Lecciones del Templo del Pueblo

El discurso victimista ha hecho de Jones un monstruo, cuando fueron los miembros del Templo del Pueblo los que le convirtieron también en un dios.

07 DE MAYO DE 2019 · 08:00

La lección más obvia de Jonestown es que hay sectas peligrosas.,
La lección más obvia de Jonestown es que hay sectas peligrosas.

Cuarenta años después de la masacre de Jonestown es tiempo de sacar algunas conclusiones, para “aprender de la historia y no tener que repetirla”. Eso decía, irónicamente, la frase mal transcrita del filósofo madrileño Santayana, que tenía Jim Jones sobre su silla en la plataforma que había en Guyana, como vemos en las fotos de los más de novecientos cadáveres que rodeaban el pabellón. Tras esta extensa serie de artículos –la más larga que haya hecho hasta ahora, que comenzó con la recuperación de mi última operación y concluyo ahora con el preámbulo de la siguiente–, es hora de apuntar algunas lecciones de la historia del Templo del Pueblo.

Los que quieran saber más, les remito a las dos biografías más completas que hay de Jones. Hay muchos libros sobre Jonestown en castellano, pero el mejor sigue siendo el monumental El Cuervo, publicado por Planeta en 1986, pero escrito poco después de la masacre por Tim Reiterman, periodista del San Francisco Examiner que acompañó al congresista Leo Ryan y fue herido en el tiroteo de su asesinato. Sin esa urgencia, Jeff Guinn ha hecho en inglés el año pasado la mejor obra que se ha editado por el aniversario, que da título a esta serie (The Road To Jonestown). Aunque no es un académico, está escrito aún con más rigor y concisión que la de Reiterman. 

 

Tim Reiterman era periodista del San Francisco Examiner que acompañó al congresista Leo Ryan y fue herido en el tiroteo de su asesinato, que luego escribió la biografía de Jones, El Cuervo, publicada por Planeta en 1986.

La película que más se encuentra en español –tanto en DVD como en pésima imagen por YouTube– es Guyana, el crimen del siglo (1979), un engendro del mexicano René Cardona, aparecido un año después de la masacre. Esta horrenda cinta cuenta con viejas glorias de Hollywood en horas bajas como Joseph Cotten, Yvonne De Carlo o John Ireland, junto a actores españoles como Juan Luis Galiardo o “la reina del destape” de la Transición, Nadiuska –que por supuesto, sale desnuda una y otra vez–. Obvia decir que no aprenderán mucho de ella. 

Más digna es la producción estadounidense para la televisión de William Graham con el actor Powers Boothe (La tragedia de Guyana), sólo disponible en inglés en DVD. A pesar de lo que el título sugiere, recorre la vida de Jones, aunque de modo tan fragmentario como la mayoría de los documentales, que dejan bastante que desear, la verdad. El final está basado en el libro de Charles Krause –publicado por Bruguera el año después de la masacre–. Es la parte que más se asemeja a la realidad, como demuestra la ausencia de música en el momento de la muerte –presente en la llamada “cinta de la muerte”, pero claramente añadida después–. Hay muchas más expectativas de la serie que está preparando para HBO sobre Jonestown, el creador de Breaking Bad, Vince Gilligan, se hablará mucho del tema, dentro de poco…

 

¿QUÉ MÁS SE PUEDE VER Y OIR?

La reciente serie documental de la televisión de Sundance no ha logrado con su extensión, dar más luz que el reportaje producido por la cadena pública de Estados Unidos PBS, por el aniversario. Esta ya había hecho un largometraje documental en el 2006, que daba la impresión equivocada de que los procedimientos disciplinarios eran delante de la congregación, lo que no era así. La serie de Sundance habla mucho de la batalla de Grace Stoen por la custodia de su hijo, pero silencia la cuestión de la paternidad de Jones. Los programas de televisión que se pueden ver en YouTube no pasan de ser meros reportajes sin mucho interés. 

Mucho más recomendable es el documental evangélico Engañados (Deceived), que fue doblado en su día, pero está en versión original con buena calidad de imagen en YouTube. Fue un excelente trabajo que hizo el profesor de comunicación de Fuller, Mel White –antes de “salir del armario” y casarse con otro hombre, tras dejar a su familia y revelar que había sido el “autor fantasma” de libros de predicadores tan conocidos como Billy Graham–. En él hablan los Stoen, pero no se menciona su separación, ni la declaración jurada en 1971 de que John Victor fuera hijo de Jones. Lo mejor son las conclusiones autocríticas de White. Es el mejor material cristiano que conozco sobre el tema.

