Una sociedad enferma de síndrome de Solomon

Un estudio que fascina, sobre la conducta humana y el gran temor a ser diferente del resto y no ser aceptado.

El País · MADRID · 11 DE AGOSTO DE 2015 · 20:00

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En 1951, el reconocido psicólogo estadounidense Solomon Asch fue a un instituto para realizar en teoría una prueba de visión. Al menos eso es lo que les dijo a los 123 jóvenes voluntarios que participaron –sin saberlo– en un experimento sobre la conducta humana.

El experimento era muy simple. En una clase de un colegio se juntó a un grupo de siete alumnos, los cuales estaban compinchados previamente con Asch.

Mientras, un octavo estudiante entraba en la sala creyendo que el resto de chicos participaban en la prueba en las mismas condiciones que él.

Haciéndose pasar por oculista, Asch les mostraba tres líneas verticales de diferentes longitudes, dibujadas junto a una cuarta línea.

De izquierda a derecha, la primera y la cuarta medían exactamente lo mismo. Entonces Asch les pedía que dijesen en voz alta cuál de entre las tres líneas verticales era igual a la cuarta. Y lo organizaba de tal manera que el alumno que hacía de cobaya del experimento siempre respondiera en último lugar, habiendo escuchado la opinión del resto de compañeros.

La respuesta era tan obvia y sencilla que apenas había lugar para el error.

Sin embargo, los siete estudiantes compinchados con Asch respondían uno a uno la misma respuesta incorrecta. A veces, para disimular un poco, se ponían de acuerdo para que uno o dos dieran otra contestación, también errónea.

Este ejercicio se repitió 18 veces por cada uno de los 123 voluntarios que participaron en el experimento.

A todos ellos se les hizo comparar las mismas cuatro líneas verticales, puestas en distinto orden.

Cabe señalar que sólo un 25% de los participantes mantuvo su criterio todas las veces que les preguntaron; el resto se dejó influir y arrastrar al menos en una ocasión por la visión de los demás.

Una vez finalizado el experimento, los 123 alumnos voluntarios que contestaron erróneamente reconocieron que “distinguían perfectamente qué línea era la correcta, pero que no lo habían dicho en voz alta por miedo a equivocarse, al ridículo o a ser el elemento discordante del grupo”.

A día de hoy, este estudio sigue fascinando a las nuevas generaciones de investigadores de la conducta humana.

La conclusión es unánime: estamos mucho más condicionados de lo que creemos. Para muchos, la presión de la sociedad sigue siendo un obstáculo insalvable.

El propio Asch se sorprendió al ver lo mucho que se equivocaba al afirmar que los seres humanos somos libres para decidir nuestro propio camino en la vida.

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