¡Cuida de ti mismo!

Lo que propone la palabra de Dios no son sugerencias prescindibles, sino compromisos ineludibles que el pastor debe requerir de sí mismo.

06 DE NOVIEMBRE DE 2019 · 09:00

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“Ten cuidado (vela) de ti mismo y de la doctrina. Persiste en ello, pues haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”. 1ª Timoteo 4:16

No voy a hablar del tema como quien se encuentra en un lugar de privilegio  desde la cátedra de teología, sino como alguien llamado a recorrer el mismo camino que propone. Cuando el apóstol Pablo, en el otoño de su vida, con un largo “kilometraje” de obra pionera, pastoral y enseñanza escribe la primera carta a Timoteo, le dice:

“Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”. 1ª Timoteo 1 :15

Estas palabras del apóstol sólo pueden ser dos cosas: o un “farol” que refleja falsa humildad, o el reconocimiento de su propia injusticia delante de Dios y de los demás para que nadie le tome por lo que no es. No le dice a Timoteo: “¡Chaval, no tienes ni idea de lo que te espera en la obra pastoral, haz caso a los consejos que te doy porque voy sobrado de experiencia y de conocimiento!”  Nada de eso. Todo lo contrario. El espíritu de sus palabras sería más este otro: “Timoteo, bienvenido al grupo de los que quieren servir al Señor en la pastoral. El Señor nos salvó y nos liberó. Yo solo soy un pecador incorregible como tú. Y en eso, me considero el primero.  Por tanto, desde esa conciencia de quién soy, aquí van mis sencillas palabras”.

Como pastores tenemos la responsabilidad de prestigiar, enaltecer y honrar el evangelio del reino que predicamos, porque eso habla alto y claro del Dios en el que creemos. Por eso, lo que propone la palabra de Dios no son sugerencias prescindibles, sino compromisos ineludibles que el pastor debe requerir de sí mismo.

 

¿QUÉ SIGNIFICA CUIDAR DE UNO MISMO?

1. AMAR A LA IGLESIA 

Por descontado, el primer mandamiento de la Ley es “amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”, pero según Jesús, el segundo es semejante a este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mt. 22:36-40). Jesús desconfía siempre de las declaraciones hechas con la boca, por eso decir que se ama a Dios solo es verificable en el amor a los otros. “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?... Hijitos míos, no amemos de palabra, ni de lengua, sino de hecho y en verdad”. (1ª Juan 4:20; 3:18)

Cuidar de uno mismo significa amar a la iglesia sin medida tomando conciencia de que el amor es siempre autodonación a fondo perdido. Cuidar de uno mismo significa aprender a amar a la iglesia sin pretender cambiarla para reconstruirla según nuestros deseos. Cuidar de uno mismo significa aprender a amar a la iglesia descendiendo hasta los sótanos de su alma colectiva para conocer y compartir el gozo y el sufrimiento, las luces y las sombras, la alegría y el dolor del pueblo de Dios.   

Andando el tiempo, las personas que forman parte de la iglesia se olvidarán de nuestras palabras, conferencias y discursos, pero siempre recordarán cuando estuvimos cerca de ellas acompañándolas en el camino, compartiendo su dolor, escuchando sus preocupaciones, sufriendo con los que sufren. Porque los hechos juzgan las palabras y la palabra moviliza, pero el ejemplo arrasa. Está prohibido amar sin demostrarlo.

 

2. COMPRENDER QUE LA PERFECCIÓN ES ENEMIGA DEL PROGRESO

“Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna”. 1ª Timoteo 1:16

Como pastores, ni somos perfectos, ni tampoco debemos esforzarnos por aparentarlo. Cuanto antes cometamos errores mejor, porque no estamos autorizados a “venderle” a nadie falsas y mentirosas ideas de perfección, o de santidad barata. Hemos sido llamados a ser modelos imperfectos que se encuentran siempre en camino del completamiento. Ignorar eso es practicar un fariseísmo impresentable y distorsionar la realidad de lo que somos.

“No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.  Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento en Cristo Jesús”. Filipenses 3:11-13

Filipenses es una de las llamadas cartas de la prisión. Una epístola que Pablo escribió ya hacia el final de su carrera como cristiano. A su dilatada experiencia personal como misionero, pastor y docente, el apóstol añadía una formación académica privilegiada. Y, sin embargo, cuando se dirige a sus hermanos no se coloca en el oráculo de los dioses para ostentar una espiritualidad inmaculada desde arriba que le distancia de los demás. Todo lo contrario. Desde una posición realista, afirma que él del mismo modo que sus hermanos, se encuentra en el camino progresando, evolucionando y creciendo sin descanso con los ojos puestos en la meta final, pero sin haber llegado a ella todavía y sin ostentar ninguna superioridad espiritual sobre los demás. 

Los pastores, como todos los demás, somos víctimas y responsables de una imperfección que tiene como causa primera y última del pecado y la injusticia que nos habita, por tanto, no podemos situarnos en la estratosfera de la impecabilidad para ostentar una posición espiritualmente ventajista sobre los demás, como si fuéramos “santos de altar”. De ninguna manera. Todos, incluidos los pastores, nos encontramos  en un proceso de completamiento que conduce a la plenitud, tomando como referente la imitación y el seguimiento de Jesús, que significa aprender a ser como él fue y a vivir como él vivió, porque el anhelo patológico de perfección es siempre enemigo del progreso. 

 

3. NADIE ES PASTOR PARA FIGURAR

“Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor (jerarquía por considerarse mejor). Pero él les dijo: los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve”. Lucas 22:24-27

Si alguien en el pastorado aspira a lograr prestigio, poder, posición y pretende sobresalir, destacar y convertirse en un “VIP” se ha equivocado de lugar. Para lograr ese altar preferente debería ser futbolista, torero o tertuliano. No estamos en el pastorado para hacernos un nombre, ni para obtener prestigio, ni por buscar notoriedad y ejercer dominio. En nuestro mundo evangélico pastoral sobra oropel y falta sencillez; sobra arribismo y falta humildad; sobra imagen y falta autenticidad; sobra postureo y falta trabajo a pie de obra.

La tarea que un pastor debe exigirse a sí mismo ha de orientarse siempre desde abajo, desde cerca y desde dentro de la iglesia. No con la oscura pretensión de lograr otras aspiraciones inconfesadas, sino con la limpia intención de convertirse en un experto en la tarea del servicio de “toalla y palangana”. Un trabajo que no aumenta el “PIB” (Prestigio Interior Bruto), ni dispara la cotización del prestigio personal, pero nos coloca en sintonía con el camino de Jesús:

“Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas… Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos”. 1ª Pedro 2:21; Lucas 17:10

Esto no significa que no tengamos valor, ni que nuestro trabajo haya que tirarlo a la basura, ni que se menosprecie nuestro quehacer, sino que no podemos esperar de lo que hacemos gloria, honra y reconocimiento, porque todas estas cosas tienen dueño y no somos nosotros, sino el Señor.  

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