Militancia política y cristianismo transfigurado en José Revueltas (I)

Los títulos de muchas de sus obras manifiestan algo que se ha señalado persistentemente: una orientación religiosa convertida en pasión revolucionaria: 'Dios en la tierra' (1944), 'En algún valle de lágrimas' (1956), 'Los motivos de Caín' (1957), 'La palabra sagrada' (1960).

13 DE NOVIEMBRE DE 2014 · 22:50

José Revueltas, en imagen de archivo. ,José Revueltas
José Revueltas, en imagen de archivo.

Una masa que de lejos parecía blanca, estaba ahí compacta, de cerca fea, brutal, porfiada como una maldición. “¡Cristo Rey!”. Era otra vez Dios, cuyos brazos apretaban la tierra como dos tenazas de cólera. Dios vivo y enojado, iracundo, ciego como él mismo, como no puede ser más que Dios, que cuando baja tiene un solo ojo en mitad de la frente, no para ver sino para arrojar rayos e incendiar, castigar, vencer.[1]

J.R., “Dios en la tierra”

 

Con José Revueltas, novelista, ensayista y guionista de cine, se completa la trilogía de escritores mexicanos nacidos en 1914 (el 20 de noviembre, fecha por demás emblemática, pues fue el inicio de la Revolución mexicana). Los otros dos son Octavio Paz y Efraín Huerta. Las celebraciones y publicaciones de estos días vienen a completar un año pródigo en eventos de divulgación y recuperación, en su caso, de una obra literaria un tanto marginada debido a su orientación ideológica y política inquebrantablemente marxista y dirigida al cambio social desde las luchas revolucionarias con una pasión casi mística, a tal grado que su amigo Paz lo definió alguna vez como “uno de los mejores escritores de mi generación y uno de los hombres más puros de México”.[2]

Originario de Santiago Papasquiaro, Durango (norte del país), su vida y obra estuvieron marcadas por una militancia política sumamente precoz que lo llevó muy joven a la cárcel y que plasmaría en su libro inicial, Los muros de agua (1941), resultado de su estancia en la prisión de las Islas Marías (frente a la costa occidental de México). Miembro de una familia de artistas, en la que sobresalen sus hermanos Silvestre, músico notable, Fermín, pintor, y Rosaura, actriz, su labor literaria jamás abandonó la vocación de la crítica social acompañada de una peculiar capacidad para profundizar en los dramas humanos descarnados, lo cual se puede constatar desde su ya mencionado primer libro hasta El apando (1969), testimonio implacable de otra estancia carcelaria donde lo relatado adquiere una intensidad y una sordidez impresionantes.

En la “Advertencia” a su biografía de Revueltas, Álvaro Ruiz Abreu describe en grandes algunas características de este escritor sui generis:

Ésta es la historia de un escritor y un militante político que empezó desde muy joven una acción apasionada por redimir al hombre y a la sociedad aunque él se hundiera en el sufrimiento, el fracaso o la ruina. Su vida atraviesa en línea recta el siglo XX y, como sucede con los místicos o los redentores sociales, fue rebasado por ella. José Revueltas representa para la literatura mexicana una ruptura y un avance; lo primero debido al mundo cerrado, nihilista, que concibió en su obra bajo la guía del existencialismo dostoievskiano en una época —los años cuarenta— marcada por la novela costumbrista atenida al indio, la tierra y al dualismo civilización y barbarie..[3]

 

Portada de 'Los muros del agua', José Revueltas.

Sumamente atento a cuestiones teóricas (políticas y estéticas), desarrolló sus ideas en los relatos y ensayos que lo ubicaron en la primera fila de la literatura mexicana, no sin dejar de causar polémica por su estilo “descuidado”, lo que lo emparentó con otros autores latinoamericanos como Roberto Arlt o Felisberto Hernández.