 

Tenemos que aprender de la Historia, para no tener que repetirla, como decía irónicamente, la frase mal transcrita del filósofo madrileño Santayana, que tení Jim Jones sobre su silla en Guyana.

El recurso más completo en Internet es la página en inglés de Consideraciones alternativas de Jonestown y el Templo del Pueblo que ha hecho el Departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de San Diego, toda una mina de documentación, enlaces y referencias académicas. Aunque hay muchos podcasts en inglés, el mejor es la serie de Transmisiones de Jonestown que utiliza las cintas de Jones en once episodios llenos de sugerencias, que consideran incluso las preguntas que plantean muchas teorías conspiratorias. Yo mismo he hecho una serie de podcasts para iVoox, grabados en estudio con la voz de Jones, música de la época y sonidos de la jungla, para el que esté interesado en escuchar algo en castellano.    

 

¿CUÁNDO UNA SECTA ES PELIGROSA?

La lección más obvia de Jonestown es que hay sectas peligrosas. Ya que una secta no es una organización criminal, ¡no nos equivoquemos! No todas las sectas son destructivas. Ahora todo el mundo es capaz de reconocer el peligro de Jonestown, después de la masacre. Lo que pasa es que incluso unos días antes, el embajador de Estados Unidos en Guyana, John Burke, mandaba un informe al Departamento de Estado diciendo que “es improbable que alguien esté retenido a la fuerza o contra su voluntad en la Comunidad de El Templo del Pueblo”. De hecho, advierte que “continuar investigando alegaciones podría hacer que la Embajada y el Departamento sean acusados de acoso”. ¡No nos engañemos! Quien está en una secta, es porque quiere…

En sociedades donde no hay mucha tradición de libertad religiosa, el discurso sobre el peligro de las sectas se puede volver fácilmente en contra del derecho a la libertad de culto. Este fue uno de los efectos de Jonestown. Hubo una auténtica paranoia en los años 80 sobre este tema. En países como España, recién llegados a la libertad religiosa, había encuestas que decían que la mayor preocupación de los padres después del peligro de que su hija se quedará embarazada, es que entrara en una secta. Los medios de comunicación estaban llenos de reportajes sensacionalistas sobre sexo y manipulación en las sectas. Todavía se vuelve de vez en cuando a ese tratamiento del tema.

Lo que se hizo evidente en los procesos legales que hubo entonces, es que no era fácil demostrar el delito de estos grupos y que muchas de las acciones policiales habían sido injustificadas. Los políticos que formaron incluso comisiones parlamentarias para estudiar la posibilidad de hacer leyes sobre el tema, fueron desaconsejados por sus asesores, ya que semejante legislación podía atentar contra un derecho fundamental como es la libertad religiosa. La única opción que quedaba era la conciencia social a la que puede llevar la formación educativa y la divulgación de los medios de comunicación. No hay otra alternativa en una sociedad democrática. 

 

¿CONTROL MENTAL?

Ante las limitaciones del tratamiento legal y político, la relativización sociológica que hace de la secta una religión en formación y el dogmatismo con el que se trata la cuestión doctrinal desde el punto de vista religioso, la mayor parte de los estudios se han orientado en los últimos años al aspecto psicológico. Tras descartar la especulación sobre “el lavado de cerebro”, que hizo que muchos relacionaran los sistemas de persuasión coercitiva del maoísmo chino en prisioneros americanos durante la guerra de Corea con el llamado “control mental” de las sectas, se buscó una vía de terapia que no cayera en la ilegalidad de la “desprogramación”. La práctica de los llamados “desprogramadores” suponía el secuestro de mayores de edad, para someterles a un tratamiento agresivo de psicología conductista, que era un delito mucho más claro que la actividad sectaria, al ser algo en contra de la voluntad del individuo. 

 

El discurso victimista ha hecho de Jones un monstruo, cuando fueron los miembros del Templo del Pueblo los que le convirtieron también en un dios.

