Los desalentadores

La lealtad y la amistad también subsisten en el desacuerdo.

02 DE SEPTIEMBRE DE 2019 · 11:15

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[Jesús] Habló de esto con toda claridad. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo.

Marcos 8:32

No cabe duda de que Jesús amaba a Pedro. No cabe duda de que Pedro amaba a Jesús. Pero en este pasaje se explica un problema que surge incluso con aquellos a los que más queremos. Se puede pasar por este pasaje de Marcos 8 como por cualquier otro, asumiendo la información que transmite, entendiéndolo desde una hermenéutica sencilla y común; y también puedes pasar por él un día sensible y dolido, en el que has tenido un encuentro que no entiendes con alguien cercano. Y entonces este pasaje te muestra una dimensión mucho más grande y consoladora.

Para mí, el resumen de este pasaje es que no todo aquel que te ama tendrá siempre la razón. Tú quieres apoyarte en ellos, quieres creerlos, pero es que se están equivocando. A veces hay gente que te quiere genuinamente, pero que te da consejos del todo desacertados; y no pasa nada. Amar no significa obedecer ciegamente. La lealtad y la amistad también subsisten en el desacuerdo. Hay gente a la que amas, que te acompaña, que han estado contigo en los momentos importantes, pero que a veces, en cierto momento de duda, de dolor, de desconsuelo o de confusión, se te presentan con un consejo o una palabra que te deja del todo descolocado. Cuando eso ocurra, acordaros de Jesús: Pedro no estaba hablando tanto de la realidad de Jesús como de la suya propia. Es posible que esa persona no te esté dando un consejo basándose en tu situación, sino en la suya; desde su zona de seguridad, su incomodidad o su desconocimiento. Desde ellos, no desde ti, como pasó con Pedro.

Pedro se estaba acostumbrando a un ministerio con Jesús que tenía una fecha de caducidad temprana que no quería aceptar; y entiendo a Pedro. Como humanos, nuestra tendencia es siempre agarrarnos a las situaciones y a las rutinas (¡incluso a las malas!) como si fueran a ser permanentes. A Pedro le gustaba ser discípulo de Jesús. Le seguía, le amaba, creía en él. Y no entendía que de repente, después de todo lo que le había costado a Jesús montar aquella enorme estructura a su alrededor, estuviera diciendo aquellas cosas de que se iba a acabar, y de esa manera. Si no lo entendéis del todo, pensad en lo que se sentisteis cuando os enterasteis de que se acababa vuestra serie favorita, y multiplicadlo por varios millones. Esa desazón, esa incomodísima sensación de no hacer pie, fue lo que llevó a Pedro a atreverse a llevar aparte a Jesús para reprenderle. Fue por Pedro, no por Jesús. Pedro había tardado en llegar emocionalmente a ese punto de su discipulado y no quería que eso desapareciera. Jesús lo iba a sacar de su nueva zona de seguridad. Le entiendo y creo que yo en su caso hubiera pensado hacer exactamente lo mismo. Me encanta Pedro, y me encanta la relación que tenían Pedro y Jesús, porque no hay muchos que hayan metido más la pata con él, y aun así Jesús le amó, le escogió, le encomendó, y también le echó la bronca cuando era necesario. Esa clase de amor es el que vale.

Cuando a nosotros nos viene alguien así creo que normalmente no nos atrevemos a echarles la bronca; ni siquiera a cuestionarlos. Lo más normal es que nos sintamos dudosos e intimidados y pasemos por una fase de duda profunda. Por ejemplo, le hablas a alguien muy cercano que crees que te va a entender de tu convicción de que Dios te llama a hacer algo que se sale ligeramente de la norma, y en vez de apoyo te encuentras con un gesto torcido y el “consejo” de que por si acaso no es verdad, o no sale bien, tú tengas un plan B en la reserva que es completamente opuesto al llamado. No es que no crean que lo que estás diciendo sea verdad: les pasa lo que a Pedro, lo que no quieren es involucrarse emocionalmente en algo que se sale completamente de su zona de seguridad. 

Las relaciones humanas son complejas, y las relaciones que implican la fe, algo tan poco intuitivo en la experiencia humana, a veces son aún más difíciles. Y cuando te viene alguien a quien has pedido un consejo, o con quien has compartido una parte vulnerable de ti, y te dice que no te entiende, que te estás equivocando, o te aconsejan que hagas algo completamente diferente, es el momento de plantearse que lo mismo no están hablando de ti, sino de ellos. Quizá son ellos los que no se ven asumiendo el desafío al que tú te enfrentas. Quizá sus problemas internos son demasiado grandes como para dejarlos de lado y ponerse en tu situación.

A lo largo de los años he aprendido que no siempre se le puede pedir a todo el mundo que ore por ti en cierta situación complicada. La oración de intercesión es, sin duda, implicarse; y hay gente ni siquiera sabe que su vida cotidiana está tan desordenada y tan apartada de la fe que no tienen espacio para esa implicación. A veces esto no se ve, porque una vida de iglesia aparentemente correcta suele disimular bien las carencias reales en la relación con Dios. Así que vamos todos a esa conversación con la mejor de las intenciones y sales de allí con un hueco incómodo en el centro de tu alma; les sigues amando, pero no sabes cómo encajar la burrada que te han dicho.

Ser más como Jesús también implica aprender a distinguir a estas personas. A veces es más sabio saber quiénes son para tener bien claro que uno no debe acudir con una urgencia a los desalentadores. A menudo también he vivido momentos en los que poner ese filtro ha sido positivo: primero para mí, para no tener que encontrarme en la incómoda situación de ir con un problema a alguien y ser yo la que acabe dándole ánimos a esa persona. Sin embargo, tiempo después he comprendido que dejar a esa persona en segundo plano le ha ayudado a observar a Dios actuar a través de mi situación de un modo que ellos nunca, jamás, hubieran permitido. No siempre, pero en ocasiones el dejarlos ligeramente a un lado ha sido la única manera que ha tenido el Señor de guardar nuestro ánimo a buen recaudo y de poder acercarse a ellos más allá de lo que les solían dejar. 

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