Y el cuadro que cuelga en la iglesia, ¿de qué sirve?

La escritora Noa Alarcón y el escritor Daniel Jándula publican No sigas leyendo, un manifiesto en forma de libro que vindica el lugar de la cultura en la iglesia actual. 

Jonatán Soriano

BARCELONA · 13 DE MARZO DE 2019 · 18:00

Portada del libro No sigas leyendo, de Noa Alarcón y Daniel Jándula. / Suburbios,
Portada del libro No sigas leyendo, de Noa Alarcón y Daniel Jándula. / Suburbios

Observando el cuadro que cuelga en medio del recibidor de la iglesia, que recuerda a aquellos grandes gritos de la abstracción de mediados del siglo pasado, alguien afirma: “La verdad es que no lo entiendo, pero me gusta, y también que esté aquí”. Esta escena puede recordar que la cultura forma parte de la iglesia, y eso es algo que parece poco discutido. Domingo tras domingo, miles y miles de comunidades locales se reúnen para cantar unas canciones que toman inspiración de la poesía hebrea. También, para predicar acerca de textos con una motivación contextual muy distanciada de la actual. Y la norma hermenéutica exige sensibilidad ante el abismo del espacio-tiempo. Ahora bien, ¿hasta qué punto hay una conciencia de ello? Y, sobre todo, ¿cuál es el lugar de la creación y la expresión artística en la iglesia?

“La iglesia gana cuando conoce a fondo su cultura y se integra en ella”, asegura Daniel Jándula, autor junto a Noa Alarcón de No sigas leyendo. Un llamado cultural para la iglesia contemporánea. Este manifiesto, en forma de libro y editado por Suburbios, busca transmitir la visión de que “el arte hecho por una persona de fe es una voz profética que sale de la iglesia pero que se dirige al mundo”, según señala Alarcón. 

Una publicación cargada de intenciones pero que no se debe a un momento concreto. “El libro lleva años en proceso de creación, a partir de nuestras experiencias y nuestro viaje de fe trabajando en la cultura”, remarca Alarcón, que añade que “si lo que hemos vivido en los últimos diez o doce años sirve para los que vienen ahora, pues así es como también se hace iglesia, compartiendo y creciendo juntos”. Ambos escritores comparten  entusiasmo ante la apreciación de no ser “los únicos a los que Dios está llamando a servirle en el mundo cultural”. “Se ha avanzado mucho en la idea de que hace falta buscar la excelencia, y cada vez más se intenta dejar de lado el conformismo o la resignación, incluso el victimismo, inherentes a toda comunidad que se ve a sí misma como pequeña e irrelevante. La iglesia es cada día más necesaria, y las personas son muchísimo más receptivas al mensaje del evangelio de lo que nos creemos.”. 

 

Una cita del libro. / Suburbios

EN CONTRA DEL ABSOLUTO DE LOS ÚTILES

“Se nos convenció de que no debíamos aspirar a nada más que a ese ocio vacío, porque nuestro tiempo era algo que “pasar”, o que “gastar”, desde que salíamos del trabajo hasta que volvíamos a él”, puede leerse en un fragmento del libro. La asignación de diferentes grados de utilidad a los elementos que conforman la realidad, y el uso y la dedicación de estos en función de esa asignación previa, es algo que afecta también a las iglesias y por lo que, en parte, los autores justifican, y lamentan, la irrelevancia a la que se ha desplazado a la cultura dentro de determinadas comunidades. “Tenemos carteles publicitarios en la calle, anuncios constantes en televisión, en libros y revistas, que nos recuerdan los principios de la sociedad donde vivimos, que nos insisten constantemente en las ‘verdades’ del mercantilismo, el utilitarismo de todo lo que atañe al ser humano”, alerta Alarcón. “No tenemos carteles en la calle que nos recuerden el mismo número de veces los versículos bíblicos, ni las verdades eternas. Esas las tenemos que llevar nosotros encima todos los días. Si desistimos o descuidamos ese llamado del cristiano a recordar la verdad de Dios en todo momento y lugar, pues la alternativa es caer bajo el imperio publicitario”, remarca. 

