El gran animalista

Caminar con alguien supone andar en la misma senda y la senda en la que Noé caminó fue la senda de Dios.

11 DE JULIO DE 2019 · 07:30

Grabado del arca de principios del siglo XVIII. / Wikimedia Commons,
Grabado del arca de principios del siglo XVIII. / Wikimedia Commons

Ahora que está de moda ser animalista conviene recordar la historia de un hombre al que podríamos denominar el gran animalista. Su historia ocupa cuatro capítulos del libro de Génesis, desde el 6 hasta el 9, y ha sido, es y será motivo de atracción para niños y mayores, hasta el punto de que incluso los que nunca han leído la Biblia conocen su nombre y las circunstancias especiales en las que estuvo inmerso.

Pero frente a la idea popular, la asociación de Noé, que fue el gran animalista, con los animales fue solo una asociación derivada y secundaria, no siendo su primer empeño los animales per se. En realidad, el principal empeño que tuvo Noé en su vida fue Dios. O mejor dicho, Dios fue quien tuvo un empeño salvador para con Noé, tal como lo expresa la frase: ‘Pero Noé halló gracia ante los ojos del Señor.’ Ese ‘pero’ es muy importante, porque indica una actitud diferente por parte de Dios hacia Noé, en comparación con la actitud hacia sus contemporáneos. Y ese cambio de actitud está bien reflejado por el contraste entre la determinación de Dios de exterminar a todo ser viviente, humanos y animales, de la faz de la tierra y la actitud de gracia para con Noé.

Que esa terrible determinación de Dios no fue resultado de un capricho, se aprecia por las circunstancias morales en las que el mundo de aquel entonces estaba sumido. Lo que comenzó siendo un desorden procedente de la codicia sexual, acabó degenerando en un estado de corrupción generalizado, por el que la maldad se hizo tan conspicua y extendida que nunca antes en la tierra se había conocido algo así. Esa maldad sostenida y profunda fue la causa de la sentencia de Dios. Resulta llamativo considerar el principio asociativo que se establece entre hombres y animales, por el cual los primeros, por su conducta moral, unen a sí mismos en su condenación a las criaturas bajo su administración.

Pero cuando se describe la condición moral de Noé se constata una diferencia notable, al emplearse los términos ‘varón justo, perfecto en sus generaciones.’ La palabra perfecto no quiere decir que Noé fuera impecable sino que fue íntegro, buscando agradar a Dios por encima de todo; en el mismo sentido hay que entender el término justo. Todo ello queda acentuado por la frase ‘con Dios caminó Noé’, que indica la cercanía, sintonía y relación que hubo entre ambos. Caminar con alguien supone andar en la misma senda y la senda en la que Noé caminó fue la senda de Dios. ¡Qué contraste con los contemporáneos de Noé, cuyo alejamiento de Dios no podía ser mayor, dado que cada cual andaba en sus propios caminos, que eran caminos de perversidad!

Del mismo modo que hay un principio asociativo entre el hombre y los animales para ruina, cuando aquél se hunde en las veredas del mal, también hay un principio asociativo entre el hombre y los animales para bien, cuando el primero anda agradando a Dios. Es decir, el hombre es responsable no sólo de su propio porvenir sino también lo es de las criaturas que están bajo su cargo.

Es factible pensar que entre los contemporáneos de Noé hubiera muchos que amaran a los animales, aunque no amaran a sus semejantes. También es factible imaginar que supusieran que ese amor por los animales era indicio elocuente de cuánto querían su bien. Igualmente es posible concebir que hubiera asociaciones de defensa y protección de los animales, aunque el odio entre seres humanos fuera la tónica prevaleciente en aquel mundo. En cambio, nada se dice previamente de la actitud de Noé hacia los animales y de hecho la idea de salvar una representación de cada especie no fue suya sino de Dios.

Finalmente, los que amaban a los animales, pero vivían de espaldas a Dios y odiaban a sus semejantes, causaron su propia ruina y la de la inmensa mayoría de los animales. Pero el hombre que quiso hacer la voluntad de Dios, fue el encargado de custodiar a la fauna preservada en el arca, la cual hoy nosotros podemos disfrutar.

Verdaderamente a aquel hombre, Noé, se le puede denominar el gran animalista, al convertirse sin proponérselo en guardián, en un momento crítico de exterminio generalizado, de aquella rica diversidad animal que fue creada por Dios. Aunque para ser más exactos, ese título no le pertenece a él sino, por derecho propio, al mismo Creador de esa diversidad, que por su benevolente decisión se convirtió en Preservador de la misma.

Vivimos en un mundo muy parecido al de aquel gran animalista, cuando la maldad imperante está alcanzando cotas nunca conocidas. Las especies peligran, porque los diques morales que se han roto no sólo anuncian la catástrofe de la fauna, que es una pérdida considerable, sino la catástrofe del género humano, que es una pérdida irreparable. Pero en medio de esta generación perdida y corrompida la gracia salvadora de Dios librará y preservará a los que se vuelvan a él. Y llegará un día cuando ‘la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.’ (Romanos 8:21).

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