Mirar hacia otro lado

El mar, sólido muro recio y gris, atrapa la agonizante esperanza destrozada por la realidad presente.

04 DE SEPTIEMBRE DE 2019 · 07:15

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Aquí en la frontera, caen las hojas. Aunque mis vecinos son todos bárbaros y tú estás a miles de leguas, siempre hay dos tazas en mi mesa. (Dinastía Táng)

Las fronteras son franjas que delimitan lo que es mío y lo que es tuyo. Términos que nos separan convirtiéndonos en extraños.

Tú eres como yo. Ambos estamos plagados de imperfecciones. Lloramos cuando estamos tristes y reímos cuando nos acaricia la felicidad, tenemos las mismas necesidades vitales, estamos hechos del mismo frágil material, aun así, vivimos separados. Alguien ha decidido poner entre nosotros límites para hacer que nos sintamos diferentes. Barreras que consiguen separarnos, creando distancia, haciendo que entre tú y yo no se fusione la amistad.

Vienes de lejos huyendo del horror que supone la guerra, el hambre, la mano dictatorial que ahoga y envilece. Quieres compartir tus sueños, deseas que estos tengan una oportunidad, pero alguien se ha encargado de poner espinos en las fronteras. Tu sino es el de volver por donde viniste, con tu hatillo de esperanzas maltrecho a la espalda, con ese desagradable sentimiento de pérdida.

A alguien se le ocurrió instaurar límites para alejarnos, cercar no solo terrenos, también personas, razas, culturas.

Sueñas con llegar hasta aquí, sacudir el polvo de tu desgastado calzado y descansar sin miedo. Sueñas cada noche con deshacer barreras para acariciar un nuevo futuro. Sin embargo los que mandan, aquellos que se creen sabios en su propia opinión, han contorneado el terreno donde habitas para así alejarte del resto. Alguien que torpemente olvidó dejar una pequeña abertura para que pudieras llegar hasta aquí, un resquicio donde introducir tus ilusiones, hacerlas realidad y compartirlas.  

El mar, sólido muro recio y gris, atrapa la agonizante esperanza destrozada por la realidad presente.

Desconsolado paisaje, acompañado por el funesto cortejo del dolor.

El aire añejo difundie un rancio olor. Descubres  como un vértice de sal se cuela en el iris, arañado con rabia tus sensibles ojos, desplegando ráfagas de tristeza.

Angustiado esperas, abrazando la idea de que todo pueda mejorar, pero encuentras en tu interior una incapacidad para tejer un atisbo de omisión frente a la marchita confianza.

Cada vez que vuelves tu mirada hacia el mar, una onda despeina las ilusiones, moja el inmaculado manto de quimeras que cada segundo se vuelve un poco más transparente.

Ansioso tu agitado corazón, busca entre el oleaje un utópico remanso de paz, mientras en el horizonte se consume el ayer en un atardecer siniestro.

Hoy es un mal día para sonreír. Hoy todo huele a destierro y desilusión.

Y allá, cercanamente alejados, protegidos en tierra firme, hombres bien trajeados se esconden tras sus murallas sin prestar la más mínima atención a la problemática actual. Pensando ilusamente, que tras esa sólida protección son invulnerables. Hombres que con soberbia miran hacia otro lado deseando que alguien decida qué hacer con todo eso que trajo el mar.

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