La llamada

Nos hemos refugiado en nuestro cómodo árbol. Allí nos sentimos seguros, contemplativos y bien.

16 DE JULIO DE 2019 · 14:30

Cristo y Zaqueo, un cuadro de Niels Larsen Stevns. / Wikimedia Commons,
Cristo y Zaqueo, un cuadro de Niels Larsen Stevns. / Wikimedia Commons

¿Hasta dónde puedes descender? ¿Hasta dónde podemos obedecer? ¿Acaso necesitamos el corazón de Zaqueo?  ¿Dónde estamos subidos? ¿Nos sentimos cómodos?

En primer lugar, nos podríamos preguntar si estamos dispuestos a descender del árbol en el que, cómodamente, nos sentimos instalados. ¿Hasta dónde, pues, puedes descender? ¿Hasta dónde estaríamos dispuestos a descender en nuestra escalada social y en nuestros niveles de vida para poder seguir a Jesús con ligereza y sin grandes cargas y bagajes inútiles? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a obedecer, como obedeció Zaqueo bajando de su árbol y descendiendo a la arena de la realidad para poder seguir a Jesús? ¿Hasta dónde nuestro corazón está dispuesto para responder a la llamada de Dios?

¿En qué clase de árbol te has subido? Quizás te estés gozando subido a tu árbol eclesial, en la contemplación, muchas veces insolidaria, de las realidades espirituales que, sin embargo, no te lanzan a descender al mundo, disfrutando de comodidades que no queremos dejar aunque estemos escuchando el grito del prójimo necesitado. Nos hemos refugiado en nuestro cómodo árbol. Allí nos sentimos seguros, contemplativos y bien. 

La llamada es ésta: ¡Baja, desciende! Pero el bajar del árbol, e invitar a Jesús a nuestra casa, a nuestra vida, como hizo Zaqueo, nos da miedo, no sea que, como ese cobrador de impuestos, nos sintamos llevados a una decisión que no deseamos, que no nos gusta, que nos parece exagerada y a la que no estamos dispuestos. La decisión a la que se sintió llevado Zaqueo cuando recibió a Jesús en su vida, en su casa, después de descender del árbol, fue esta: “La mitad de mis bienes doy a los pobres”. 

¿Te escandaliza? ¿Te preocuparía que el Señor te hiciera llegar a tomar esa decisión? ¡Señor! No me hagas descender de mi árbol, de mi comodidad, del lugar en el que me siento bien contemplando la realidad, para, finalmente, llevarme a un compartir tan grande: “La mitad de mis bienes, a los pobres”.  ¡No! No estamos dispuestos a tal sacrificio para aligerarnos y facilitar el seguimiento de Jesús. La verdad, es que el Señor no se lo demandó, pero es lo que sucede cuando nos bajamos del árbol e invitamos a Jesús a nuestra casa, a nuestra vida. Ese sacrificio de dar lo que tenemos, hasta la mitad de nuestros bienes, llegue a ser algo natural y no forzado para los que se ponen en las manos de Jesús y aceptan su Evangelio.

Es posible que esto sea demasiado para nosotros, convertidos que no esperan esa exigencia, pero yo creo que algo sí tiene que decirnos, algo sí debería enseñar la iglesia en torno a todo esto, en torno al esfuerzo de todo cristiano por trabajar por reducir la pobreza en el mundo, por optar por estilos de vida sencillos ajenos a toda acumulación necia. Difícil para ti, difícil para mí, pero es una exigencia a todos aquellos que se bajan de sus comodidades, de su árbol para acercarse al Señor y, por tanto, acercarse también al prójimo necesitado.

¿No oyes su llamada? No nos instalemos en la insolidaridad. El Señor nos llama. ¡Terrible responsabilidad! ¿Qué vamos a hacer? ¿Descender de nuestro árbol como Zaqueo, aunque ello nos cueste ese gran sacrificio referido al compartir y al dar? No debemos instalarnos en nuestros sillones insolidarios. No nos dejemos llevar por la sociedades consumistas, pero tampoco caigamos en el autoconsumo espiritual que nos puede alejar de las responsabilidades para con el prójimo. 

Date prisa, baja, desinstálate, ponte en camino, podría ser la llamada de Dios a sus seguidores. Él puede estar diciéndonos: Quiero ser tu huésped, pero un huésped que demanda compromiso. Quiero que te desinstales del árbol y que me sigas en sencillez, ligero de equipaje y sin grandes mochilas llenas en tus espaldas. Eso puede impedir el seguimiento. 

Zaqueo, atento a la llamada y obediente al mandato del Señor, dejó de ser un hombre instalado en la contemplación, y se convirtió en un hombre en marcha junto a Jesús. Devolvió por cuadruplicado todo lo que había robado y, además, la mitad de sus bienes dio a los pobres. Experimentó una auténtica conversión que tuvo una repercusión práctica en su forma de vida y en la sociedad llena de pobres y proscritos: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres”. La conversión hizo que su vida se convirtiera en una vivencia generosa, servicial y que le llevaba al compartir con los desheredados del mundo. Se desinstaló de la comodidad. 

Quizás hoy, los cristianos, uniéndonos al ejemplo de este cobrador de impuestos y ladrón arrepentido que fue Zaqueo, podríamos decir, gritar, predicar y anunciar, que el ejemplo de Zaqueo es hoy un ejemplo para el mundo, que la llamada de Dios aún suena, que se nos llama al arrepentimiento y al compartir. Nuestros púlpitos deberían compartir este ejemplo de forma continua y debería ser  para el mundo derramado como un elixir de justicia.

El Señor quiere regalarnos algo. El Señor hizo un regalo a Zaqueo. El regalo de Dios es inmejorable. Éste fue ese galardón, ese obsequio: “Hoy ha venido la salvación a esta casa”. Son las palabras que compensan con creces el compromiso de Zaqueo, su solidaridad y su práctica de la projimidad. Son las palabras que premian el posible cansancio del servicio, el esfuerzo del dar y del darse, el ejercicio del compartir y de la entrega, el premio del compromiso cristiano. ¿Quieres tú ese premio?

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