El discurso del llano

Es Dios quien pone boca arriba el concepto de seguidor. A partir de ahora, los que menos tienen son los más afortunados en el reino.

12 DE ABRIL DE 2019 · 08:00

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Jesús bajó del cerro con ellos, y se detuvo en un llano. Se habían reunido allí muchos de sus seguidores y mucha gente de toda la región de Judea, y de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. Habían venido para oír a Jesús y para que los curase de sus enfermedades. Los que sufrían a causa de espíritus impuros, también quedaban sanados. Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía. 

Jesús miró a sus discípulos y les dijo: 

“Dichosos vosotros los pobres, porque el reino de Dios os pertenece. 

“Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis satisfechos.

“Dichosos los que ahora lloráis, porque después reiréis. 

“Dichosos vosotros cuando la gente os odie, cuando os expulsen, cuando os insulten y cuando desprecien vuestro nombre como cosa mala, por causa del Hijo del hombre. Alegraos mucho, llenaos de gozo en aquel día, porque recibiréis un gran premio en el cielo; pues también maltrataron así sus antepasados a los profetas. 

“Pero ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis tenido vuestra alegría! 

“¡Ay de vosotros los que ahora estáis satisfechos, porque tendréis hambre! 

“¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque vais a llorar de tristeza! 

“¡Ay de vosotros cuando todos os alaben, porque así hacían los antepasados de esta gente con los falsos profetas! Evangelio Lucas 6:17-26

Bienaventuranza o macarismo es una expresión de felicitación o alabanza, un mensaje que rebosa alegría dirigida expresamente a personas que cuentan con el favor divino, pues están estrechamente relacionadas con el reino de Dios. Es un mensaje esperanzador para que los desesperanzados confíen en el Señor y no en la fuerza que no tienen. Es llamar dichoso a quien no lo es buscando un motivo que lo justifique; es ni más ni menos como decir: ¡qué suerte, tienes a Dios de tu parte! 

Este texto de Lucas coincide con algunos puntos del Sermón de la montaña del evangelio de Mateo donde aparecen nueve bienaventuranzas, ninguna malaventuranza. El de Lucas es más corto, tiene cuatro de cada una. A la bienaventuranza de los pobres, los hambrientos, los que lloran y los perseguidos, corresponde la triste suerte de los ricos, los saciados, los que ríen y los que son alabados; luego veremos esto. En Mateo, Jesús sube al monte y enseña a sus discípulos en presencia de la gente. En Lucas baja del monte para detenerse en el llano con la multitud de pobres y enfermos que le espera para ser atendida e igualmente se dirige a sus discípulos. Mateo habla de "ellos", los pobres. Lucas es más directo, lo hace de "vosotros".

Las bienaventuranzas están dichas unas en presente, como corresponde a la primera y otras como promesas para el futuro.  Cada evangelio las adapta de una manera diferente. 

En esta enseñanza aparece con fuerza que el reino pertenece a los pobres de espíritu que ruegan a Dios, pues necesitan ayuda. Son los humildes que dependen exclusivamente de la ayuda del Señor, no tienen otros recursos y sólo en él pueden poner su confianza. Dios siempre socorre al indefenso, al marginado que, por la causa que sea, no encuentra hueco en la sociedad donde vive atrapado y les anuncia, precisamente por ser como son, su pertenencia al reino.

Repasemos.

En versículos anteriores (Lucas 6,12-16),  leemos:

Por aquellos días, Jesús se fue a un cerro a orar, y pasó toda la noche orando a Dios.  Los lugares altos eran considerados propios para el culto.

Cuando se hizo de día, reunió a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los cuales llamó apóstoles. Estos fueron: Simón, a quien puso también el nombre de Pedro; Andrés, hermano de Simón; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago hijo de Alfeo; Simón el celote, Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que traicionó a Jesús. 

A continuación: 

Jesús bajó del cerro con ellos, y se detuvo en un llano. Se habían reunido allí muchos de sus seguidores y mucha gente de toda la región de Judea, y de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. Habían venido para oír a Jesús y para que los curase de sus enfermedades. Los que sufrían a causa de espíritus impuros, también quedaban sanados. Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía. (Lucas 6, 17-19).

Ante la presencia del Maestro, sea donde sea que esté, se congrega todo tipo de personas, de nivel alto y bajo, vienen de lugares diferentes, ya sea para oírle, ser curado o desposeídos de demonios. Pero vemos que Jesús no enfoca su discurso a esa multitud que está presente, que quería tocarle, ser sanada y espera que le hable.

¿Qué hace Jesús?

Se dirige en voz alta y con fuerza a los doce que acaba de nombrar allá arriba como personas de confianza y quiere que todos en general le escuchen. Les certifica lo que son, pobres, y ese es el motivo por el que son elegidos. Con esta determinación les da pautas a los que oyen, a los que oirán en el futuro (nosotros) para que distingan a los que son  enviados por él. 

