Como mujer confieso que no me siento atraída por los planes que, ya sea dentro o fuera de la iglesia, otros forjan para mí.
Todos conocemos la existencia de seres bondadosos que se dedican a dirigir la vida de los demás diciéndoles ve por aquí, ve por allá, lo tuyo es esto o aquello. Y verdaderamente hay que reconocer que gran cantidad de seres débiles e indecisos les obedecen. Es como una simbiosis que se crea entre la necesidad de mando de unos y la de obediencia de otros.
Por otro lado, esta actitud de poder la suelen tomar con mucha más frecuencia y ahínco cuando alguien, sobre todo mujeres, reconocen, están seguras de lo que son capaces de hacer dentro de sus congregaciones e intentan tirar hacia adelante con la visión que tienen y que con tanta claridad ven. Es ahí donde estos personajes actúan con más fuerza y se dedican a meter con impaciencia cuantos palos pueden en las ruedas del servicio que ellas desean llevar a cabo, o poner cualquier obstáculo que pueda parar, retrasar, desviar, ridiculizar dichas decisiones.
Las mujeres lo tenemos difícil, pues mientras observamos que a los varones que nos rodean se les anima, incluso se les insiste en que sigan adelante con sus planes, porque se da por hecho que son divinos, a nosotras se nos suele cuestionar con regularidad.
Las mujeres, para ellos, nunca somos de fiar y lo más común es que estemos equivocadas, que seamos orgullosas, que busquemos aplausos, que deseemos ocupar puestos varoniles que no nos corresponden, que la vanidad nos hace así y que todo esto nos lleva a estar en un estado de permanente pecado y de petición de perdón con los consabidos golpes de pecho.
Todavía hay tipos que se empeñan en sobresalir dirigiendo la vida de los demás. Por supuesto, ellos no están equivocados, no son orgullosos, no buscan aplausos, no desean ocupar puestos, no son vanidosos, ni están en un estado de permanente pecado y, mucho menos, tienen que pedir perdón dándose golpes de pecho. Este afán por dominarnos, por rebajarnos, por maltratarnos a fin de cuentas, no es más que un miedo rancio, camuflado, que llevan instalado en sus entrañas desde tiempos ancestrales y no saben cómo desprenderse de él ni quieren. Como mujer confieso que no me siento atraída por los planes que, ya sea dentro o fuera de la iglesia, otros forjan para mí. El plan de vida que elijo lo tengo siempre delante y lo veo con nitidez. Por favor, estén tranquilos, que nadie se preocupe.
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