Hoy me quito mi armadura

Comprendió que ya iba siendo hora de abandonar ese disfraz de autosuficiencia y comenzar a pensar por sí misma y en sí misma.

18 DE FEBRERO DE 2019 · 10:00

,

Y Saúl vistió a David con sus ropas, y puso sobre su cabeza un casco de bronce, y le armó de coraza. Y ciñó David su espada sobre sus vestidos, y probó a andar, porque nunca había hecho la prueba. Y dijo David a Saúl: Yo no puedo andar con esto, porque nunca lo practiqué. Y David echó de sí aquellas cosas. 1ª Samuel 17:38-39.

Durante toda su vida había sido una mujer presta a ayudar a los demás. Nunca se cuestionó si todo aquello que hacía era necesario; si tenía el deber de hacerlo o sólo era un deber impuesto. Lo cierto es que había decidido renunciar a muchos de sus sueños por cumplir los sueños de otros. Era una infatigable luchadora en causas ajenas. Rompedora de lanzas en favor de quienes más lo necesitaban.

Su cabello pasó de ser una oscura e indómita melena a la blanquecina mata de esparto que hoy cubría su cabeza.

Toda una vida viviendo para satisfacer deseos impropios.

Una mañana de domingo, sentada en el banco de su iglesia volvió a oír aquella historia del joven David y el temible Goliat.

Pero para su asombro, la prédica dio un giro tornando lo que ya sobradamente se sabía de aquella épica gesta para  centrarse en el texto en el cual Saúl ofrece la armadura al joven y gallardo David.

David deshecha aquella cárcel de hierro, optando por tomar sus conocidos atavíos para acercarse hasta donde el gigante lo esperaba. Y así, con la ayuda de Dios, poder vencerlo.

Atenta a las palabras que oía se descubrió protegida por una armadura que le venía grande. Una armadura ensamblada a su cuerpo incapaz de desechar de sí por miedo a defraudar a quienes no concebían un no por respuesta. 

Sentada aquel domingo, asediada por mil temores, comprendió que ya iba siendo hora de abandonar ese disfraz de autosuficiencia y comenzar a pensar por sí misma y en sí misma.

Anheló conseguir una gesta como la de David, vencer a esos gigantes que durante toda su vida la habían amedrentado y a los que no osaba refrenar porque estaba inmersa en batallas ajenas. 

Sintió como una venda dejaba de taparle los ojos regalándole el privilegio de ver con suma claridad aquello que tantos años había permanecido en la más absoluta oscuridad.

Aquel domingo no fue para ella un domingo más. Dios metió su mano en aquel cajón desastre que era su corazón y comenzó sabiamente a poner un poco de orden.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Íntimo - Hoy me quito mi armadura