‘Fito’, de la droga a policía y pastor evangélico

Delfín Roberto Vergara, ‘Fito’, es ahora feliz como policía y pastor evangélico, tras una juventud maltrecha por la droga.

VITORIA · 12 DE ABRIL DE 2012 · 22:00

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Delfín Roberto Vergara –Fito- en la actualidad.

Hay historias cotidianas que merecen ser contadas. Una de ellas es la de Delfín Roberto Vergara –Fito desde bien pequeño por deseo de una de sus tías-, uno de los agentes que forman la plantilla de la Policía Local de Vitoria. Este vitoriano de 56 años es también -él prefiere decir "sobre todo"-, ministro de la Iglesia Evangélica, un predicador por partida doble en la parroquia gasteiztarra de San Miguel de Atxa y en la de Arrasate, en Gipuzkoa. Su carácter abierto y jovial le hacen ser muy querido por quienes comparten con él momentos de oración, ocio o trabajo. Es feliz y tiene paz, aunque no siempre ha vivido de esta manera. Fito tuvo una infancia sin mayores sobresaltos, estudiando en el colegio Samaniego y "acudiendo a misa y rezando el rosario a diario. Era la época en que cantábamos el Cara al sol antes de entrar a clase", recuerda. Con 15 años pasó a Jesús Obrero y todo parecía discurrir plácidamente para el pequeño de una familia de cinco hermanos bajo el manto protector de una madre "amantísima". Pero la rebeldía innata de la adolescencia lo llevó a dejar los templos y a compartir tiempo con sus amigos, de verbena en verbena. A los 17 años ya era un bebedor consumado y había decidido que le llenaba lo superficial de la "fiesta mundana". EL MUNDO DE LA DROGA La mili, como para otros jóvenes, supuso el despegue hacia el desenfreno. "En Madrid, conocí a un chico de Vitoria y con él, aprovechando los rebajes de fin de semana, entré en la movida de las drogas que comenzaba a darse en varios bares de la calle Zapatería". Hizo sus primeros pinitos con los porros y en poco tiempo progresó hacia los ácidos y pasó a tontear con la heroína. Se sentía rey de reyes, con los mejores amigos y las chicas más guapas a su vera. Recuerda que, además de las drogas, les gustaba mucho el fútbol. Organizaron un partido "de viejas glorias contra jóvenes promesas en el que la apuesta eran 24 posturas de hachís y cada postura costaba 1.000 pesetas de la época. Éramos unos inconscientes", señala con pena. De forma progresiva, empezó a notar los primeros destellos que le hicieron intuir que se aproximaba al declive físico y mental, sobre todo, cuando "comencé a ver en la tele una película y, a la vez, en mi cabeza había dos argumentos diferentes, o los días que tenía que bajar las persianas porque creía que me disparaban desde los pisos de enfrente". Llegado a ese extremo, la situación familiar pasó a ser, en sus propias palabras, "horrible". En el trabajo no le iba mejor. "Me dijeron que cuánto quería por marcharme y me dieron nada más y nada menos que 250.000 pesetas; ese dinero me duró dos meses y, cuando se acabó, también se fueron los colegas". De aquel tiempo apenas le quedan amigos; la inmensa mayoría ha muerto por el sida y otras enfermedades. Los que siguen aún vivos están muy castigados, con el cuerpo presente, pero la mente ausente. “FITO, DIOS TE AMA” La penosa realidad en que se había convertido su existencia cambió el día en que "un conocido al que pasaba costo” le dijo delante de todos: "Fito, Dios te ama, Dios puede cambiar tu vida". “Me dio una vergüenza tremenda y le dije que me dejara en paz –recuerda hoy- Me dejó el Evangelio de Juan y algunos otros textos y se fue". El contacto entre ambos siguió "por insistencia de él" hasta el día en que juntos acudieron a una reunión evangélica "en una lonja destartalada de Bilbao". Allí Fito se encontró con muchos jóvenes que escuchaban predicar a un pastor finlandés. "Al principio, ante todo lo que decía, yo ponía un escudo, pero llegó un momento en que me sentí reflejado en sus palabras y acabé levantando la mano para decir que necesitaba su ayuda". Al llegar a casa, abrazó a su madre y nunca más volvió a consumir drogas. Tenía 23 años cuando se bautizó. Pronto encontró trabajo en una clínica como celador. Relata que "un domingo por la tarde estaba en la centralita y vi cómo dos chavales rompían los cristales de los coches y robaban en su interior. Llamé a la Policía Nacional y tardaron un montón en llegar. Cuando lo hicieron, detuvieron a los chicos y me llevaron con ellos en el mismo coche a la comisaría de Olaguíbel, aguantando sus insultos. Me pareció que no habían sido muy profesionales y pensé que yo podía hacerlo mejor". Dicho y hecho, al poco, el Ayuntamiento de Vitoria convocó oposiciones para incrementar la plantilla de municipales y en unos meses pasó a ser un agente de la autoridad. A TIEMPO Y FUERA DE TIEMPO No ha olvidado nunca cómo logró salir de las tinieblas y, por eso, no pierde ocasión de hablar con quien quiera escucharle de la bondad de Jesucristo. Predica insistentemente y ello le ha llevado a tener algún que otro encontronazo con sus jefes de la Policía, quienes incluso le amenazaron en una ocasión con la expulsión del Cuerpo. Lo cuenta con ese humor que mantiene ante cualquier adversidad y que no siempre es bien entendido. "Yo veo entre mis compañeros que, cada vez que hay selección de nuevos destinos, están nerviosos, tensos. En las periódicas ofertas a la plantilla he escogido los más variopintos puestos, aunque no existan, como, por ejemplo, guarda del colegio Juan Ramón Jiménez con derecho a huerta, chófer del alcalde, motorista de moto con sidecar o capellán de la Policía Local. No suelen entender que lo hago con la intención de quitar hierro al asunto y por eso me han dado muchas veces los peores trabajos, diciendo que ya están hartos de mis bromitas", señala entre carcajadas. Tras 27 años de policía municipal, Vergara reconoce sin tapujos que "soy feliz ayudando a la gente, porque aquí tratamos con personas que llegan, por el motivo que sea, destrozadas y necesitan ser calmadas y que les demos ánimo". Aprovecha cada minuto de su tiempo. Ora y labora. Las horas ejerciendo de policía no le supone un obstáculo para dedicarse a su verdadera pasión, la de pastor de almas. De ser un devoto feligrés, llegó hace ocho años a convertirse en ministro evangélico. "Yo no soy otra cosa que servidor de Dios", puntualiza para quitar pompa al cargo. Él es el encargado de organizar las ceremonias y para ello cuenta con el apoyo incondicional de una familia -esposa y tres hijas-. Para ellas, Roberto Vergara, su Fito, encarna la historia de una persona que continuamente camina hacia una vida más plena.

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