“La indiferencia ante el que sufre nos vuelve pobres”

El poeta Alfredo Pérez Alencart presentó en Salamanca su última obra, ‘Los éxodos, los exilios’, junto a un compendio de estudios y ensayos sobre su poesía en el que participan 60 autores de todo el mundo.

Daniel Hofkamp

28 DE SEPTIEMBRE DE 2015 · 09:47

Alfredo Pérez Alencart. Foto: Pablo Rodríguez,alfredo perez alencart
Alfredo Pérez Alencart. Foto: Pablo Rodríguez

Un poeta –dice Alfredo Pérez Alencart- escribe un único poema durante su obra entera”. Esta premisa se desarrolla en la última obra de Alfredo Pérez Alencart, donde el poeta se acerca a uno de los temas que no sólo ha explorado durante muchos años, sino que vuelve a estar de ferviente actualidad.

En Los éxodos, los exilios Alencart expone “clamores y plegarias en favor de los seres humanos que por necesidad deben salir de sus lugares de origen, foráneos dentro o lejos de su propio país”, explica en una entrevista concedida a Protestante Digital.

Esa producción poética no sólo es reconocida, sino estudiada en profundidad en Alencart, poeta de todas partes, donde 60 autores de diversas partes del mundo analizan la obra del poeta hispano-peruano.

 

PRESENTACIÓN EN SALAMANCA

En el Colegio Mayor Fonseca de la Universidad de Salamanca se presentaron, el pasado sábado 19, los libros Los éxodos, los exilios (Fondo editorial de la Universidad de San Martín de Porres, Lima, 2015), de Alfredo Pérez Alencart; y Alencart, poeta de todas partes (Hebel Ediciones, de Santiago de Chile, y Editorial Betania, de Madrid, 2015, pp. 421), coordinado por Enrique Viloria Vera, con ensayos y notas sobre Los éxodos, los exilios, escritos por sesenta autores de veintiún países.

Ambos libros llevan pinturas de Miguel Elías, también profesor de la Usal y Premio ‘Unamuno, amigo de los protestantes’, concedido por Protestante Digital este mismo año.

 

Alencart, Carlos Palomeque, Enrique Cabero y Miguel Elías. Foto: José Amador Martín

En el acto, además del poeta Alfredo Pérez Alencart, estuvieron Carlos Palomeque, Enrique Cabero, Miguel Elías y A. P. Alencart, y estuvo organizado por el Departamento de Derecho del Trabajo y Trabajo Social de la Usal y por la Sociedad de Estudios Literarios y Humanísticos de Salamanca.

 

Pregunta. Tu libro “Los éxodos, los exilios” es tema de estudio para 60 autores de 21 países. ¿Cómo siente el poeta ante la mirada atenta y profunda de otros?

Respuesta. Me siento felizmente espiado, remecido por los múltiples abordajes a los que ha sido sometido mi poemario, que, por cierto, también aglutina dentro de sí a distintos libros, cinco, con diferentes voltajes líricos, con situaciones y tiempos varios que se amalgaman como un todo siempre en favor del ser humano que sufre cuando se ve obligado a salir de su patria primera o de su terruño natal, bien sea por hambres, guerras o persecuciones derivadas de intolerancias políticas y/o religiosas.

Y claro, me siento un privilegiado por esta suma de talentos y miradas que han escudriñado ‘Los éxodos, los exilios’. Ahora bien, este privilegio lo entiendo desde la amistad para conmigo, y desde la solidaridad para con los demás. Estimo que la inmensa mayoría de autores también se sensibilizaron con el tema, tan lacerante siempre, pero más en estos meses previos y en estos días que vendrán.

 

“La indiferencia ante el que sufre nos vuelve pobres”

Quien tuvo la idea fue Enrique Viloria, profesor universitario y escritor venezolano. No me sorprendió que empezara esta ‘cruzada’, pues su generosidad es extrema y ya en 2006 publicó, en la madrileña editorial Verbum, un libro de ensayo sobre mi obra, titulado ‘Alencart, la poética del asombro’. Y ahora, para ‘Alencart, poeta de todas partes’, se sumaron dos editoriales: Betania, de Madrid, y Hebel, de Santiago de Chile, a cuyos directores agradecí (y agradeceré) la jubilosa acogida al trabajo compilatorio de Viloria.

En definitiva, me siento profundamente conmovido porque tantos y tan buenos escritores hayan reflexionado sobre lo que pergeño y sobre cómo lo vierto en el poema. Esta riqueza es a la única que aspiro.

