Un Dios ausente

Es innegable que los pensamientos de Dios no son los nuestros. Él va por delante, abriendo sendas donde no parecen existir, allanando el terreno que posteriormente ha de pisar nuestros pies.

02 DE DICIEMBRE DE 2019 · 18:00

,

Después de esto abrió Job su boca, y maldijo su día.

Y exclamó Job, y dijo:

Perezca el día en que yo nací,
Y la noche en que se dijo: Varón es concebido.

Sea aquel día sombrío,
Y no cuide de él Dios desde arriba,
Ni claridad sobre él resplandezca.

Aféenlo tinieblas y sombra de muerte;
Repose sobre él nublado
Que lo haga horrible como día caliginoso.

Ocupe aquella noche la oscuridad;
No sea contada entre los días del año,
Ni venga en el número de los meses.

!Oh, que fuera aquella noche solitaria,
Que no viniera canción alguna en ella!

Maldíganla los que maldicen el día,
Los que se aprestan para despertar a Leviatán.

Job 3:1-8

Ahí estaba Job, coronado de sufrimiento, aislado, abandonado, incomprendido, maldiciendo el día en que nació.

Ahí estaba, siendo atosigado por los reproches de aquellos que simbolizaban la amistad. Quebrado al desconocer la causa de tanto padecimiento.

Del mismo modo nuestras vidas giran en torno a interrogantes. Esos dolorosos por qué a los que todos sometemos a Dios sin saber cuál es el verdadero sentido de su silencio.

Agotamos las fuerzas buscando una rendija de luz, un instante de clarividencia que nos muestre la causa de ese punzante desconcierto.  

No entendemos por qué Dios permite ciertas situaciones, por qué nos lleva al desierto y una vez allí nos abandona.

Es innegable que los pensamientos de Dios no son los nuestros. Él va por delante, abriendo sendas donde no parecen existir, allanando el terreno que posteriormente ha de pisar nuestros pies. Pero a menudo, ante la soledad y la amargura que acompañan a la prueba, sentimos nostalgia del Padre,  parece como si de pronto Él se alejara de nuestro dolor y decidiera guardar un agonizante mutismo.

Y es así como ves pasar los días mientras la enfermedad azota la vida de alguien a quien quieres, un ser preñado de llanto que recoge cada mañana las cenizas de la quema. Que desciende por momentos a los más bajos lugares de desolación y angustia. Tu oración, pertinaz y constante sigue emitiendo su sonoro S.O.S. anhelante de ser oído por el padre. Un padre que consideras ausente, que aparenta ignorar el dolor desapareciendo de la trágica escena en la que abundan las lágrimas.

Ves pasar las horas en la fría sala de la tristeza en la cual esa amiga ha quedado presa y tu corazón, humanamente impaciente, comienza a desalentarse. 

Pero, en ese preciso momento en el que las miles de preguntas barnizadas de dudas e irritadas se izan hacia el cielo, Él sabiamente aplica el bálsamo sanador. Extiende sus brazos envolviéndonos de una forma inefable, haciéndonos comprender que sabe lo que hace.

Job tuvo su recompensa. Dios restauró todo aquello que le fue arrebatado.

Y bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el primero…

Y bendecirá Jehová nuestro postrer estado dándonos más de lo que teníamos. Y será tan grande su bendición que asombrados comprobaremos que realmente todo lo que Él hace tiene sentido. Evidenciaremos que el sufrimiento nos forja  para la batalla. Que las dudas son parte de ese proceso de formación hacia lo que deseamos llegar a ser, hombres y mujeres de fe, una fe inquebrantable que en ocasiones ha de pasar por el horno de fuego para ser probada.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Íntimo - Un Dios ausente