Ante Judíos y gentiles, Jesús los está ordenando como miembros especiales de su ministerio. Les da unas instrucciones  de vida y les infunde esperanza. Esta imagen que enaltece Jesús en ellos les ayudará a ser creídos, darán conocimiento de que son los enviados. Jesús les está concediendo la gracia, la capacidad de ser reconocidos por los hombres. Los pobres son realzados ante todos y los ricos que están presentes, escuchan. Los discípulos son ejemplo de vida para los demás. La multitud es testigo del mensaje.

¿Y qué proclama Jesús a viva voz? 

Todo un disparate, lo nunca oído ni en aquel tiempo ni en el nuestro. Rompe lo establecido.

Primera: Dichosos vosotros los pobres, porque el reino de Dios os pertenece. 

Esta bienaventuranza está proclamada en presente: el reino de Dios os pertenece.

Se dirige a los discípulos en segunda persona del plural, vosotros. Ya sabemos, los ha elegido por ser pobres y serán restaurados, se les hará justicia. Les está asegurando que esta condición lleva consigo formar parte del  reino de Dios. ¿Quiere esto decir que Dios se alegra con el sufrimiento humano? No. Su propósito es que tengamos una vida plena, repleta, abundante, y esa vida no está ni en la riqueza ni en la pobreza, está sólo en Jesús. Es una relación de corazón a corazón; el nuestro confiado y protegido por el suyo.

Los pobres serán restaurados, no en lo material sino en el reino. Conocemos los salmos y sabemos que están repletos de las súplicas que los pobres hacen al Señor y de la ayuda que el Señor les brinda. Vemos a lo largo de los evangelios que la preocupación y el amor de Jesús por los marginados es una constante.

No es la pobreza la que los hace dichosos sino saber de su pertenencia al reino que esperan, que vendrá con poder, donde recibirán justicia.

Segunda:  Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis satisfechos.

Esta bienaventuranza está declamada en futuro: quedaréis satisfechos.

Jesús se está refiriendo, más bien, al hambre que acompaña a la pobreza, la que adelgaza el cuerpo y hace sonar las tripas. El pobre de la primera bienaventuranza tiene hambre y será saciado. Su posición de pobre le hace tener necesidad. No obstante, él le promete llenura. Le va a cuidar. Le hace una invitación a sentarse a la mesa del banquete con Dios.

Tercera: Dichosos los que ahora lloráis, porque después reiréis. 

Está hablando de llorar y su consuelo abarca cualquier pena. De igual modo que nos reímos por múltiples motivos, en el llanto está comprendido cualquier dolor. No hace distinción entre un dolor y otro, ni en las causas que lo provocan, sino que todo entra. Jesús les está arropando. Les está dando esperanza a sus problemas, asegurándoles que después serán felices, pero no les dice cuándo. Sí asegura que vendrá la alegría, la risa, porque no es un Señor castigador sino consolador. En la familia de Dios habrá gozo.

Estas tres primeras bienaventuranzas o macarismos transmiten un mensaje de liberación, algo que sólo depende de Dios.

Cuarta: Dichosos vosotros cuando la gente os odie, cuando os expulsen, cuando os insulten y cuando desprecien vuestro nombre como cosa mala, por causa del Hijo del hombre.

Se está refiriendo al desprecio con el que se castiga al seguidor de Cristo. No hay que esperar nada en el presente sino en el cielo. Os difamarán, deshonrarán.

 Alegraos mucho, llenaos de gozo en aquel día, porque recibiréis un gran premio en el cielo; pues también maltrataron así sus antepasados a los profetas.

Toda recompensa de gracia corresponde al buen seguidor del Hijo del hombre.

Tanto los profetas a los que hace mención como los discípulos son siervos y tanto unos como otros serán perseguidos. Los sufrimientos están garantizados antes de la llegada del reino. 

No les dice cuándo ocurrirá eso tan bueno que será la contrapartida a todas sus desdichas, simplemente lo augura. Las bienaventuranzas son una certificación de la falsedad de la teología de la prosperidad que muchos predican. La felicidad en esta vida en absoluto está garantizada.

Esta lectura de las bienaventuranzas trae serenidad y precisa del autoconvencimiento por parte de los seguidores. Los pone al tanto de su realidad y de lo que vendrá, para que no les coja por sorpresa, y a nosotros nos hace cómplices, porque como discípulos ¿quién no se ha sentido alguna vez así? El Señor nos conduce hacia un modo de vida diferente, nos posiciona en el lado de los necesitados, compartimos de un modo u otro sus miserias. Al mismo tiempo, sufrir esto en nuestras carnes nos lleva a que nos arrimemos con compasión al que sufre y que sintamos que nos duelen sus desgracias, que sepamos adaptarnos a las necesidades que tenemos. Crea empatía, corporativismo de unos hacia los otros. Jesús no sólo enseña sino que es Maestro misericordioso.

