Actos de justicia

Cualquier acto que busque la justicia debida para agradar a Dios debe estar asociado al bienestar de las personas en última instancia.

03 DE JUNIO DE 2019 · 15:30

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Algunos que buscaban un motivo para acusar a Jesús no le quitaban la vista de encima para ver si sanaba al enfermo en sábado.

Marcos 3:2

El que sigue la justicia y la misericordia, hallará la vida, la justicia y la honra.

Proverbios 21:21

Resulta muy sorprendente la disparidad de traducciones que existen para un proverbio tan aparentemente sencillo. Aparentemente, claro está. La estructura sintáctica de Proverbios 21:21 no es complicada. Podría valer como ejercicio para estudiantes de hebreo básico. La frase está dividida en dos predicados bajo un único sujeto; los verbos están en la forma activa, o qal, que sugiere que el sujeto (“aquel que…”) es el que actúa; es decir: no se encuentra con ello, sino que lo provoca. Después pasamos a los objetos en sí, aquello que se persigue y que se encuentra, que son conceptos abstractos y no sustantivos concretos. Es decir, el sujeto de este proverbio no está buscando manzanas u ovejas, sino principios que son inasibles materialmente, pero que existen en un plano que todos compartimos. Está el concepto de misericordia, que otras versiones traducen también por amor, porque la misericordia hebrea es la compasión que experimenta el que ama; está la vida como ese soplo que provoca la existencia, un concepto muy abstracto en el imaginario hebreo. La vida hebrea no tiene exactamente el mismo significado que ahora en castellano, pero sí se tocan en algunos puntos. Para los hebreos, la vida es el bien máximo al que aspirar, abundancia, plenitud, conciencia de la propia existencia como el mejor de los regalos, algo que proviene de Dios y que no se puede recibir de nadie más. También se habla de la honra. Literalmente, en hebreo honra está emparentado con peso. La honra pesa, pero no en un sentido negativo de carga, sino en el sentido, por ejemplo, de una piedra preciosa: cuanto mayor es su peso, mayor es su valor.

Por si este breve repaso lingüístico no fuera ya hermoso, nos encontramos con que dentro de este proverbio hay escondido un principio irreducible: el que busca justicia, encuentra justicia. También encuentra otras cosas, pero la justicia, si se busca (deja claro) se encuentra; pero no de una manera pasiva, porque en ese caso utilizaría otra forma verbal. No: la justicia se busca activamente, y se encuentra activamente. Es causa y consecuencia. Repite dos veces esa justicia en el original, aunque algunas traducciones al castellano hayan preferido traducir la segunda ocasión como prosperidad. No es mala traducción, pero hay que explicarla. 

Originariamente, cuando en el Antiguo Testamento aparece el término justicia, este no es con respecto a lo divino, sino con respecto a lo humano. Sé que para nuestros ojos posmodernos occidentales es un retruécano difícil de interiorizar, así que iré aún más despacio. Justicia es honestidad, bienestar y, más exactamente, humanos actuando con lealtad hacia la comunidad, todo esto delante de Dios, o por honor a Dios. La prosperidad asociada a la justicia no es, como entendemos hoy, el aumento del capital individual a través de una actividad económica. La prosperidad bíblica es el justo pago del esfuerzo laboral. Es poder decir que el trabajo de cada individuo de la comunidad es correspondido con un bienestar acorde y suficiente. De esa manera se actúa con lealtad hacia la comunidad, y de esa manera se actúa con justicia. No es meramente justicia humana, sino justicia humana con respecto a Dios. Cualquier acto que busque la justicia debida para agradar a Dios debe estar asociado al bienestar de las personas en última instancia. Nosotros solemos entender la justicia como una reparación de un mal; sin embargo, la justicia hebrea tenía en primera instancia un sentido de orden, de armonía, de honrar la creación original de Dios antes de la llegada del pecado, donde cada cosa estaba en el sitio que le correspondía, y cada uno recibía una compensación adecuada. 

Desde un punto de vista teológico más moderno, quizá estamos en cambio más cerca del concepto distorsionado de los fariseos que buscaban atrapar a Jesús. 

Al leer el evangelio de Marcos es innegable la presencia constante de una tensión terrible entre los fariseos y Jesús. Es una advertencia en letras grandes y luminosas para los lectores cristianos: ojo con la religiosidad vacía, ojo con creer que nuestros actos nos van a salvar, ojo con olvidarse del auténtico Camino y de la auténtica Verdad. Todo eso está ahí para nosotros. No es fácil de ver, porque está en el subtexto, pero al comienzo del capítulo 3 de Marcos los fariseos, de nuevo, intentan pillar en horas bajas a Jesús para mandarlo a la cárcel y retirar su incómoda presencia del ojo público. El problema de este pasaje es el diferente concepto de justicia que tienen unos y otros.

Para los fariseos, Dios exige una justicia que tiene que ver con la santidad personal e individual, con conceptos teológicos elevados y que está desvinculada de la realidad social. Por eso se negaban, siquiera, a ayudar a una persona en necesidad un sábado. Los fariseos atesoraban aquella supuesta justicia sin ningún atisbo de compasión; incluso, consideraban a los que actuaban con compasión y misericordia como pecadores.

Para Jesús, la justicia del día a día es un acto que entronca con nuestro prójimo creado a imagen de Dios, igual que nosotros.

La falsa justicia de los fariseos, la que ellos mismos habían acabado manipulando de los mismos textos sagrados de siempre, les llevó a un impulso homicida tan contrario al espíritu de la propia ley que resulta ofensivo. Es obvio que Marcos nos quiere dejar claro que los fariseos estaban tan seguros de su propia salvación que, aun leyendo el mismo texto, doblegaban su interpretación para darse la razón y vanagloriarse. El problema no era el texto, sino que aquella obsesión por la justicia les llevaba a anularla completamente. Y es terrible ver que muy a menudo hoy en día ese mismo acercamiento es el que nos encontramos en muchos a los que, por supuesto, no se les puede llamar fariseos por analogía, porque se ofenden.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - Actos de justicia