Tomates rellenos al horno

Nada ni nadie merece el sufrimiento que suscita el fuego-crítica.

30 DE AGOSTO DE 2019 · 07:30

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Cada día a una se le ocurren historias ficticias basadas en los detalles reales que contempla, aunque sabe, al mismo tiempo, que los finales que inventa jamás llegarían a ser ciertos. Sin ir más lejos, hoy mismo, al pasar delante del restaurante de moda de mi barrio, vi que en el escaparate habían expuesto una hermosa bandeja de tomates rellenos. Los tomates siempre han llamado mi atención, ya sean crudos o cocinados y esos lo hacían de nuevo. Era la hora del almuerzo y aquella agradable visión hizo que mis pasos se detuvieran. La carne se podía imaginar crujiente, la cebolla al punto, el perejil ligeramente tostado y la mozzarella deliciosamente derretida. La fuente se metía con fuerza por los sentidos. Me arrimé un poco más y, al estar la vidriera muy cerca de la puerta, su aroma inundó gratamente mi nariz. Las fosas se me abrieron como si no hubiese un mañana, llegando a penetrar el aroma totalmente en el cerebro. 

Recreándome estaba con embeleso en los vapores cuando me di cuenta de que entorpecía el paso. Me aparté y me dejé caer contra uno de los quicios que sostenía el escaparate. Fue entonces cuando se me ocurrió la historia ficticia salida de detalles reales que una contempla en su diario vivir. La bella estampa del manjar provocó que me sintiese retratada en aquellas pequeñas y uniformes figuras rojas que comenzaban a arrugarse. Me dije: Así hemos sido hechas las personas. Hay en nuestro interior condimentos variados, bien proporcionados en su conjunto, hasta el punto de hacer de nosotros seres exquisitos. Unos más que otros, por supuesto. Enseguida sonreí ante tan absurda comparación, pero a cierta edad una se permite el lujo de reírse sola en plena calle. Como es de suponer, en cuanto los hube distinguido supe que estaban hechos al horno, todavía humeaban. Sin embargo, de repente experimenté cierta locura que comenzó a torturarme. La alegría se me trocó pesar.

Los sentimientos se me volvieron en contra y concebí una lástima atroz por mis tan admirados tomates y, en consecuencia, sentí lástima también de todas las personas que son contempladas por su belleza y sabiduría y al menor contratiempo son odiadas y se les manda, con toda su belleza interior, al horno, ficticio, pero horno al fin y al cabo. La imagen se me tornó en catástrofe.

Pensé que nada ni nadie merece el sufrimiento que suscita el fuego-crítica; que la vida de nadie merece ser expuesta a la mirada del paseante; que todo esto lleva a que, posiblemente, alguien que observa el escaparate de un ser ultrajado deje de albergar simpatía por él y, al escudriñarlo, de pronto note un vacío malicioso que necesite llenar con mucha urgencia; que repare, además, en cierto pozo de hambre antigua a causa de alguna venganza enquistada contra ese prójimo y sienta deseos de engullirle, de acabar con él de una tacada. 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tus ojos abiertos - Tomates rellenos al horno