El dinero no nos salvará

Ese acto de fe, hoy en día, a los hijos de nuestro siglo, nos resulta absolutamente impensable.

23 DE SEPTIEMBRE DE 2019 · 12:14

Imagen de iqbal nuril anwar, Pixabay ,
Imagen de iqbal nuril anwar, Pixabay

Los discípulos se asombraron aún más, y decían entre sí: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”.

Mateo 10:26

“Para Dios todo es posible”, les responde Jesús a los discípulos. Es interesante, si tenéis un momento, pararos a leer todo el pasaje del joven rico en Marcos 10. Reconozco que desde que empecé la aventura de leer a fondo este evangelio, es de los lugares por donde más me paseo. Si queréis parar aquí, ir a leerlo y después regresar, lo entenderéis mejor.

Desde hace un tiempo, esta historia me resulta muy perturbadora, en el buen sentido. El joven rico quiere seguir a Jesús, pero no entiende su mensaje. Los discípulos parecen estar más cerca, pero no tanto como para que esta declaración no les deje sorprendidos. La clave de todo es el tesoro en el cielo, ese tesoro que se desprende del reino de Dios que ha venido a nosotros en Jesús y que no encaja en el modo de vida que hemos aprendido sobre la tierra. ¿No había venido a nosotros el reino? “¡Sí!”, les dice Jesús. “El reino ha venido, ¡pero hay que entrar!”. No nos sirven nuestras normas ni nuestras perspectivas. Hay que adoptar su mensaje y adaptarnos a él.

Nos hemos acostumbrado a un reino que es un poco como un lugar común o una forma de hablar, pero el reino de Dios del que le habla Jesús al joven rico es real. Más que un lugar, es un tiempo real, alternativo, una realidad fuera de esta pero que comparte espacio. Es ahora, pero no es nuestro ahora. En vez de sacarnos de aquí, nos introduce en lo cotidiano desde una manera de pensar y de estar completamente fuera de nuestras capacidades. ¿De qué otro modo podría Jesús afirmar, si no, que quien acepta y adopta la vida de este reino suyo tendrá como recompensa todo lo que ha sacrificado?

Qué difícil se me ha hecho durante meses entender este pasaje, y era porque no se puede leer desde la mera humanidad, desde esta sociedad nuestra podrida de pecado, corrompida en un dolor constante e irremediable, en búsqueda de sentido, de paz y orden. Es difícil porque nos gustan los extremos: o riquezas obscenas o miseria asceta, y parece que el reino de Dios debe ser una cosa o la otra, cuando es las dos cosas, y ninguna de ellas. La manera en que el reino de Dios interfiere en nuestras riquezas es, sin duda, algo obsceno para la moral secular habitual. Es algo que ofende. Ofende (al igual que se ofendió el joven rico) en primer lugar porque nos pide que nos desprendamos de las riquezas, y, con ellas, de todo lo que nos da cierta seguridad y control sobre las circunstancias. Parece mentira que el evangelio de Jesús nos pida esa “irresponsabilidad”. Ofende después porque, una vez que lo hemos aceptado y hemos entregado nuestra seguridad económica, Jesús se atreve a decirnos (a los discípulos junto a nosotros) que debemos esperar esa prosperidad y esa abundancia que habíamos rechazado, ¡y cuánto mal ha hecho este pasaje a la mala teología!

En serio, hay que leer el pasaje con calma, porque desde nuestros ojos del siglo XXI no hay manera de entenderlo.

Para obtener esa promesa de vida primero tenemos que entregarla, y con ello todas nuestras aspiraciones a mantener ese control imperfecto y precario sobre la marea de la realidad. Si nuestras riquezas no nos van a proporcionar ningún beneficio al otro lado de la eternidad, es mejor dejarlas aquí. Es mejor “malgastarlas” aquí a la manera de Jesús. Pero ese acto de fe, hoy en día, a los hijos de nuestro siglo, nos resulta absolutamente impensable. No tenemos fe suficiente. Somos exactamente como el joven rico, aunque nuestras riquezas sean ridículas (lo cual es más triste aún).

Por algo, este joven rico sin nombre es de los pocos (por no decir de los únicos) que acuden a Jesús en busca de respuestas y se va más triste de lo que llegó. Normalmente, en todo el evangelio, siempre es al revés: Jesús impresiona, pero se les pega su alegría y su esperanza a aquellos con los que interacciona… excepto con este joven. La triste, destructiva y pobre espiritualidad que le proporcionan sus riquezas es mayor que la promesa vibrante de la espiritualidad que comparte Jesús. Las pobres riquezas de aquí y el miedo que nos causa perderlas pueden más que una realidad mejor, más absoluta y perfecta fuera de nuestro alcance. ¿Sabéis una cosa? Hoy, aquí, a todos se nos ha enseñado desde pequeños a ser el joven rico. Su mal es el nuestro. Que estemos a tiempo de soltar nuestras débiles salvaciones para poder alcanzar la salvación eterna.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - El dinero no nos salvará