Surge entonces la pregunta de si hay individuos o situaciones en que uno esté más en riesgo de entrar en una secta. Al principio se hablaba del peligro de las sectas para la juventud, porque se creía que eran jóvenes desorientados los que entraban en estos grupos. Cuando en los años 80 se vio que eran personas de mediana edad en momentos de crisis, los que llegaban a formar parte de estas organizaciones, se empezó a hablar de situaciones de peligro, en vez de individuos vulnerables. Tras estudiar en los 80 cómo funcionaba la conversión en la secta de Moon, la profesora escocesa Eileen Barker hizo una influyente critica a la teoría del “control mental” en Nuevos Movimientos Religiosos que popularizó Margaret Singer. Desde entonces, el concepto ha sido desestimado en testimonios presentados en el contexto judicial. 

Es cierto que Barker es una socióloga, pero su visión fue desarrollada por el psicólogo australiano Len Oakes y el profesor de psiquiatría británico Anthony Storr. El primero es autor del estudio más importante que se ha hecho sobre el llamado “carisma profético” y el segundo fue famoso por su investigación de la psicología del gurú. Es evidente que Jones tenía lo que llaman un “desorden narcisista de personalidad”, pero eso no explica la atracción que producía en sus seguidores. El doctor Harary escribe sobre Jonestown en Psychology Today que “los que se unen a sectas como el Templo del Pueblo esperan crear un mundo mejor y creen mentiras de la misma manera que cualquiera de nosotros se puede encontrar al enamorarse de la persona equivocada o dejar ser manipulado”. Para él, “la única diferencia real es el extremo al que somos llevados por esos sentimientos”. 

 

¿AUTOENGAÑO O MANIPULACIÓN?

La pregunta de cuándo una iglesia se convierte en secta no es fácil de contestar. En un sentido los miembros del Templo del Pueblo eran engañados, porque había una realidad oculta más allá de la comunidad de integración racial que atraía a la oprimida población afroamericana que había encontrado en la fe su experiencia de liberación. El Comité de Planificación era una iglesia dentro de la iglesia, formada por aquellos profesionales blancos de mente liberal que llevaban la dirección y disciplina de una congregación, que no dudaban en manipular con todo tipo de estratagemas para falsificar milagros y reforzar la autoridad de Jim Jones. Ellos eran tan responsables como él, de lo que pasaba en la iglesia. 

El discurso victimista ha hecho de Jones un monstruo, cuando fueron los miembros del Templo del Pueblo los que le convirtieron también en un dios. Es cierto que tenía dones como la evidente vehemencia de predicador que muestra al principio y su incansable activismo de reformador social, pero hay otros aspectos de su carisma, difíciles de apreciar. A algunos nos parece repulsivo hasta su aspecto físico. Sin embargo, tuvo relaciones con muchas mujeres y algunos hombres de la comunidad. Era soberbio y vanidoso hasta la petulancia. Y a pesar de ello, le tenían un cariño como si fuera la mejor persona del mundo. La clave está en lo que dice su hijo Stephan, era como un espejo en el que todos reflejaban lo que buscaban en la vida. Y él dependía de su aceptación para su propia autoestima. 

Algunos cristianos han querido ver en ello un engaño demoníaco. Y es cierto que hay una dimensión espiritual en el error. Ya que el diablo es padre de toda mentira (Juan 8:44), pero también nos encontramos aquí ante la realidad humana que hace que la religión o los más nobles ideales estén manchados por ese poder corruptor que la Biblia llama pecado. Creo que hay mucho de admirable en el ideal de justicia del Templo del Pueblo, que crea una comunidad donde no hay división de raza o condición económica. Para el modo de vida consumista del liberalismo capitalista americano, eso es socialismo, que asocian con el ateísmo y una ideología que es origen de todos los males. Lo que pasa esa es que esa visión de la vida comunitaria no está lejos del modelo bíblico. El problema no era el ideal, sino la realidad de la miseria humana que todo lo estropea y destruye. 

 

Es evidente que Jones tenía lo que se llama un desorden narcisista de personalidad, pero eso no explica la atracción que producía en sus seguidores.

DESCONFIANZA Y DECEPCIÓN

Es por eso, que tenemos que volver al problema fundamental de dónde está nuestra confianza. Cuando Jones empezó a criticar la Biblia, es él quien se puso como autoridad. La escenificación del momento en que pisa las Escrituras, para declarar su divinidad en una reunión de la iglesia en California, no es más que la confesión de dónde está su esperanza. Ya no en un Dios en los cielos que traiga su Reino a este mundo, sino en la capacidad humana de cambiar esta sociedad. Quien así hace, se engaña a sí mismo. “Maldito el que confía en el hombre”, dice el profeta Jeremías (17:5). El resultado será la decepción.