 

P. En este volumen de ensayos también he visto que hay escritores protestantes...

R. Este hecho tangible y sentible es otro motivo de satisfacción, porque la hermandad se ha visto traducida en opinión, en búsquedas del trasfondo bíblico que hay en mi poesía. Así, por ejemplo, Plutarco Bonilla ha escrito un rotundo ensayo de 24 páginas en torno al tema. O el chileno Marcelo Gatica, que desde Estonia envío un riguroso trabajo exegético de veinte páginas, el cual fue elegido por Viloria para ir al principio del libro. Y qué decir de la emoción que siento al leer los aportes de mis admirados Samuel Escobar, Juan Antonio Monroy, Luis Rivera Pagán y Stuart Park.

Los hermanos debemos estar juntos en las buenas y en las malas, y más todavía cuando se trata de clamar por los demás, tal como hacían los poetas-profetas bíblicos, siguiendo los mandatos de justicia aprendidos del Verbo.

 

P. El éxodo es algo que has vivido en experiencia propia. ¿Es esa vivencia personal la que nutre tu poesía en Los éxodos, los exilios?

R. Sí y no. Sí, porque una de las partes, titulada ‘Pasajero de Indias’, trata de mi retorno al pueblo de Cabañaquinta, en Asturias, buscando los rastros de mi abuelo emigrante. Sí, porque hay también algunos otros poemas de los cuadernos segundo y tercero que reflejan algunos pasajes míos o de mi familia española o brasileña. Pero no, en cuanto al inmenso cántico desgarrado de todo el resto del libro, siempre pensando en el otro, en sus dramas, en sus esperanzas, en sus logros. Trato de dar voz a los que no tienen posibilidad de expresarse, a quienes se les conculca lo más elementales derechos inherentes a la dignidad humana. No podemos estar hablando hasta la saciedad de la vida cuando no nos importa que mueran miles de seres humanos, cuando no hacemos nada para no sufran los niños que no encendieron el fuego de este desastre, cuando sabemos de muchas mujeres refugiadas están abortando sin quererlo, por el excesivo esfuerzo de su éxodo…

 

“La indiferencia ante el que sufre nos vuelve pobres”

Lo mío no puede considerarse un éxodo, pues fue un transtierro deseado. Fui un emigrante cultural que quiso volver a la España de sus abuelos asturianos y gallegos para realizar el doctorado. Podía haber elegido cualquier otro país, pero vine aquí por voluntad propia, como primera opción y no como última o desesperada. Y me quedé en Salamanca, en su vieja Universidad, porque los compañeros de la Facultad así me lo propusieron. Soy un auténtico privilegiado; eso lo tengo muy asumido, y por eso no me escondo cuando de ayudar al otro se trata. Tengo un razonable orgullo por ser un mestizo que no reniega de sus múltiples orígenes, como tampoco me avergüenzo de ser el último de la fila siguiendo los pasos del Amado galileo.

Por eso todas las vivencias de quienes desesperados salen de sus patrias las hago mías. Como cristiano no puedo ni quiero permanecer callado.

 

P. Tengo delante “Corazón de cinco esquinas”, libro en el que participabas con dos artículos. Empezabas uno de ellos diciendo: Pertenecemos a pueblos que no pueden (no deben) olvidar nunca el ‘hoy por ti, mañana por mí’. ¿Cómo podemos recuperar esa memoria para nuestras familias, comunidades, sociedades tan ajenas a veces al drama del otro?

R. Leyendo la Biblia. No existe mejor compendio de instrucciones contra la desmemoria crónica de pueblos que se sienten grandes cuando otrora no tenían ni qué comer. Pero hablo de leer de verdad, con todas sus implicaciones, con todos sus mandatos. No hablo de esa lectura para aprenderse de memoria versículos que luego pocos practican. Hablo de leer en voz alta, en casa y en el púlpito, los cientos de versículos que cuestionan a quien no se apiada del otro, a quien abusa del emigrante… No olvidemos que hasta casi ayer había muchos hermanos a quienes les molestaba que la sanidad pública auxiliara a los emigrantes indocumentados, pero se desgañitaban en marchas favorables a la vida (sic).

Parece pueril decir esto, pero qué difícil es ser cristiano cuando no has entrañado que tu propio Jesús tuvo que ser llevado al exilio cuando peligraba su vida, como los miles y miles de niños que ahora huyen con sus padres por temor a la muerte. 

Leer y practicar los mandatos bíblicos en su real dimensión, ése el mejor antídoto contra el aparente olvido. Y es que en cuanto a lo acomodaticio y a la burbuja de las cuatro paredes, habría que reevangelizar a muchos que se estiman impolutos.

