Ya no somos huérfanos

Somos hechos hijos de Dios: esa es una verdad inamovible del reino que ha venido a nosotros.

10 DE JUNIO DE 2019 · 09:54

Foto: Juan Pablo Arenas, Pexels (CC0),
Foto: Juan Pablo Arenas, Pexels (CC0)

Luego echó una mirada a los que estaban sentados alrededor de él y añadió:

—Aquí tenéis a mi madre y a ms hermanos.

Marcos 3:34

Todos vosotros sois hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús.

Gálatas 3:26

Marcos no es muy pródigo en grandes dichos de Jesús (como, por ejemplo, Juan y Lucas sí lo son); en Marcos siempre se destacan los gestos de Jesús más que su elocuencia. Era elocuente, era sabio, pero aquí siempre se señala cuándo podía transmitir lo máximo posible a través de las menos palabras. Y la manera de hacerlo es en el momento apropiado y frente a las personas adecuadas. Para explicar uno de los conceptos vertebrales del Nuevo Testamento (la adopción como hijos de Dios a partir de Cristo), Jesús lo hace justo en el momento en que los presentes (y los lectores de hoy) percibían con más intensidad el concepto de familia.

Su familia eran los que estaban sentados a su alrededor, escuchando y compartiendo con él aquel trozo maravilloso de vida e historia. Hoy seguimos siendo su familia, porque su promesa es atemporal.

Pocas cosas hay tan arraigadas en el alma humana como la familia, las relaciones inmediatas, sus padres, sus hermanos, sus tíos y abuelos, sus primos. Pero el concepto histórico y cultural de familia que tenían en mente los que escucharon aquel día estas palabras va más allá del vínculo y el apego. La familia era el pilar de la sociedad. Hoy el pilar jurídico para la ordenación de la sociedad es el individuo: a partir de un individuo se establecen sus relaciones personales, su capacidad para ser acusado o defendido, y las responsabilidades que debe asumir frente a los demás. Pero para los que escribieron y leyeron en primera instancia el evangelio de Marcos, el pilar de la sociedad era la familia, no el individuo. Hoy nos resulta muy difícil de entender.

Una mujer no tenía entidad jurídica más allá que en relación a sus hombres: su padre, en primer lugar; su esposo después. Su identidad dentro de la sociedad estaba ligada a ellos y después a sus hijos. Por sí sola, no valía nada y estaba indefensa. El que el hombre fuera cabeza de familia significaba algo más que un estamento simbólico: realmente era él quien soportaba en su nombre el peso de las personas a su cargo, su esposa, sus hijos, pero también si tenía criados o esclavos. Un esclavo lo era en relación a la familia a la que servía, de quien normalmente tomaba el nombre. Los niños no tenían ningún peso, ninguna entidad como personas, hasta su mayoría de edad. Hay que imaginar una sociedad completamente diferente en cosas que a nosotros se nos escapan de lo cotidiano: sin policía, sin un sistema judicial como el actual, sin una constitución ni unas leyes, el hombre soportaba sobre sí mismo la ordenación básica de las estructuras sociales.

Por eso la mujer era el vaso frágil. Por eso fue tan maravilloso el gesto de Jesús de acoger y abrazar a los niños que le seguían, porque nadie lo había hecho nunca. Por eso la insistencia del Antiguo Testamento de proteger a los huérfanos y a las viudas, porque eran, literalmente, los que no tenían familia, y sin familia estaban desprotegidos. Por eso la insistencia de cuidar de los extranjeros, quienes llegaban a una sociedad extraña sin un peso ni una honra familiar con la que responder.

Por eso, cuando le dicen a Jesús en este pasaje que su familia está fuera, no están simplemente anunciándole una visita, como pensaríamos hoy. Se puede leer en esa capa y tiene sentido, pero se puede profundizar aún un poco más. A Jesús le dicen que tiene que dejar lo que está haciendo porque su familia va primero, porque así era como se ordenaban las cosas en la cultura mediterránea. Se le exigía a Jesús, como primer hombre de su familia (porque sabemos que José ya no está), que cumpliera con lo que se esperaba de él. De hecho, Jesús no descuidó ese deber, aunque no lo parezca, como cuando ante la cruz le encargó a Juan el cuidado de su madre: solo el cabeza de familia podía tomar esa decisión. Pero esa es otra historia.

Ahora Jesús decide utilizar su lugar y su momento para ir un paso más allá. Él no descuidaba a su familia. No tenía ninguna intención de faltar a sus responsabilidades… solo deja claro que su responsabilidad es mayor de lo que parece. Él no solo es el cabeza de su familia: es el cabeza de los que le siguen, de los que creen en él. Se hace cargo de nosotros, responsable por nosotros, porque llevamos su nombre. A través de él somos hechos hijos de Dios, herederos con Cristo. Esa es una verdad inamovible del reino que ha venido a nosotros.

Y significa que no tenemos que sentirnos abandonados nunca más. No somos huérfanos nunca más. Da igual que humanamente formemos parte de una familia pequeña y vulnerable, y da igual, del mismo modo, que nuestra familia humana sea tremendamente poderosa. Nada de eso tiene ningún valor si se nos considera de la familia de Dios. Esta adopción supone obtener una identidad nueva. Y esto está disponible para todos los que ahora son los hermanos y las hermanas de Jesús, en sus mismas palabras.

Ya puede caer sobre nosotros todo el peso del pecado y la corrupción del mundo, toda la desgracia y el fracaso, llevarnos prácticamente hasta las puertas de la muerte, que ni aun así seremos huérfanos y ni estaremos desprotegidos. Ni aun así estaremos solos. Porque en el peor escenario de esta vida, somos hermanos de Cristo, hijos del Padre. Nuestro nuevo apellido es el suyo frente a todos los poderes de la eternidad.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - Ya no somos huérfanos