Sobre sus aportaciones a la narrativa mexicana posterior a la Revolución, enfrascada en salir del ámbito meramente rural, y específicamente en cuanto a los recursos que utilizó, Ruiz Abreu agrega: “El avance se deriva del hecho de haber experimentado con el tiempo de la novela, exponiendo técnicas que incluían el monólogo interior, la fragmentación del relato, la evocación como memoria del hombre dividido, el reflejo de las actitudes inconscientes del personaje a través de su divorcio con la realidad”.[4] No debe olvidarse que Revueltas publica algunas de sus grandes novelas (El luto humano, 1943, o Los días terrenales, 1949) antes de que Juan Rulfo irrumpiera en el panorama hispanoamericano.

Acerca de su proyecto narrativo como tal, Evodio Escalante escribió uno de los mejores balances a partir de un concepto propiamente revueltiano, el “lado moridor” (o realismo materialista-dialéctico, en términos más “ortodoxos”), es decir, la realidad abordada sin concesiones.[5] De este modo lo explica Revueltas:

Dejarse la realidad que la seleccionemos. ¿Qué significa esto? Significa que la realidad tiene un movimiento interno propio, que no es ese torbellino que se nos muestra en su apariencia inmediata, donde todo parece tirar en mil direcciones a la vez. […] Dicho movimiento interno de la realidad tiene su modo, tiene su método, para decirlo con la palabra exacta. (Su “lado moridor”, como dice el pueblo.) Este lado moridor de la realidad, en el que se la aprehende, en el que se la somete, no es otro que su lado dialéctico: donde la realidad obedece a un devenir sujeto a leyes, en que los elementos contrarios se interpenetran y la acumulación cuantitativa se transforma cualitativamente.[6]

Los títulos de muchas de sus obras manifiestan algo que se ha señalado persistentemente: una orientación religiosa convertida en pasión revolucionaria: Dios en la tierra (1944), En algún valle de lágrimas (1956), Los motivos de Caín (1957), “La palabra sagrada” (1960). En diversos momentos y matices, como veremos aquí, la crítica ha señalado las tendencias religiosas de Revueltas.

Así (y sin ánimo de hacer un recuento exhaustivo), desde muy temprano fue el propio Octavio Paz quien apuntó en esa dirección, lo mismo que, años más tarde lo harían, entre muchos más, Pedro Trigo (desde un espacio teológico específico), Edith Negrín, Christopher Domínguez Michael, José Ramón Enríquez y, más recientemente, José Manuel Mateo. Enríquez, escritor creyente, en un ensayo memorable ha calificado a Revueltas como “un teólogo” y “un cristiano ateo” y agrega: “…estoy cierto de que lo es y de que la visión de Dios y Cristo desde la incredulidad es lo suficientemente enriquecedora, no sólo para el análisis de las ideologías, sino también para la vida de fe de los propios creyentes; lo suficientemente enriquecedora como para reducirla y perderla en ‘exégesis’ simplonas e irrespetuosas. Revueltas ha enriquecido mi fe, precisamente porque él no la tuvo”.[7]

Sobre esta visión de Enríquez y sus fuentes en un texto inicial de Revueltas abundaremos en la siguiente entrega.

 

[1] J. Revueltas, “Dios en la tierra”, en Dios en la tierra. México, Ediciones Era, 1979 (Obras completas, 8), p. 15.

[2] O. Paz, Posdata. México, Siglo XXI, 1969.

[3] Á. Ruiz Abreu, José Revueltas: los muros de la utopía. México, Cal y Arena, 1992, p. 7.

[4] Idem.

[5] E. Escalante, José Revueltas: una literatura del “lado moridor”. México, Ediciones Era, 1979.

[6] J. Revueltas, “A propósito de Los muros de agua”, en Los muros de agua. México, Ediciones Era, 1978 (Obras completas, 1), p. 19.

[7] J.R. Enríquez, “Dios, Cristo y cíclope”, en La Jornada Semanal, 18 de junio de 1989, pp. 22-23; en E. Negrín, sel. y pról., Nocturno en que todo se oye. José Revueltas ante la crítica. México, Era, 1999, p. 265.

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