuestiona seriamente la visión de Revueltas expresada en esa novela y abunda en lo que, a su parecer, hace que desmerezca en cuanto esfuerzo serio por traducir la realidad histórica de México. Luego de situar la obra en el contexto posterior a la narrativa relacionada con la Revolución Mexicana y de resumir su contenido, asevera: “Una constante preocupación religiosa invade la obra: los mexicanos, piadosos por naturaleza, y enamorados de la sangre, han sido despojados de su religión, sin que la católica les haya servido para satisfacer su pétrea sed de eternidad”.[2] Y agrega, al especificar algunos elementos de la historia: “Adán, un asesino, que se cree encarnación de la Fatalidad, y Natividad, un líder asesinado, simbolizan muy religiosamente, el pasado y el futuro de México. Entre ellos se mueven los rencorosos mexicanos actuales y sus quietas mujeres representan la tierra, sedienta de agua y de sangre, bautismo que combina, junto a los ritos de fecundación agraria, el antiguo de los aztecas y el de los cristianos”.[3] Paz percibió muy bien los estratos religiosos que toca El luto humano y la manera en que se transfigura la religiosidad cristiana de la época de los guerrilleros cristeros, cuya fe no les impidió enfrascarse en una lucha fratricida con el ejército federal con sus mismos métodos e incluso peores.

Estos énfasis religiosos de la novela en cuestión han sido analizados por otros dos estudiosos desde diferente perspectiva, aun cuando coinciden en la importancia de la influencia de la Biblia y la religión para desarrollar el relato. Me refiero a Publio Octavio Romero, en 1975, y Pedro Trigo, en 1987, quienes han destacado la presencia del elemento religioso como columna vertebral del simbolismo narrativo. Romero, por ejemplo, señala, en la línea iniciada por Paz:

Más que un personaje de carne y hueso, Adán es la encarnación de la violencia y el odio irracionales; contrario a la imagen del Padre edénico, dador de vida, Adán es portador de la “... violencia ciega, [del] señorío sobre el destino, [de la] capacidad de destrucción sin límites. Era aquello representar el papel de destino; no sólo prestarse como ejecutor de sus designios, sino actuar como destino hecho carne y ser vivo. […] con el minuto crucial en las manos, todopoderoso, instrumento de la más alta e inconcebible soberanía”. Las analogías con el Adán bíblico abundan a lo largo de la novela: “Adán, el hijo de Dios. El primer hombre”; “Adán sin el machete, desnudo, sin la Parra, sin la hoja”, etc. El Adán de nuestra historia da muerte a Guadalupe, a Valentín, Gabriel, Natividad y la “Borrada”, su mujer, rehúsa procrearle hijos.[4]

 

Portada de 'El luto humano'.

Trigo, religioso español-venezolano que estudió El luto humano (como parte de un proyecto que abarcó 14 novelas de 12 autores de 8 países latinoamericanos escritas entre 1930 y 1970, en una tesis elaborada en 1980[5]) traza minuciosamente el ambiente creado por la guerra cristera en el marco de la presencia cristiana en México y afirma con exactitud: “La guerra de los cristeros había roto brutalmente la máscara centenaria de catolicismo ortodoxo y habría aflorado bruscamente la verdadera sustancia de la religión mexicana”.[6]

El conflicto enfrentó a creyentes católicos, en mayor o menor medida que, al compartir la misma fe, se vieron inmersos en una lucha que rebasó ampliamente su percepción de la realidad social del momento. Los gobiernos posrevolucionarios pugnaban por fortalecer su ideario y expandir el poder heredado de los caudillos que se extinguían. De ahí que las observaciones del narrador, citadas por Trigo, para delinear la religión genuinamente mexicana, la cristera, que no necesariamente cristiana, son completamente consecuentes con los sucesos descritos, como parte de una bifurcación eclesial, la romana y la “típicamente” mexicana: “Con seguridad los federales creían en Dios, en Cristo y en la Iglesia. Inexplicable entonces por qué peleaban, pues también ponían rabia, odio”.[7]

La confusión era generalizada, aun cuando el conflicto incluso llegó a partir al país, sobre todo en las zonas donde hubo enfrentamientos directos. La percepción de un trasfondo común es inquietante: “Los campesinos no entendían la diferencia, ya en el templo, frente a un sacerdote que oficiaba de la misma manera, con las mismas ceremonias y los mismos ritos que la Iglesia tradicional. En el fondo las dos Iglesias no hacían más que partir de un mismo sentimiento oscuro, subterráneo, confuso y atormentado, que latía en el pueblo , pueblo carente de religión en el estricto sentido pragmático de la palabra, pero religioso, uncioso, devoto, más bien en busca de la divinidad, de su divinidad, que poseedor de ella, que dueño ya de un dios”.[8] Es una magistral descripción del tipo de cristiandad que instauró el catolicismo desde la Conquista en el siglo XVI. Trigo continuará su análisis con peculiar profundidad.

 

[1] J. Revueltas, El luto humano. [1943] México, Ediciones Era, 1980 (Obras completas, 2), pp. 29-30.

[2] O. Paz, “Cristianismo y revolución: José Revueltas”, en Hombres en su siglo. Barcelona, Seix Barral, 1984, p. 143.

[3] Ibid., pp. 143-144.

[4] P.O. Romero, “Los mitos bíblicos en El luto humano”, en Texto Crítico, Xalapa, núm. 2, julio-diciembre de 1975, p. 84, http://cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/7229/2/19752P81.pdf.

[5] Cf. P. Trigo, La institución eclesiástica en la nueva novela latinoamericana. Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 1980.

[6] P. Trigo, Cristianismo e historia en la novela mexicana contemporánea. Lima, centro de Estudios y Publicaciones, 1987 (CEP, 85), p. 50.

[7] J. Revueltas, El luto humano, p. 169.

[8] Ibid., p. 171. Énfasis agregado.

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