«Señor, haz que llueva»: pudieron perderlo todo en un incendio

Un incendio obliga a desalojar a trescientos vecinos de sus casas en el barrio de O Portiño, de mayoría evangélica.

A CORUÑA · 24 DE JULIO DE 2011 · 22:00

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El poblado de O Portiño, un asentamiento de 69 viviendas humildes del extrarradio coruñés, hogar de mariscadores y vendedores ambulantes, se libró por los pelos de quedar completamente destruido por un voraz incendio que se podía ver desde los municipios limítrofes y que afectó a 10 hectáreas de matorral y monte bajo. Comenzó a la 13.50 horas siendo poco más que una fogata, a la que en un principio no se le dio importancia hasta que el viento cambió empujando las llamas hacia las casas. A partir de ahí, caos y miedo. Entre una profunda humareda que obligó a atender a cinco agentes y dos residentes por inhalación, se veían hombres y mujeres hechos y derechos llorando como niños, escapando de un fuego que se abalanzaba sobre ellos, intentando reunir a los suyos, presos de ataques de nervios, unos orando -en el barrio son mayoría los evangélicos- y otros calmando a los más pequeños. Fueron 300 los desalojados, cien de ellos niños. ORACIONES ANTE LAS LLAMAS Durante las cinco horas que los residentes permanecieron a las puertas del barrio sin poder acercarse a sus viviendas, reinaba la incertidumbre y el llanto. El humo lo cubría todo y estaban convencidos de que iban a encontrar sus casas hechas cenizas. Lloraban, presa de los nervios, tras irse de casa con lo puesto y al ver sobre sus viviendas nada más que humo. Un grupo de evangélicos oraba en mitad de la carretera, donde improvisaron un templo entre furgonetas: «Pido al señor que nos mande una atmósfera buena. Señor Dios, haz que llueva...». Así, hasta que a las siete de la tarde los bomberos lo dieron por controlado y se permitió a los vecinos entrar en sus casas. Las muestras de alegría fueron enormes. Aquellos lloros y crisis nerviosas del principio -padres que no encontraban a sus hijos, mujeres que no sabían nada del marido, hombres aporreando puertas para comprobar si alguien se había quedado dentro- se volvieron explosiones de euforia. Luis Jiménez, por ejemplo, agradecía entre lágrimas a un policía que le había ayudado a sacar a su esposa de la vivienda. Y Gabarri apretó con tanto cariño a su nieta que hasta le hizo daño. POCOS DESPERFECTOS Milagrosamente, el fuego solo destruyó dos galpones -uno de ellos con gran cantidad de maquinaria hecha ceniza y cuya pérdida se valoró en 2.500 euros-. A las viviendas solo llegó el humo, pero de tal manera que algunos de los habitantes del Portiño no tuvieron claro hasta última hora si podían dormir en casa o tenían que irse con familiares. Porque los residentes descartaron desde un principio aceptar el ofrecimiento del Ayuntamiento a pasar el fin de semana en una residencia o en un centro de la Cruz Roja. La policía investiga las causas, si bien algunos testigos apuntan a una quema de restrojos en una finca cercana, «una temeridad si tenemos en cuenta que en verano está prohibido hacer quemas y el viento era fortísimo», según fuentes del equipo contraincendios. El fuego pasó de los rastrojos al monte y ahí se hizo incontrolable. Sobre todo cuando se produjo un cambio brusco en la dirección del viento que ayer en A Coruña soplaba con fuerza endiablada. A las 13.30 venía del noroeste y las llamas estaban abocadas a morir en la carretera que rodea este barrio. Pero de pronto cambió a Nordés y las llamas corrieron hacia O Portiño. Tanto sopló que los vecinos pudieron ver las llamaradas avanzando hacia sus casas. «Vimos el fuego a 300 metros y en dos minutos ya estaban las llamas sobre nosotros», relataba uno de los residentes.

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