Carta al cardenal Tarancón

Texto publicado en Restauración, en enero de 1970.

20 DE FEBRERO DE 2019 · 09:00

Vicente Enrique Tarancón. / architoledo.org,
Vicente Enrique Tarancón. / architoledo.org

Excelentísimo señor don Enrique Tarancón, arzobispo de Toledo y primado de España. Señor: Fue precisamente agosto el único mes que pasé enteramente fuera de España el pasado año. Ello interrumpió mi cita diaria con los ocho periódicos que se publican en Madrid. Los compro todos, pero no estoy suscrito a ninguno simplemente para evitarme el trabajo de tener que leer, al regreso de mis ausencias, tanta prensa atrasada. Ya tengo bastante con repasar las revistas que se amontonan en mi despacho durante mis salidas de Madrid.

Esto, sin embargo, tiene un inconveniente que a mí, seguidor atento de la actualidad diaria, me perjudica: se me escapan muchas noticias interesantes. Fue precisamente lo que me ocurrió con sus declaraciones a la Agencia Pyresa el pasado verano. Casi acabando ya el 1969 leí en una publicación mensual las declaraciones que usted hizo a la citada agencia. El articulista ponía en sus labios de usted la afirmación de que los protestantes españoles han sido, en el curso de la Historia, enemigos de la Patria. No pude creerlo. No quise creerlo. Pensé en un error de la revista o de la agencia. Seguramente –me dije- han cambiado, por equivocación, el nombre del entrevistado. Usted es el último católico español de quien yo podría esperar afirmaciones de este tipo. Y no por la dignidad y responsabilidad de su cargo, sino por su amplitud de pensamiento, por su corazón generoso y por su liberalidad y comprensión, tantas veces demostradas por usted.

Afortunadamente, la publicación daba el nombre y la fecha del periódico donde aparecieron sus declaraciones. Pedí enseguida que me compraran el diario YA del 19 de agosto, y justo allí, en la página 11, estaban sus declaraciones. En la sección 'Ver, oír y …contarlo', bajo el título Iglesia, política y autoridad, la redacción del periódico escribía: “Sobre la Iglesia ante la política y la autoridad, monseñor Enrique Tarancón, arzobispo de Toledo, declaró a la Agencia Pyresa lo siguiente: “Pasa lo mismo que en la idea ecumenista de España. En España los protestantes no han sido enemigos de la Iglesia, sino de la Patria. Así se ha concebido desde Felipe II, que incluso creó algunas diócesis, como Solsona, para que no entrase el protestantismo en España”.

Esto fue lo que usted dijo a la citada agencia, entre otras muchas cosas que, aunque interesantes, no hay por qué mencionarlas aquí.

Le vuelvo a declarar mi estupor, señor arzobispo. Me tiene usted confundido. Fue en 1957, siendo usted obispo de Solsona, cuando entré por vez primera en contacto con su pensamiento, leyendo su libro: La incógnita de la juventud, que me pareció estupendo. Entonces publiqué amplios comentarios sobre el mismo en español e inglés, y varias veces más lo he citado en mis charlas y escritos. Desde esa fecha le he seguido con atención. Cuando usted fue a Roma para el gran acontecimiento católico de nuestra época, yo pensé que el Vaticano II nada tenía que enseñar a usted en materia de apertura al mundo y de comprensión de los problemas que afectan al hombre de hoy. Es más, he creído siempre que si la libertad religiosa en España hubiera dependido de usted, la ley actualmente en vigor tendría mucho más de dos años. Cuando le nombraron primado de España consideré que Pablo VI había acertado, eligiendo para tamaña responsabilidad al hombre que mejor podía desempeñarla.

Ahora, señor arzobispo, después de estas declaraciones suyas, vivo con la impresión de haberme equivocado una vez más en mi enjuiciamiento de los hombres que ostentan el liderazgo católico en España.

Como el tema que usted toca es delicado y afecta muy de cerca a casi cincuenta mil españoles de confesión protestante, para quienes editamos esta revista, me va a permitir que, dentro del mayor respeto y sin ánimo alguno de polémica, le puntualice algunos extremos.

