El cristianismo según Matteo Salvini

La cosmovisión del político italiano excluiría del evangelio toda mención al buen samaritano, por considerarlo buenismo ingenuo.

23 DE AGOSTO DE 2019 · 11:15

Matteo Salvini besando el rosario en su mitin de Milán, el pasado 18 de mayo. / Facebook Matteo Salvini,
Matteo Salvini besando el rosario en su mitin de Milán, el pasado 18 de mayo. / Facebook Matteo Salvini

“Somos buenos cristianos, pero no tontos”, decía esta semana el ministro de Interior y vicepresidente italiano, Matteo Salvini, ante la petición de desembarco del Open Arms en Lampedusa. La nave, con 160 personas a las que rescató en alta mar, ha permanecido 19 días frente a la isla, a la espera de que un movimiento político le permitiese finalmente atracar en su puerto.. 

La afirmación de Salvini es la punta el iceberg de su concepción acerca del cristianismo. Una concepción que evoca a las relaciones medievales de poder entre el Vaticano y los diferentes monarcas europeos, en las que la identidad y la definición de la fe variaban en función de los posicionamientos políticos, a golpe de encíclicas, derivando en intolerancia contra quienes se consideraban enemigos, y en la beatificación de los partidarios. Véase, si no, su mitin en la plaza del Duomo de Milán, el pasado 18 de mayo, cuando el líder de La Liga besó un rosario en público (rosario que, por cierto, dice utilizar como arma contra la inmigración) y criticó las declaraciones del Papa Francisco a favor de la acogida de personas. Acto seguido, proyectó en pantallas gigantes dos fotografías de Juan Pablo II y Benedicto XVI, añorando sus pontificados. 

Es la idea típica de que Dios no puede abarcar todos los aspectos de la realidad humana, como el gobierno. Es el giro irresponsable de las palabras de Jesús en Mateo 22:21, llegando a creer que lo que es de César no puede ser alcanzado por Dios. De hecho, en el cristianismo según Matteo Salvini, el César podría ser una entidad completamente autónoma, que funcionase sin rendir cuentas y tuviese control omnipotente sobre los elementos que se le han dado para gobernar. Dios ya tiene el ecologismo como competencia.

Con su afirmación, Salvini está diciendo que el ‘buen’ cristianismo debe ser estratégico ante cualquier circunstancia, y medir su grado de entrega y servicio para no dar más de lo que estrictamente se necesita. O incluso, recortar la necesidad, si se puede, para evitar tener que participar en semejantes situaciones de sacrificio. Nada más lejos del ejemplo de Cristo. Nada más adulterado de la razón de ser de la buena noticia del evangelio. 

Para el político italiano, la parábola del buen samaritano no tendría cabida en su concepción acerca de lo que es el cristianismo, porque dicha historia enseña (entre otras cosas) a no calcular las consecuencias de aquellos actos que se hacen desde la convicción del amor, sino a realizarlos sin establecer ningún tipo de límites, aprendiendo del ejemplo de gratuidad, es decir, de la gracia, del Maestro. Al igual que los impuestos para César, el orden y el reconocimiento públicos se vuelven esenciales para el sacerdote y el levita, sobrepasando el diseño establecido por Dios para las relaciones humanas. Pero la parábola es clara en su conclusión; ellos no representan el carácter divino. 

Por eso se equivoca Salvini al plantear su política migratoria y sus decisiones en cuanto a la acogida de personas como algo que se basa en un ‘buen’ cristianismo. Porque representa la falta de distinción entre sus intereses, o el intento imposición de su cosmovisión y sus propias estructuras sociopolíticas, con respecto a lo que Dios ha establecido sobre cómo tratar a una persona en cualquier situación de necesidad y urgencia. Y quienes se encontraban a bordo del Open Arms, sin entrar a detallar sus orígenes e historias, cumplían, en esas circunstancias, este requisito. 

Es comprensible, hasta cierto punto, la frustración política del ministro de Interior italiano. Realizó, a sabiendas, unas promesas electorales de una dimensión que le trascienden a él y a las capacidades que le han conferido su cargo. Sin embargo, se equivoca en su discurso. Plantear la cuestión migratoria desde una postura inicial que consiste en el cierre de los puertos no impresionará a la Unión Europea. La presión, desde el diálogo, para que todos los países asuman sus compromisos de acogida y para que Bruselas establezca nuevas pautas en la gestión de los movimientos migratorios, es el único escenario viable para un país costero como Italia ante unos movimientos masivos que continuarán. Porque hay necesidad. 

De hecho, es necesario que se refunde el carácter de acogida en el continente, que avanza hacia una pérdida de la identidad y de los valores que han definido su clásica preocupación por el respeto de los derechos humanos. Afirmaciones como la Salvini, sobre su concepción acerca de el ‘buen’ cristianismo y el cristianismo tonto (¿el que acoge?) no dejan de representar otro ataque más a esa identidad y esos valores, en tanto que revierten un mensaje de paz y acogida en la fatal expresión del bloqueo y la deshumanización. Y eso, no es el cristianismo.

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