Hay que seguir

Tarde o temprano todos pasamos por situaciones difíciles, así que debemos recordar algunas de las lecciones más importantes.

18 DE MARZO DE 2019 · 09:00

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Quiero recordar hoy algunas frases de una entrevista del diario El País con Justine Henin, una de las mejores tenistas del mundo a comienzos del siglo XXI: «La muerte de mi madre forjó mi carácter —dijo la atleta belga—. Cuando pasa algo negativo en mi vida, le pego a la pelota amarilla con todas las fuerzas y libero mi estrés. La enfermedad y la muerte nos golpean a todos, pero hay que seguir».

Sé que ya hemos hablando sobre el sufrimiento, pero nunca es demasiado. Tarde o temprano todos pasamos por situaciones difíciles, así que debemos recordar algunas de las lecciones más importantes. El Salmo 147:3 dice que Dios sana el corazón hecho pedazos y venda nuestras tristezas (literalmente). Para comenzar debemos recordar que nada sucede sin que Dios dé su consentimiento, así que, en cierta manera, es él mismo quien permite, en algunas ocasiones, que nuestro corazón pase por situaciones difíciles. No es el deseo de su alma, pero sabe que será bueno para nosotros.

En primer lugar, Dios está siempre muy cerca de los que sufren: «Porque así dice el Alto y Sublime que vive para siempre, cuyo nombre es Santo: Habito en lo alto y santo, y también con el contrito y humilde de espíritu, para vivificar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los contritos» (Isaías 57:15).

En segundo lugar, Dios nos escucha siempre y comprende lo que sentimos. Jamás se aleja del que está en «valle de sombra de muerte» a causa de su sufrimiento (Salmo 23).

En tercer lugar, Dios se compromete con nosotros. Él ha prometido curar nuestras heridas y fortalecer nuestro corazón. «Te devolveré la salud y te sanaré de tus heridas» (Jeremías 30:17).

En cuarto lugar, Dios sabe lo que es el sufrimiento. El Señor Jesús llevó todos nuestros dolores (Isaías 53) y nuestras enfermedades. En quinto lugar, Dios no solo lo sabe, sino que atraviesa con nosotros las mismas situaciones que estamos pasando. Nos acompaña no solo en la soledad sino también en el dolor. Es mucho más que un amigo que pone su mano sobre nuestro hombro (¡y gracias a Dios por amigos así!). Él vive la misma situación que estamos viviendo nosotros. «En todas sus angustias él fue afligido, y el ángel de su presencia los salvó; en su amor y en su compasión los redimió, los levantó y los sostuvo todos los días de antaño» (Isaías 63:9).

En sexto lugar, Dios nos defiende cuando somos atacados. Si nuestro sufrimiento es causado por otros, él nos muestra su amor. Cuando nuestras lágrimas son fruto de la injusticia de otras personas, Dios no se esconde: él tiene la última palabra y es justo. Él lucha por nosotros.

Por último, cuando creemos que no podemos hacer nada más, pensamos que nuestra vida no tiene sentido y llegamos a creer que no existe salida, Dios nos recuerda una de sus promesas más grandiosas: «Aseguraremos nuestros corazones delante de él en cualquier cosa en que nuestro corazón nos condene; porque Dios es mayor que nuestro corazón» (1 Juan 3:19-20). Dios es más grande que todas las cosas, y él restaurará nuestra vida. No nos dejará caer.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Con otro ritmo - Hay que seguir