Una prosperidad santa

Jesús critica a los ricos que dan mucho para alardear de lo que tienen frente a otros; su fin no es el agradecimiento a Dios por su prosperidad, sino establecer una distinción social.

02 DE DICIEMBRE DE 2019 · 10:30

Gravado extraído del libro World misiones and your dollar, de Clark Elmer Talmage. / Wikimedia Commons,
Gravado extraído del libro World misiones and your dollar, de Clark Elmer Talmage. / Wikimedia Commons

Jesús se sentó frente al lugar donde se depositaban las ofrendas, y estuvo observando cómo la gente echaba sus monedas en el arca de las ofrendas del templo. Muchos ricos echaban grandes cantidades.

Marcos 12:41

Al detenerme en este pasaje y mirarlo un poco más detenidamente, me doy cuenta de que muchas de mis presuntas enseñanzas sobre la ofrenda y el diezmo están mal establecidas. Soy consciente del daño que la teología de la prosperidad ha hecho en la iglesia cristiana: no solo en aquellas congregaciones donde los líderes la han establecido y aprovechado para el enriquecimiento personal, sino también en las iglesias que siempre han tomado esta teología como pecaminosa pero, por miedo a acercarse, han acabado abrazando de mala manera una “teología de la miseria” solo por precaución. Lo peor de la teología de la prosperidad es que realmente la Biblia habla mucho de la prosperidad. Lo que debería hacer dudar a los creyentes de estas doctrinas es el curioso hecho de que, aunque estos “santos” predicadores pidan dinero asegurando que Dios se lo devolverá aumentado, los únicos que parecen aumentar sus ingresos son ellos, y no la congregación. Pero, en fin. Eso para otro día. La cuestión es que este breve pasaje, este breve ejemplo de la viuda pobre (leed Marcos 12:41-44 para entenderlo mejor), nos cuenta grandes verdades.

No es “da mucho para recibir mucho”. No creo que la viuda se encontrara con un saco de dinero al regresar a su casa. La enseñanza es “da con sinceridad”. La viuda ofrendó consciente de que aún su poca ofrenda era buena y necesaria, y seguramente no esperaba que nadie la alabase. Sin embargo, Jesús critica a los ricos que dan mucho para alardear de lo que tienen frente a otros; su fin no es el agradecimiento a Dios por su prosperidad, sino establecer una distinción social.

No es dar con culpabilidad. Los que hemos pasado mucho tiempo en la iglesia sabemos bien lo eficaz que es apelar a la culpabilidad para recolectar ofrendas. Sin embargo, todo llamamiento a la culpabilidad sé que está mal desde un punto de vista bíblico. La viuda no dio precisamente porque se sintiera culpable. A mí esto, reconozco, me cuesta entenderlo, aunque sé que es así.

El diezmo del Antiguo Testamento no es la ofrenda del Nuevo Testamento. Pueden parecer lo mismo, pero el contexto es otro. Dios exigía el diezmo de su pueblo porque era el equivalente moderno a los impuestos que sirven para sostener la sociedad. El diezmo de entonces era para Dios y desde Dios (y la organización del templo) regresaba al pueblo, por eso era tan inmoral no darlo. Sin embargo, hoy día las ofrendas están dentro de otra esfera. Ya se pagan los impuestos, la sociedad ya se organiza de otra manera. Creo que hay que sostener a las iglesias y a los pastores, por supuestísimo, pero siempre que tengamos en mente que en nuestras lecturas bíblicas no podemos hacer una simple sustitución del templo del Antiguo Testamento por la iglesia local actual.

La ofrenda no es necesariamente dinero. No siempre, no en cualquier circunstancia. Se pueden ofrendar muchas otras cosas (tiempo, profesionalidad, trabajo), también, siempre que sea como la ofrenda de la viuda: con amor y sinceridad, no porque te sobre.

En nuestra relación restaurada y cristocéntrica con el dinero, los cristianos podemos ser lo que la sociedad realmente necesita. En el mundo en que vivimos todo se mueve por dinero, normalmente para mal. Por eso Jesús alaba a la viuda: porque su fe no está en lo que posee, hasta el punto de que puede entregarlo como ofrenda por amor. Si nosotros aprendemos a aceptar que nuestra prosperidad es un don, podremos desprendernos fácilmente de lo que tenemos en favor de otros, y de buenas causas, porque sabemos que nuestra identidad y nuestro futuro no se encuentran necesariamente en lo que poseemos, sino más arriba, en las manos de quien nos lo da. Por eso debemos desterrar de nuestras teologías el miedo a la teología de la prosperidad, porque nos hace ser tacaños y perdernos la alabanza del Padre que recibió la viuda en aquella ocasión.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - Una prosperidad santa