La arrogancia española

¿Será que somos un país construido el uno contra el otro, sin pactos, sin inclusión del diferente, en lugar de cooperar para el beneficio de todos?

05 DE OCTUBRE DE 2018 · 11:03

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En 1880 un autor romántico llamado Don Florencio Luis Parreño escribía un libro llamado “La Patria y sus héroes o la arrogancia española”, en el cuál la arrogancia era vista como parte de las virtudes de los héroes españoles. Mucho antes, los tercios de Flandes habían marcado para siempre la memoria de los neerlandeses de manera que cuando en Holanda se piensa en los españoles se habla de “La arrogancia española”. No fue la violencia de la guerra, ni las privaciones económicas lo que recuerdan, sino la arrogancia.

En 1968, Fernando Díaz Plaja escribía lo que ya es un clásico que difícilmente pasa de moda: “El español y los siete pecados capitales” y escribía en su prólogo estas sabias palabras:  “Para que este libro naciera se ha necesitado distancia física, no moral. El que describa los defectos españoles, no me libra de ellos. Si uno de los caminos para encontrar los ejemplos de este libro ha sido deshojarme hacia fuera, otro, igualmente eficaz, ha consistido en buscar en mi interior. Quien firma no es, pues, un juez: más bien resulta un testigo y, a veces, un cómplice”. Es curioso que cuando el libro se llevó a una serie televisiva, sólo se dedicaron dos capítulos a uno de esos pecados capitales: la soberbia. En estas últimas semanas dos personajes me han hecho recordar que esta característica hispana, uno de nuestros siete pecados capitales, la arrogancia, sigue viva entre nosotros. Hablo de la comparecencia de José María Aznar en el Congreso y de las declaraciones de Rodrigo Rato.

Se puede entrever la moral colectiva de un pueblo a través de las características de sus líderes, en especial cuando estos son elegidos democráticamente. Se puede saber lo que los británicos admiran, viendo las bravuconadas de Boris Johnson en el Congreso de los Toris. Se puede saber cómo son los estadounidenses viendo cómo votan a una persona sin escrúpulos como Donald Trump. Se puede saber cómo somos los españoles viendo a expresidentes como Aznar, Zapatero o Rajoy, o a vicepresidentes como Guerra o Rato. Viendo nuestros expresidentes es muy difícil sentirse orgulloso de alguno de ellos. Pero eso es lo que somos. Nuestros líderes tienen las características que nosotros admiramos, por eso han llegado a ser nuestros líderes. 

Nos ocurre como en los tiempos clásicos de Grecia y Roma, donde la humildad era un vicio del carácter. Sólo los débiles, a quienes no les quedaba ningún otro remedio que someterse, eran humildes. Fue en ese contexto que apareció Jesús, el más grande y el más poderoso, que sin embargo era manso y humilde. Hay una tremenda fuerza en la humildad. El humilde no es alguien débil, sino es alguien que es dueño de sí mismo, de sus emociones, de su fuerza, de su identidad. Es alguien que sabe tan bien lo que es que no necesita ganar otro valor que el que ya tiene. El gesto de Jesús lavando los pies a sus discípulos, después de que estos hubieran estado discutiendo en el camino quién era el más grande de ellos, es el que mejor explica la fuerza que hay en la humildad. La respuesta es que el más grande es el que sirve a los demás. La gente más débil e insegura es la que tiene que andar todo el día demostrando que vale algo. El que es consciente de quien es, es el único que puede permitirse la humildad, porque el reconocimiento de los demás no le daría nada que el ya no tuviera. La identidad más potente es aquella que es recibida por gracia, lo que eres en Cristo.

En último lugar, estos personajes siniestros de nuestro pasado y nuestro presente, son personas acomplejadas, que viven de humillar al otro. Tienen una vena sádica, que sólo se complace causando daño a los demás. Basta con leer la última intervención de Aznar en la comisión del Congreso para tener un modelo de cómo actúan estos líderes. Se le llama para que dé explicaciones de lo que es obvio y en lugar de pedir perdón, hace alusiones personales a todos los que le piden responsabilidades. Ellos sólo son grandes cuando los demás son pequeños. No son aquel tipo de líderes que hace brillar a todo el mundo a su alrededor. No son constructores de equipos, ya que ellos sólo tienen súbditos, que actúan como un mando a distancia, que ejecuta lo que el único cerebro ha decidido. A su alrededor nunca crece la hierba, y si detectan a alguien que podría hacerles sombra se lo sacan de encima. Sólo tienen súbditos, lacayos y aduladores, pero realmente alejan el talento y acogen la mediocridad. Estos líderes son un peligro para su empresa o para su propio país, pues cuando se marchan sólo queda un desierto tras ellos.

¿Seremos capaces de analizarnos individualmente y ver qué hay detrás de esta arrogancia española? ¿Cuál es la herencia de uno de esos líderes arrogantes como el dictador Franco? ¿Cuál es la sombra de este tipo de liderazgo en la democracia española? ¿Será que este tipo de líderes son un prototipo de un país construido con la segadora de césped que sólo corta aquello que sobresale de la mediocridad? ¿Será que la mejor manera de relacionarnos que conocemos es dominar o ser dominado? ¿Será que no hay otro territorio que el de vencer o ser vencido? ¿Será que somos un país construido el uno contra el otro, sin pactos, sin inclusión del diferente, en lugar de cooperar para el beneficio de todos, para el bien común?

Acabo con una cita para la reflexión: “La humildad de los hipócritas es el más grande y el más altanero de los orgullos.” Martin Lutero.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Luego existo - La arrogancia española