Se trata de una visión que trasciende la simple defensa del cuadro que cuelga de la pared de la escuela dominical, o de la joven que estudia literatura en la universidad y no tiene a nadie alrededor para hablar de ello, como elementos igual de importantes que la compra semanal del pan para la santa cena. En No sigas leyendo se aboga por incorporación de la necesidad cultural a la conciencia de la iglesia. “La creación artística es inseparable de la oración, y ambas cosas son un lenguaje vivo, ambas requieren práctica y continuidad”, considera Jándula. “¿Cómo se llega a una sociedad si no se la conoce, sin tener idea de cuáles son sus necesidades?”, se pregunta, comparando “el trabajo cultural” de la iglesia con el ejercicio de la semilla en la parábola del sembrador. “Creo que nuestra sociedad aún funciona con algunos sistemas intelectuales arcaicos, y la Biblia es especialmente eficaz renovando nuestra cosmovisión”. 

 

ROOKMAAKER, IN MEMORIAM

Como una creación totalmente independiente, No sigas leyendo recupera, sin embargo, elementos que el profesor holandés Hans Rookmaaker ya plasmó en su obra. En su publicación póstuma El arte no necesita justificación, Rookmaaker hace un llamado a reconsiderar la necesidad de una reflexión teológica, en cuanto a la relación del cristianismo “con las cuestiones culturales”, como punto de partida de un proceso que ha de acabar llevándonos (a la iglesia) a implementar la visión bíblica en nuestra relación con el mundo que nos rodea. “Lo que dice Rookmaaker seguirá siendo válido, porque Dios no hace campañas de marketing, sino que trabaja a través de verdades inmutables”, remarca Alarcón. 

Esta sensibilidad hacia la sociedad, en la cual la iglesia también ocupa un lugar, se contempla en las páginas de No sigas leyendo. “No me canso de recordar que una iglesia no es tan distinta a la sociedad en la que está plantada, que son nuestros prejuicios hacia el exterior los que nos dan la impresión de que hay una distancia enorme entre el ‘mundo secular’ y el eclesial; estoy convencido de que si sentimos que hay una diferencia hasta el punto de que nos parece llevar una doble vida, se trata en mayor medida de un problema nuestro”, apunta Jándula. Cinco años después de comenzar a pensar el libro, sus autores han recibido ahora, no sin sorpresa, pedidos fuera de España. “Se han pedido bastantes ejemplares también en Latinoamérica, así que quizá el cambio al que apela no sea exclusivamente de aquí de España, sino a algo más amplio que abarque lo hispanohablante”, explica Alarcón con prudencia. “Dios trabaja en otra dimensión de las cosas, y hemos hecho el libro con la propuesta de que le sea útil a él, para su reino, y que él lo distribuya y utilice como mejor quiera”, reitera.

 

Jándula y Alarcón, durante la presentación de la plataforma cultural Suburbios, que edita el libro. / Jordi Torrents

La escritora destaca la relevancia de la expresión artística para tirar adelante la misión y defiende el arte como “una puerta abierta a hablar de realidades espirituales, de la presencia de Dios, y acabar hablando de Cristo en medio de la sociedad, donde es más valiente y osado hacerlo, porque es donde menos costumbre hay. Y la iglesia, que no queda fuera de la ecuación, “puede ir resolviendo sus otras urgencias; lo que tiene que hacer con el artista es dejarle espacio, animarlo, quererlo, cuidarlo, discipularlo en la verdad, y darle todo el ánimo y toda la libertad creativa posible”, señala. 

Para Jándula, parte de esta aproximación cultural a la sociedad pasa por una renovación de la identidad de muchas iglesias, en alusión a su fundación a manos de “misioneros norteamericanos o europeos de corte puritano”. “Es un error pensar que lo que una vez fue hecho, y fue bueno hasta cierto punto, se tiene que perpetuar en una sociedad que ha cambiado más rápida y drásticamente de lo que podemos digerir”, observa recordando la capacidad de adaptación de Pablo ante sus tan diversos públicos durante sus viajes misioneros.

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