Luz al final del túnel

Deseo que Dios te conceda infinitas razones por las que sentir alegría, por las que luchar, motivos por los que despertar cada mañana con la esperanza enarbolando tu mirada.

27 DE DICIEMBRE DE 2018 · 18:00

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Me has llamado amiga, y yo, sin quererlo, me he emocionado.

Hace mucho que no oía tu voz, que tus palabras anegadas de silencio y distancia se mantenían aisladas de mis oídos. Hoy, en un arrebato de locura; bendita locura, has marcado mi número de teléfono y has pronunciado mi nombre.

Durante casi una hora hemos deshojado una flor con cientos de pétalos; rara especie, tan anormal como lo ha sido esta espera.

Al concluir nuestra charla me has prometido venir a verme, acercar tu corazón y volver a tejer lo que has ido deshilachando por tu incapacidad para ver la realidad en ese tedioso tiempo de duelo. Sé, que si logras conservar la sonrisa, ataviada por  la luz de tus infinitos ojos dulces, harás que desde el umbral que te miro se me inunde todo de un inusitado sabor amigo, consiguiendo que la mujer que soy, se alegre con tu alegría, se goce de tu presente y desee que cada día sea completado con la intensa claridad que desprende tu corazón.

Cuando lleguen los momentos tristes y quieran inundarlo todo con su salobre desdén, te invitaré a evocar los mil segundos de gloria, los incontables instantes de serena calma, las innumerables veces que sin quererlo la vida te ha regalado un verso,  para que así, cuando sumes todos tus momentos memorables y a ellos les restes los que no deseas recordar puedas observar un resultado que me regalará el placer de verte sonreír.

El tiempo no ha sido una razón para abandonarte a la cruel y fría desmemoria, sólo un peldaño que nos ha separado y que por los mil avatares de cada día no hemos osado subir, pero aun así, tú siempre has morando en un lugar de mi corazón donde no tiene cabida el olvido.

Deseo que Dios te conceda infinitas razones por las que sentir alegría, por las que luchar, motivos por los que despertar cada mañana con la esperanza enarbolando tu mirada.

Hoy te hago presente, te vuelvo a vestir con atavíos de la juventud que nos unió y te regalo estas frases, que carentes de altanería, intentan otorgarte un ramalazo de ayer, un trazo de risas pasadas que aún resuenan en mi memoria con la chispeante hilaridad de quien compartió junto a mí momentos inolvidables.

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