La historia del antisemitismo en Europa: el lado oscuro del cristianismo (II)

Daba perfectamente igual si eran católicos o protestantes. Porque en el tema del odio hacia los judíos casi todo el mundo estaba de acuerdo.

06 DE NOVIEMBRE DE 2019 · 17:00

Judíos orando en la sinagoga durante el Yom Kippur, un cuadro de Maurycy Gottlieb. / Wikimedia Commons,
Judíos orando en la sinagoga durante el Yom Kippur, un cuadro de Maurycy Gottlieb. / Wikimedia Commons

Con la expulsión de los judíos de España en 1492 terminan siglos de presencia judía en este país. “Sefarad” era para ellos durante siglos su lugar preferido y la ciudad de Toledo - llamada muchas veces la “segunda Jerusalén” - para algunos era casi como una réplica de la capital de Israel. De aquella época ha sobrevivido hasta el día de hoy – aparte de numerosos testimonios arquitectónicos – algo de cuya existencia la inmensa mayoría de los españoles ni siquiera tiene constancia: se trata del idioma ladino o sefardí que es una mezcla entre el castellano medieval y el hebreo, pero perfectamente entendible para cualquier español. Los 2 millones de personas que aún hablan ese idioma lo llaman también “djudeo-espanyol”. Me parece un tema tan importante e interesante que le voy a dedicar un artículo especial próximamente.

Con esta expulsión y las persecuciones sistemáticas de la población judía en el resto de Europa, Polonia se convierte en el centro de una buena parte de la población judía del continente porque era una nación mucho más tolerante con los judíos.

La época más próspera para los judíos en Polonia empezó con la llegada de miles de los hijos de Jacob durante el reinado de Zygmunt I (1506 - 1548) que puso a los judíos bajo su protección personal. Bajo el gobierno de su hijo, Zygmunt II recibieron incluso una autonomía para sus comunidades, hasta en cuestiones fiscales. Pero según fuentes de la época, solo un tercio de los impuestos se quedaba dentro de la comunidad judía. El resto iba a las arcas de los reyes de Polonia. Obviamente es un ejemplo más de que la presencia judía siempre significaba ventajas económicas para el país donde residían.

En aquel entonces se hablaba de Polonia como el “cielo” de los judíos. En la mitad del siglo XVI se estima que tres cuartos de todos los judíos europeos vivieron en Polonia. De esta manera, la zona de Polonia y Lituania se convirtió en el centro de los judíos asquenacíes (es decir: de origen alemán). De hecho, el término se refiere al bisnieto de Noé, mencionado en Génesis 10:3. Ellos hablaban un idioma que a su vez era una mezcla entre alemán y hebreo, el así llamado yiddish, que igual que el ladino ha sobrevivido hasta el día de hoy. Es el idioma preferido de muchos judíos ultra-ortodoxos.

En el resto de Europa la situación de los judíos siempre se movía entre una persecución más o menos abierta y un aislamiento social. Un buen ejemplo de todo eso es la aversión contra los judíos como la puso de manifiesto Martin Lutero y que ya mencionamos. Se puede entender su actitud por el clima general del antisemitismo de su tiempo pero desde luego esto no puede servir de excusa. Lutero era simplemente un ejemplo típico de la actitud de la inmensa mayoría de sus contemporáneos, y daba perfectamente igual si eran católicos o protestantes. Porque en el tema del odio hacia los judíos casi todo el mundo estaba de acuerdo.

Muchos judíos se vieron obligados a “convertirse” a la fe cristiana para dar a sus descendientes mejores posibilidades de vida. Un ejemplo famoso de esto son los padres de Carlos Marx: creyeron que iban a mejorar su posibilidades de integración renegando a su fe judía. Se iban a equivocar, como tantos.

Un típico ejemplo de este antisemitismo institucionalizado son también los Estados Papales en el centro de Italia que existieron hasta la fundación de Italia en 1870. En estos territorios gobernados directamente por el papa, los judíos solamente podían vivir en barrios específicos, llamados “ghetto” en italiano. Hasta 1840 tenían incluso la obligación de asistir regularmente a misa para facilitar su conversión a la fe católica.

Pero en los últimos años del siglo XIX iba a pasar algo que cambiaría el cuadro completamente. En el año 1883 Nathan Birnbaum fundó la primera asociación estudiantil judía bajo el nombre kadíma en Viena. Al mismo tiempo Eliezer Ben Yehudá, un judío que vivió en el norte de Bielorrusia, desarrolló la primera gramática hebrea para el uso cotidiano. Su hijo iba a ser el primer judío en casi dos mil años que desde su nacimiento fue educado únicamente en la lengua hebrea. Ben Yehuda es el padre del hebreo moderno, la única lengua que se ha podido resucitar después de quedar durante dos milenios sin ser utilizada en la vida cotidiana.

Y en esta misma época, un periodista judío, Theodor Herzl publica un librito con el título El estado judío. Presenciando y escribiendo sobre el famoso caso Dreyfus llegó a la conclusión de que la única solución para los judíos era conseguir un estado propio. Herzl creyó que de esta manera, los judíos podían ser un pueblo como todos los demás y que esto llevaría al cese del antisemitismo en el mundo. En esto se iba a equivocar.

En 1897 se celebró el primer congreso sionista en la ciudad suiza de Basel, organizado por Herzl y Birnbaum. Su lema era: “Si lo queréis, no será una utopía”. Se formó de esta manera el sionismo como movimiento que buscaba un hogar para los judíos. Y este hogar sería Israel. Es una de las curiosidades de la historia que su sueño se iba a cumplir exactamente 50 años después de este congreso. 

El sionismo como movimiento ganaba fuerzas. Es un detalle desconocido para muchos que era más bien nutrido por fuentes ideológicas y seculares y no tanto religiosas. Muchos de los sionistas tenían más bien convicciones que simpatizaban con el socialismo. Esta es la razón por la cual los judíos ultra ortodoxos vieron a la fundación del estado de Israel con total escepticismo -por cierto, hasta el día de hoy. 

El punto culminante del antisemitismo europeo fue la shoah, el holocausto. La Alemania nazi y su gobierno se aprovechaba de este sentimiento antisemita de una buena parte de la población alemana y austríaca. Este antisemitismo, sin embargo, no solamente formaba parte de la creencia colectiva en la Europa de habla alemana sino también en muchas otras naciones. Era el caldo cultivo que facilitó finalmente la exterminación perfectamente organizada de 6 millones de judíos -entre ellos prácticamente la población judía total de Alemania y Polonia. 

Si uno piensa que esto terminaría con la historia del antisemitismo en Europa se equivoca. Es precisamente Europa que hasta el día de hoy se caracteriza sobre todo por su total falta de conocimiento y entendimiento de la realidad judía. En Europa poca conciencia se tiene de los sufrimientos de este pueblo.

No hay que olvidar que España fue uno de los últimos países de Europa en reconocer al estado de Israel de forma oficial en 1986. El Vaticano, por cierto, no lo hizo hasta el año 1993, convirtiéndose así en el último país europeo en mandar un embajador al estado judío. 

Y si uno pensaba que con la fundación del estado de Israel en 1948 todo esto acabaría y los judíos finalmente podían vivir en paz en su propio estado, se iba a equivocar –una vez más. 

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