Cosas extrañas que pasaron en Gadara

Tan pequeños somos que preferimos perdernos a Jesús antes que renunciar a los diminutos límites de nuestra seguridad.

08 DE JULIO DE 2019 · 14:36

Ruinas romanas de Umm Qais, en Jordania, la antigua ciudad de Gadara. / David Bjorgen, Wikipedia,
Ruinas romanas de Umm Qais, en Jordania, la antigua ciudad de Gadara. / David Bjorgen, Wikipedia

Llegaron adonde estaba Jesús, y cuando vieron al que había estado poseído por la legión de demonios, sentado, vestido y en su sano juicio, tuvieron miedo. (…) Entonces la gente comenzó a suplicarle a Jesús que se fuera de la región.

Marcos 5:15-17

Qué extraña gente la de Gadara, que prefieren acostumbrarse a tener a un loco atormentándoles en los sepulcros que a un cuerdo y sano que habla de algo desconocido y maravilloso. Hay muchas cosas que, al leerlas detenidamente, me sorprenden del pasaje del endemoniado.

Jesús reconoce a los espíritus malignos, y los espíritus le reconocen a él. En esta conversación no hay presentaciones. La legión de demonios que habitaba el cuerpo de aquel desdichado hasta hacerle perder toda su humanidad no necesitaba que le presentasen a Jesús. Esto nos habla de toda esa parte de la historia no narrada de Cristo, la que se nos deja entrever en Juan 1 y en Filipenses 2. No nos quedemos con lo material, con la apariencia de realidad absoluta en la que vivimos. Detrás de todo lo aparente existe más historia de la que podemos llegar a saber.

Los espíritus malignos se someten a la palabra de Jesús. De hecho, no pueden actuar sin su permiso en su presencia. Detalle importante.

Obviamente, no podían ser judíos (no todos, al menos) si criaban cerdos. De nuevo, la salvación viene de los judíos, pero no se queda solo en ellos. La salvación es para todos. Puede que ahora nos parezca obvio, pero los primeros discípulos de Jesús tuvieron que aprender a mirar más allá de su limitado círculo vital. Siempre es un recordatorio de que nosotros no poseemos la salvación, no podemos decidir quién se salva y quién no, solo somos sus testigos y voceros.

Cuando pasa lo de los cerdos, la noticia explota entre la población. En el pueblo y en los campos, dice el v. 14. Pensad por un momento en el impacto tan tremendo de aquel suceso, que la noticia de lo que había hecho Jesús les llegó a todos sin teléfono, sin prensa escrita, sin radio, sin Internet. Tan importante era el hecho que el loco de los sepulcros había sido liberado y de aquella manera.

Todos los grupos tienen un tonto del pueblo. Lo queramos admitir o no, todos los grupos (incluso los intelectuales, los teológicos, lo más santos de los santos) tienen a un bufón del que reírse y al que humillar en comunidad. Quizá el pánico que sentían era que ahora aquel hombre del que habían hecho mofa era uno más y se sentaba con ellos. 

Tuvieron miedo. Las razones de este miedo se me escapan. Tuvieron miedo del poder de Jesús, quizá. Miedo de aquel cambio tan inexplicable y tan radical. Pero ese miedo, aunque pueda parecer que tiene orígenes sensatos, siempre es una muestra de descontrol e insensatez. En vez de acercarse con asombro y devoción, o al menos curiosidad, al hombre que había llegado a su región haciendo cosas milagrosas, le rogaron que se marchara. La gente de Gadara prefería seguir con su miseria rutinaria antes que enfrentarse a algo que les incomodara o se saliera de sus esquemas, aunque fueran las mejores noticias que ha recibido jamás la humanidad. Tan pequeños somos, tan miserables, tan atravesados por el pecado, que preferimos perdernos a Jesús antes que renunciar a los diminutos límites de nuestra seguridad.

Hay mucho más en este relato. Verdades eternas que se pueden vislumbrar por un momento, palabras y certezas que nos retumban en la memoria desde otros rincones de la Biblia. Que no se nos olvide que la cruz fue un fracaso para poder dar a luz una victoria definitiva. Que somos muertos en Cristo y hemos resucitado con él para ser liberados de la misma pena y la misma miseria que sufría el endemoniado. Puede que a nosotros no nos atormenten del mismo modo los espíritus inmundos, pero eso es porque la muerte ya perdió su imperio. La presencia y el nombre de Jesús nos amparan.

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