Cuando el Templo del Pueblo pretende construir el Paraíso en la tierra, muchos han observado la ausencia de biblias en Guyana. No es del todo cierto. Había personas mayores que todavía leían las Escrituras, pero la Biblia brillaba ya por su ausencia en los mensajes de Jones. Dejó incluso de intentar falsificar milagros. Ya no había más que un discurso político de autocomplacencia. El problema es que ya no encontraba la satisfacción que tenía en San Francisco relacionándose con las autoridades, mientras recibía la admiración de los miembros de su iglesia, que le idealizaban con la distancia del que está sobre el púlpito. Ahora convivía con ellos y notaba el cansancio que producían sus desvaríos, el capricho de su arbitrariedad y la crueldad de su tiranía. Por eso se droga y engorda, mientras los demás trabajan y pasan hambre. Para todos es evidente la inconsecuencia entre su palabrería y su patético ejemplo.  

Es así como la utopía es ahogada por el interés propio. Son sus amantes y lugartenientes, Carolyn Layton y María Katsaris, las que dirigen con mano férrea Jonestown, cuando Jones está casi todo el tiempo drogado. Es la locura de la ambición por la que su fanatismo los lleva a creer que controlan su vida disponiendo de su propia muerte en el llamado “suicidio revolucionario”. No por un efecto hipnótico de las palabras de Jones, sino por la presión y fuerza de sus guardianes. Es la violencia de una muerte inducida, más que un suicidio colectivo. En el caso de los niños, literalmente. Incluso en Georgetown, Sharon Amos llega a acuchillar a sus hijos y matarse ella misma, sólo por el mensaje de radio que reciben para buscar su muerte como si fuera un acto de venganza contra sus enemigos. Apenas unos cuantos lograron escapar a esta locura. Cambiaron la Palabra de vida por palabras de muerte y destrucción...

 

La Biblia brillaba por su ausencia en los mensajes de Jonestown. Ya no había más que un discurso político de autocomplacencia.

LA PALABRA LIBERADORA

La Biblia, lejos de ser un instrumento de opresión, es la Palabra liberadora de la tiranía de hombres como Jones y de la pesadilla en que se convierten nuestros sueños de crear un mundo ideal. La confianza en el Dios que se revela en la Escritura te libra de la frustración de la desproporción que existe entre las palabras y los actos humanos. Nuestros discursos pueden ser sinceros, pero nuestro corazón nos engaña, como dice también Jeremías (17:9). La buena noticia es que Dios es mayor que nuestro corazón (v. 10).

Vivimos en una época que ha hecho de la sinceridad la virtud suprema, pero podemos equivocarnos sinceramente, arruinar nuestra vida y la de los demás. Tenemos que discernir los motivos de nuestro corazón y preguntarnos en quién confiamos. Si buscas en ti, lo que sólo puedes encontrar en Dios, lo que descubrirás es más de tu propia miseria. Ya que no tenemos el corazón de oro que creemos tener.

Todo esto produce una inmensa desconfianza. Si no nos fiamos de nosotros, ¿en quién vamos a confiar? Ante la inocencia perdida, lo que debemos es confiar en Aquel que nunca nos puede fallar. La fe en el Dios que se revela en Jesucristo nos libera del desengaño que producen las promesas humanas basadas en buenas intenciones que no pueden cumplir. La Biblia dice que Él es fiel (1 Corintios 1:9), pero ¿qué garantía tengo de ello? No hay otra base para confiar en la fidelidad de Dios que Cristo Jesús. Es en su Hijo que Dios nos ama.

Es por eso que no debemos confiar en hombres como Jim Jones, sino mirar a Aquel que nos ha amado tanto que ha dado su vida en la cruz por nosotros. Sólo allí encontramos la paz y la misericordia. Él es fiel, ¡aunque nosotros seamos infieles! No puedo confiar en mí, pero sí en Aquel que nunca me fallará. Nada me podrá separar de su fiel amor en Cristo (Romanos 8:38-39). Esa es la única seguridad que tengo. 

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