Arranca usted de un período turbulento y hasta trágico en la Historia de España para señalar el antipatriotismo de los protestantes. Bien sabe que no hay unanimidad entre los historiadores españoles que juzgan la vida y la obra de Felipe II.  Hay quienes le defienden hasta los altares por su férrea política religiosa –forzoso es mencionar aquí la Inquisición- y hay quienes le bajan hasta los abismos por el mismo motivo. Mas en lo que unos y otros están de acuerdo es en afirmar que el hijo de Carlos V veía en el protestantismo un peligro para la religión católica, no un peligro para la Patria. Lo que ocurría era que en aquellos tiempos religión y Patria eran en España una sola cosa, de forma que al defender a la religión se creía defender a la Patria, y a la inversa.

¿Cuándo han sido los protestantes españoles enemigos de la Patria? No se le oculta a usted que la Reforma del siglo XVI penetró en España no por los caminos del pueblo, como ocurriría tres siglos más tarde, sino de la aristocracia. Los primeros reformadores españoles fueron gente de la nobleza, casi todos ellos de alta alcurnia, vinculados en algunos casos a la propia realeza, y se distinguían por su fuerte sentimiento patriótico. Cuando surgió la llamada segunda reforma en España, hace ahora cien años, lo primero que hicieron aquellos hombres fue proclamar su patriotismo, que además confirmaron con su conducta. Eran seres políticamente limpios, preocupados tan sólo por vivir y comunicar sus convicciones religiosas, completamente al margen de intrigas políticas. Juan Bautista Cabrera, columna importante en aquel movimiento de renovación espiritual, había sido religioso escolapio. A éste hombre dijo el general Prim en Algeciras: “Ya podéis recorrer España entera con la Biblia bajo el brazo”. Aquel militar español no creía que los protestantes fuesen un peligro para la Patria. Cipriano Tornos fue confesor de Isabel II, y al unirse al protestantismo se le acusó de hereje, pero no de antipatriota. En cuanto a Manuel Matamoros, que con Cabrera y Tornos iniciaron la segunda reforma en España, era hijo de un teniente coronel de Artillería. Matamoros fue, en su corta vida, un ejemplo claro de patriotismo. Su dolor más profundo lo experimentó en el forzoso destierro, al sentirse lejos del país que amaba tanto.

Ha transcurrido un siglo desde que éstos hombres iniciaran la segunda reforma en España, y en esos cien años de historia protestante yo no encuentro ningún movimiento antipatriota en nuestro país que haya estado acaudillado por protestantes nacionales; no ya acaudillado, ni siquiera formando parte del mismo. O no se ha producido, señor arzobispo, o yo no conozco lo suficiente la Historia de España.

Y permítame que me aleje de la Historia y me acerque más a los días nuestros. Después de todo, en la Historia de España hay demasiados conflictos religiosos que apenan tanto a católicos como a protestantes. Usted y yo somos responsables de la Historia en un grado ínfimo. Tan insignificante, que no podemos juzgarnos mutuamente por lo que hicieron nuestros antecesores. Cúlpeme de mis actos, que yo le juzgaré por sus acciones.

Usted fue ordenado sacerdote en 1929, hace ya cuarenta años. Dígame: En estos cuarenta años de servicio a la Iglesia católica en España, ¿ha sido usted testigo de muchos actos de antipatriotismo por parte de  protestantes? ¿Y cree usted de verdad que España considera a los protestantes como enemigos de ella?

