Las gafas de Dios

Esta humanidad nuestra, esta carne que nos mantiene unidos a la carne hace que seamos presos de sentimientos y lloramos por aquellos que se marchan.

29 DE ABRIL DE 2019 · 14:00

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Respiré profundamente y entré en la habitación. No quería que me vieras triste y hacer de aquella visita un encuentro dramático. Mi hermano Manuel me precedía y eso me dio el empuje que necesitaba para entrar a verte. 

Llevábamos tiempo orando por ti, días y noches en una cadena de oración en la que como pueblo pedíamos a Dios que la ansiada sanidad hiciese su aparición y que los resultados tan desmoralizadores se transformaran en buenas nuevas.

Desde que supimos la gravedad de tu diagnóstico te convertiste en nuestra más reiterada petición, deseábamos en lo más profundo de nuestros corazones que la salud enarbolara tu vida y que volvieras a ocupar tu lugar. 

Aquel día, en aquella habitación, tuve la oportunidad de hablar de poeta a poeta. 

Hablar de cosas sencillas que a los ojos de otros pasan sin pena ni gloria pero que ambos veíamos de una forma extraordinaria.

- Hace días me emocioné al ver la lluvia. No sé qué me pasa Yolanda, veo las cosas de otra manera. 

Expresaste aquellas palabras sabiendo que yo las entendería perfectamente, que sabría leer entre líneas la profundidad de una emoción tan sencilla. 

Entonces te hice una pregunta dándote también mi personal respuesta.

- ¿Sabes por qué nos emocionamos con hechos tan triviales? Porque sabemos ponernos las gafas de Dios.

Asentiste con la cabeza y enumeraste una retahíla de cosas que vemos gracias a esas maravillosas gafas.

El compañero de habitación y su acompañante nos oían mientras ambos hablábamos de simplezas plagadas de belleza.

No me despedí con un adiós, ni con un hasta luego, simplemente me fui con la pretensión de volver.

Pero…  Ya no estás. Te has ido, abrigado por quienes más te han querido y de seguro te seguirán queriendo. Arropado con alabanzas, con suaves notas de amor, de ternura. Dios ha decidido llevarte a su presencia y a sabiendas del dolor que ello provoca; sobre todo en quienes más te aman, sé que ya estás en el mejor de los lugares. El hogar eterno, cercano al Padre, viviendo una eternidad sin dolor, sin lágrimas. Un hogar al que todos ansiamos ir pero que cuando son otros los que parten nos dolemos ante la usencia de quien se marcha para no volver.

Esta humanidad nuestra, esta carne que nos mantiene unidos a la carne hace que seamos presos de sentimientos y lloramos por aquellos que se marchan.

Es una tristeza tan natural que el mismo Jesús aun sabiendo que resucitaría a su amigo Lázaro vertió lágrimas por él, compartiendo el dolor de Marta y María. 

Hoy te lloramos querido hermano y lo hacemos con el corazón dividido: Llevados por el egoísmo que nos hace desear que estés aquí, un terreno de sufrimiento, de pesares, de congojas, de problema, un paraje que no tiene comparación con ese paraíso en el que moras. Contradictoriamente envidiamos tu estado, ese vivir eternamente en la morada celestial.

Te echaremos de menos, el lugar que ocupabas seguirá vacío, nadie llena el hueco que otro alguien ha desocupado y tu lugar, ese lugar, siempre te pertenecerá a ti mi hermano poeta. 

A mi hermano José Antonio García Caballero, “Pepe el poeta”.

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