 

P. “Éxodo”, “inmigrante”, “refugiado”, son palabras de de repente resuenan en la actualidad informativa. ¿Crees que en Europa hemos mirado hacia otro lado ante esta realidad hasta que la hemos visto en nuestra puerta?

R. Tras haber saqueado África, no sólo sus recursos naturales, sino también humanos, con el tráfico de esclavos que beneficiaron a muchos que se decían cristianos, protestantes en Estados Unidos o católicos en la América hispana, ahora les ponemos vallas y los corremos… Hay mucha hipocresía histórica en todo esto.

Estamos instalados en la comodidad y el egoísmo. Entiendo que lo que en realidad nos vuelve pobres es la indiferencia, el desdén ante el sufrimiento de los demás. Claro que tenemos problemas cotidianos, pero somos unos privilegiados si nos comparamos con aquellos que pugnan por salvar sus vidas y las de sus hijos. Mejor preocuparnos por los otros, máxime si nos decimos cristianos, que esperar un viraje de la órbita del drama y éste se aposte ante nosotros y no haya nadie que venga en nuestro auxilio.

 

Un momento del acto. Foto: Alejandro López

P. Leo en ‘Los éxodos, los exilios’ estos versos: Todo resulta hostil y convulso y perentorio: el hombre/ acorrala al hombre pues le ciega el lodo del patriotismo/ estéril. Enteros se mastican los odios/ en medio de avalanchas y guardianes fronterizos…”. Si no supiera que los poemas de tu libro han sido escritos a lo largo de dos décadas creería que reflejan la actualidad del éxodo sirio, principalmente…

R. Después de veinte años de escritura y reescritura decidí exponer mis clamores y plegarias en favor de los seres humanos que por necesidad deben salir de sus lugares de origen, foráneos dentro o lejos de su propio país.

Por lo tanto, lo mío es dérmico y no epidérmico. Lo mío sólo se apaciguará cuando esté con el Amado galileo. Mientras tanto, anoto lo que siento y lo que pienso. Esos versos que señalas los escribí hace quince años. Y es que la poesía debe tratar de trascender lo anecdótico y expresar aquello que atañe al hombre así pasen décadas o centurias. Precisamente esos versos forman parte de un largo poema que, sin citarlo, trata de la dramática situación de cien mil refugiados albanokosovares en la hondonada de Blace, en 1999. La historia de la humanidad está preñada de migraciones forzadas. Pero no aprendemos o no queremos aprender.

La poesía no es un lujo del hombre, como equivocadamente creen muchos, sino es la voz del alma escanciada para dar cuenta de todo aquello que en verdad atañe al hombre.

 

P. Alfredo, para finalizar nos gustaría que recomiendes a nuestros lectores un poema que, desde tu punto de vista, resume todo tu libro.

R. Un poeta escribe un único poema durante su obra entera. Cierto es que lo va matizando, moldeando hacia un lado u otro, pero siempre será un poema-río con un delta de muchos brazos. En mi poesía lo que lo amalgama todo es el Amor, en todas sus vertientes. En tal sentido no sólo te complazco diciendo el título sino que te autorizo para que reproduzcas “El viaje”, que es el poema inicial y que condensa lo que se puede encontrar en los cinco cuadernos o libros en los que se vertebra ‘Los éxodos, los exilios’.

 

EL VIAJE

Sé que en este viaje llevas el corazón hecho pedazos
y sé que vas diciendo
que ningún obstáculo te impedirá llegar a tu destino.

 

Un rayo ardiendo en la noche
para sacar brillo al faro de tu necesidad. Yo sé
que ahora dudas del inmenso ojo de la vida,
¡así, con tu puño lleno de hojas secas!, ¡así, con una rama
haciéndose ceniza!, ¡así, blasfemando hasta que
se te calienta el cráneo!

 

El pecho jadeante de la espera, lejos de varitas mágicas,
cerca del sudor fronterizo con signos de impiedad.
Gritas: “¡Abridme, aunque no tengáis
simpatías por mi llanto!”.

 

Sé que estás saliendo con una linterna sin bombilla
y sé que no te laceran las amonestaciones,
los vehementes reparos, el polvo que acumulas en tu
rostro. ¡Cuánto
padecer por lejanías! ¡Y qué del desgarro
por ir tras endebles o apetecibles trofeos!

 

Como un hombre enceguecido
esperas múltiples crucifixiones: allí, allí, allí…
Y gritas: “¡Dejadme un abrevadero donde mis labios
sacien su sed!”.

 

Sé que en este viaje llevas el corazón hecho pedazos.

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