Es Dios quien pone boca arriba el concepto de seguidor. A partir de ahora, los que menos tienen son los más afortunados en el reino. Como si dijera: Los tiempos han cambiado, le vamos a dar un giro a lo que hasta ahora estaba establecido.

Este mensaje se hace universal y se propaga a todos, sean de la condición que sean.

En las bienaventuranzas se recoge la miseria humana y la gran salvación de Dios, así en el presente como anuncia la primera, como en el futuro con las otras tres: a los pobres pertenece el reino de Dios, son invitados a su mesa para que coman y se sacien, el llanto será risa y recibirán un gran premio por haberlo pasado mal cuando fueron odiados o despreciados e insultados por seguir a Jesús.

Sin embargo, en contraposición a estas promesas beneficiosas están las malaventuranzas o desdichas. Cada una corresponde a una bienaventuranza: a los pobres los sitúa antes que a los ricos; a los hambrientos antes que a los que están hartos; a los que lloran los pone por encima de los que ríen; a los perseguidos los compara con los que son alabados.

MALAVENTURANZAS 

Parecen una especie de maldiciones o amenazas. Sin embargo, más que eso son lamentaciones con función de advertencia. Presentan a Jesús con una misión profética principal  de denuncia social.

Primera: Pero ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis tenido vuestra alegría!

Incluye un sentimiento de pena, de queja. Ya no tienen que esperar nada más pues lo han recibido todo. La felicidad está en lo que poseen. El sentido es el de haber recibido el pago de lo que esperaban, haber cobrado una deuda que le debían. 

Segunda: ¡Ay de vosotros los que ahora estáis satisfechos, porque tendréis hambre! 

Se refiere no sólo al alimento sino a la avidez, el deseo fuerte o intenso de tener, querer, o conseguirlo todo.

Tercera: ¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque vais a llorar de tristeza! 

Esta risa es negativa. No sólo les anuncia lágrimas sino también duelo, llorar sobre sí mismos.

Cuarta:  ¡Ay de vosotros cuando todos os alaben, porque así hacían los antepasados de esta gente con los falsos profetas! 

Es una copia contraria a la cuarta bienaventuranza: Dichosos vosotros cuando la gente os odie, cuando os expulsen, cuando os insulten y cuando desprecien vuestro nombre como cosa mala, por causa del Hijo del hombre.

Son los que gozan de buena fama general, tienen la aprobación de los hombres, como cuando en el Antiguo Testamento los profetas gozaban de buena aceptación  porque regalaban los oídos y mentían al pueblo de Israel.

Esta ilustración de hoy trata sobre dos formas diferentes de vivir, ¿con cuál queremos identificarnos? Son modelos opuestos de ser felices.

Los que lo pasan mal tienen la seguridad de que Dios está por ellos, porque hace justicia. Los malaventurados ya tienen su recompensa y parece que para ellos no hay lugar en el reino. Pero igual que la tuvo el joven rico, ellos tienen su oportunidad que deben aprovechar, como la aprovechó Zaqueo que sí cambió el rumbo de su vida.

Leemos en Proverbios 31,8-9:

Levanta tu voz por los que no tienen voz:

¡defiende a los indefensos!

Levanta tu voz y hazles justicia:

¡defiende a los pobres y a los humildes!

Y esto es lo que hace Jesús con los bienaventurados, con los que en su vida diaria se sienten como gente sin voz, sin voto, gente muda por el miedo, por la indecisión, por los complejos; los que se sienten apartados y los que están realmente atrapados. La gente que no es querida porque sigue las enseñanzas de Jesús y por eso no es admitida siendo señalada.

¿Qué nos enseña a los que estamos congregados en el llano de la fe, observando como Jesús ha bajado y queremos que nos hable porque necesitamos escucharle y que nos dirija? Nos muestra su intención de llevarnos a una vida plena. Jesús instruye y obra. Va de la teoría a la práctica que,  en su conjunto, no hace más que reflejar en el ser humano el amor derramado de Dios. Nos enseña a distinguir a los que son suyos, a los que son elegidos para ejercer algún ministerio, o sea, algún servicio (no olvidemos que ministerio es servir). Los que dicen que el Señor los ha llamado han de cumplir con estas condiciones que Jesús pone en sus discípulos, en nosotros, discípulos también, que hemos de levantar la voz por los que no la tienen, hacerles justicia, defender a los pobres y a los humildes. Y a Dios, ¿se le puede pedir más cuidados, más protección, más esmero?

Estos son los elegidos como discípulos en una enseñanza fresca para todos, y que, haciendo uso del significado de bienaventuranza, podamos decir: ¡ qué suerte la de tener a Dios de nuestra parte!

 

Escrito con la ayuda del Comentario Bíblico Latinoamericano, Nuevo Testamento, Grupo Editorial Verbo Divino.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tus ojos abiertos - El discurso del llano