Aberturas

Esta vida es el preámbulo de todo cuanto nos aguarda.

29 DE SEPTIEMBRE DE 2019 · 20:50

Imagen de StockSnap, Pixabay ,
Imagen de StockSnap, Pixabay

“Cuando mañana comience sin mí y yo no esté aquí para verlo, si el Sol se alzase y encontrase tus ojos rebosantes de lágrimas por mí; ojalá no llores como has llorado hoy, al pensar en las muchas cosas que no llegamos a decirnos. Sé lo mucho que me quieres, tanto como te quiero yo a ti, y sé que cada vez que pienses en mí también tú me echarás de menos; pero cuando mañana comience sin mí, intenta entender, por favor, que vino un ángel y me llamó por mi nombre, y me tomó de la mano y dijo que me esperaba mi sitio en el cielo”

Eben Alexander

El tiempo es untuoso, huidizo y a veces cruel.

Miro con desdén los huecos que han quedado, las vacías cavidades que son imposibles de reconstruir, de ocupar. Ayer, mientras ojeaba el pasado; un tiempo no muy lejano, observé con salobre amargura que los años han dejado en su tránsito fugaz innumerables recodos por los  que se me cuela la nostalgia. Las voces extintas resuenan en mi cabeza con la tersura de un abrazo amigo, llevándome al recuerdo de cuando esas voces resonaban acompañadas de un gesto sonriente, un humano gesto que ahora revivo en la memoria anhelando que nunca perezcan en el olvido.

Los nombres de quienes estuvieron y ya no están siguen formando parte de mi historia, los traigo al presente cada vez que en una charla rememoro a quien falto de existencia mora en un plácido lugar al que algunos tenemos la esperanza de ir.

Nombres que hoy no tienen rostro, pero que mientras existieron y compartimos guión resultaban gratos a mi persona. Nombres que sin ser mencionados se les siguen reconociendo como meritorios de palabras gratas.

Ocasionalmente, en un desgarro de humanidad, me aferro al deseo de vivir, pensando en la frialdad de la muerte, sobrecogida ante la idea de perder a los que me rodean y constituyen mi pequeño mundo de seres entrañables. Busco entonces, como una niña asustada, las palabras sabias de mi guía, ese ungüento milagroso que además de curar heridas sirve de grueso  travesaño para fundamentar la valentía y hacerme ver que esta vida es el preámbulo de todo cuanto nos aguarda, el lugar de ensayo de la obra que ya representan quienes se marcharon dejándonos sus voces, sus nombres.

Arraigo la esperanza de vivir esa sublime vida, es por ello que intento mantener bien izada la bandera de la obediencia, esa íntegra forma de vida que me acerca al autor del amor mitigando así todos mis temores. Cada día elaboro los arreglos necesarios e intento hacer ver a otros la necesidad que tienen de encontrar la Verdad, pues solo así hallarán luz al final del túnel, esperanza en un mundo carente de ella.

En tanto, hoy dedico estas palabras a quienes ya no están, aquellos que con su presencia llenaron huecos que tras su partida han quedado vacíos y permanecerán así siempre, ya que, el lugar que ocuparon no puede ser suplantado por nadie, por nada.

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