La crucial cuestión de las palabras

La expresión con sanas palabras indica la calidad que tienen, porque lo sano es lo contrario de lo enfermo o infectado, cualidad que es vital para que la enseñanza sea saludable.

07 DE MARZO DE 2019 · 09:00

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Entre los combates que están teniendo lugar hoy, uno de los más cruciales tiene que ver con las palabras. Y aunque las palabras, en un sentido, pueden no ser nada, como bien expresa la frase ‘las palabras se las lleva el viento’, en otro sentido su peso puede ser determinante, porque mediante ellas se exponen creencias, se enseñan conceptos y son el vehículo de las ideas.

Y es precisamente en la difusión de las ideas donde la cuestión de las palabras se torna crucial, al ser decisiva para formar conciencias, que se traducirán en modelación de comportamientos. Si esa difusión adquiere una extensión generalizada y preponderante, el resultado será un cambio en la sociedad, razón por la cual los grupos en el poder, o que aspiran al poder, necesitan urgentemente que las palabras que han acuñado para definir su ideario echen raíces en las mentes y los corazones. Los medios públicos de difusión que están de su parte se encargan de transmitir y repetir hasta la saciedad dichas palabras, insertándolas dentro de su vocabulario, de modo que quienes escuchan las hagan suyas por vía de imitación.

Si no hay un examen previo por parte de los oyentes de lo que tales palabras significan y no se pone un filtro que sirva de tamiz para separar lo verdadero de lo falso, la consecuencia será asumir y dar por buena la proposición que las palabras contienen.

En el cristianismo la importancia que tienen las palabras es lo que quiso subrayar el apóstol Pablo, cuando le dijo a Timoteo: ‘Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste.’ (2 Timoteo 1:13). Hay palabras que son capitales para la verdad cristiana y que no pueden ser sustituidas por otras, so pena de deformar completamente el contenido de esa verdad. Por ejemplo, las palabras gracia, pecado, salvación, condenación, reconciliación, justificación, adopción o santificación, entre otras, son términos tan esenciales en los escritos del apóstol que si desaparecieran o fuera cambiado su significado, automáticamente lo que quedaría sería otro evangelio, que nada tendría que ver con el verdadero. De ahí el mandato que da a su más joven discípulo.

La expresión con sanas palabras indica la calidad que tienen, porque lo sano es lo contrario de lo enfermo o infectado, cualidad que es vital para que la enseñanza sea saludable. Como la enseñanza es lo que alimenta la mente, resulta vital que tal alimento sea enteramente sano, porque del estado de nuestra mente depende nuestro vigor y equilibrio.

Pero esas sanas palabras tienen una forma, es decir, un modelo. Una de las disciplinas que había en la escuela cuando yo era niño era la caligrafía. El ejercicio consistía en que habiendo un modelo o prototipo de escritura en lo alto de la página del cuaderno, el alumno debía escribir lo que allí había puesto, en el estilo de escritura propuesto. En tanto se parecía al original, el ejercicio era correcto; en tanto no se parecía, era incorrecto. Pero el prototipo era lo que marcaba y definía la tarea del alumno, siendo el patrón para medir la exactitud del trabajo. El alumno no tenía la libertad de cambiar el modelo, ni tampoco poner en entredicho su calidad caligráfica. Ese modelo era el modelo perfecto, incuestionable. Pues bien, con las sanas palabras de la verdad cristiana ocurre lo mismo, pero en un grado infinitamente superior, porque después de todo la caligrafía solamente servía para dar unas pautas a fin de que cuando escribiéramos nuestra letra fuera legible y, a ser posible, elegante. Luego, a medida que pasara el tiempo, cada cual tendría su estilo personal de letra. Pero con la verdad cristiana no es posible que cada cual se fabrique su propia versión, pues de ser así estaría de más que Pablo le dijera a Timoteo que retuviera la forma de las sanas palabras.

Pero las sanas palabras, expresión que también se puede traducir por las sólidas palabras, también tienen que ver con conceptos que competen al ordenamiento de la comunidad humana, siendo los ladrillos con los cuales se edifica esa estructura que llamamos sociedad. Si esos ladrillos son sólidos, el edificio estará bien construido, con garantías de durabilidad y permanencia frente a las contingencias que se puedan presentar.

Por eso, las palabras hombre, mujer, matrimonio, familia, padre, madre, marido, esposa, masculino y femenino, son ladrillos insustituibles e incambiables, cuya alteración o desaparición desean quienes quieren imponer sus propias ideas. Pero ¿estamos, con estas palabras, solamente ante un convencionalismo social que puede ser modificado a gusto de cada generación? ¿Se trata de una fabricación interesada de ciertos estamentos obsoletos? Si se afirma que es una fabricación interesada, por la misma lógica hay que admitir que su alteración o eliminación es otra fabricación interesada de los grupos que ahora se empeñan en ese objetivo.

Pero no es necesario entrar en el dilema de las fabricaciones interesadas, porque la misma fuente que muestra la existencia de las sanas palabras, es la que nos enseña el significado de las mismas. También de las palabras hombre, mujer, matrimonio, familia, padre, madre, marido, esposa, masculino y femenino. Con ese significado me quedo.

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