Las dos grandes instituciones nacionales son el Pueblo y el Estado. El pueblo conoce a los protestantes. Don Jesús Iribarren decía en un artículo publicado el 21 de noviembre de 1961 en YA, que “los españoles de la más remota aldea leen hoy sobre el protestantismo. Tienen también –agregaba- conciencia de una pequeña, aunque no despreciable presencia. Existe un protestantismo español”. ¿Qué piensa este pueblo acerca de los protestantes? Voy a recurrir a los números, que no fallan. Dos periodistas españoles, José Félix Tezanos y Rafael Ángel Domínguez, llevaron a cabo una encuesta en los últimos meses del curso 1964-65 entre alumnos de las Facultades de Filosofía, Derecho y Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad de Madrid. El 93,1 por 100 de las personas consultadas dijo no tener prejuicios contra los protestantes. Otra encuesta llevada a cabo en 1965 por el Instituto de la Opinión Pública entre españoles pertenecientes a todas las clases sociales del país, dio por resultado que el 67 por 100 de los consultados se declaraba a favor de una total libertad religiosa en España.

¿Quiere decir esto, señor arzobispo, que el pueblo español no conoce a sus enemigos? ¿O será que no tiene por enemigos a los protestantes?

Aunque yo admitiera como probable el primer supuesto, quien no puede equivocarse en materia tan delicada es el Estado. ¿Qué piensa de los protestantes el Estado que surgió en España a raíz del 18 de julio de 1936? ¿Ha tenido a los protestantes por enemigos de la Patria? El jefe de este Estado, en un discurso al pueblo en la Nochevieja de 1964, decía: “No deben los españoles abrigar ninguna duda ni recelo con respecto al ejercicio de una libertad de conciencia que hemos practicado y que sólo deseamos se perfeccione”.

En el ánimo de todos los españoles quedó claro que el Caudillo estaba abogando a favor de la libertad religiosa, cuyos primeros beneficiarios serían los protestantes. ¿Hay algún jefe de Estado que pida libertad para los enemigos de la Patria?

Si los hombres que han venido rigiendo los destinos de España en los últimos cuarenta años hubiesen juzgado a los protestantes por los informes acerca de ellos recibidos, a esta hora no quedaría un protestante libre en el país. De esto, señor arzobispo, debe saber usted más que yo. Los informes que el jesuita capellán de la Policía española, Francisco Arredondo, enviaba a las autoridades del país en 1957, decían que en España había 68 pastores protestantes de filiación marxista. Y aquí tengo, sobre la mesa de mi despacho, el Libro Rojo, editado por el movimiento Fe Católica en 1953, destinado a informar al Gobierno sobre los protestantes españoles. En la primera página del libro se imprime la siguiente nota: “Tirada reducidísima y numerada- para información de altas autoridades- del estudio presentado a Su Excelencia el Jefe del Estado en 25 de noviembre de 1953, en audiencia especial concedida a Fe Católica”.   Lo que el libro dice acerca de los protestantes es mejor silenciarlo. No hay por qué abrir de nuevo heridas ya cicatrizadas. Después de todo, estas informaciones “fidedignas”, donde se presentaba a los protestantes como enemigos de la Patria, no debieron ser creídas por el Gobierno, porque el 27 de junio de 1962, don Antonio Garrigues, embajador del Gobierno en los Estados Unidos, decía a más de 250 periodistas reunidos en el Club Nacional de la Prensa de Washington: “En España hemos cometido un error contra los protestantes. No obstante, puedo asegurarles que estamos tratando de remediar esa situación y de dar a los protestantes españoles los estatutos que desean”.

¿A qué clase de error se refería el embajador español? Contra los enemigos de la Patria no se cometen errores; se les hace justicia. Con aquella declaración pública y sincera, el diplomático señor Garrigues estaba desmintiendo las acusaciones lanzadas injustamente contra los protestantes españoles.

Ni el pueblo ni el Estado español, señor arzobispo, tienen a los protestantes por enemigos. Los protestantes españoles nunca han sido enemigos de la Patria. Y al decir usted que tampoco lo han sido de la iglesia, está descubriendo el verdadero rostro del protestantismo español. Los únicos enemigos que tienen los protestantes son esos tres tan bien conocidos: el demonio, el mundo y la carne. Ese demonio que está extendiendo de una manera alarmante su influencia sobre un mundo que le sigue por los caminos de tinieblas, porque ofrece al hombre lo que su carne más desea: el dinero, el poder y la gloria.

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