El rostro del mundo harto

Llamo con urgencia para redefinir la misión de la Iglesia Cristiana en un mundo predominantemente pobre, despojado, empobrecido.

28 DE AGOSTO DE 2018 · 14:00

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Muchos de nosotros, al igual que otros de entre los no creyentes, podemos ver en los rostros de las personas de las sociedades enriquecidas, hartas y ahítas, el hastío y el aburrimiento por la falta de compromisos y la no asunción de nuevos retos. También se aprecia en las caras de muchas otras gentes trabajadoras de clase media que les rodean,

Este fenómeno de hastío y aburrimiento se puede ver también en el seno de nuestras congregaciones. Es lo que nos apena y nos interesa destacar. Hay una especie de aburrimiento pasivo ante los fenómenos sociales, ante las problemáticas de los diferentes, de los pobres, de los excluidos.

Quizás, se da porque no encuentran, en sus cómodos recintos cúlticos, líneas retadoras para asumir nuevos compromisos, nuevos desafíos teológicos, nuevas ilusiones o dinámicas que eliminen esa especie de vacío interior que les lleva a ese aburrimiento ante las urgencias sociales a las que son llamados como prójimos. Eso lleva al hastío de la vida y de la práctica religiosa.

Nos adormilamos y sesteamos sin encontrar nuevos retos que den sentido a nuestra vida y a la vivencia de nuestra espiritualidad cristiana. No somos felices, ya que, según la Biblia, la felicidad está en el dar, en el darse, en la entrega al otro, en la práctica de la tolerancia y el amor al que no damos cauce eliminando el sentimiento de projimidad que debe primar en el creyente.

Habría que hacer algo, retar a los creyentes hartos y cómodos, ahítos e insolidarios con las problemáticas del prójimo. Yo ni siquiera digo que a estos ricos y hastiados del primer mundo, del mundo consumista, se les haga volver su rostro hacia las Teologías cristianas del tercer mundo, ni a la teología de la liberación, ni a las teologías negras o feministas. No. Quizás no hay que aconsejar el mirar lo ya hecho, lo ya escrito, lo ya probado con sus éxitos y sus fracasos.

Sin embargo, algo habría que hacer para despertar conciencias y hacer que los creyentes hartos e integrados en el mundo consumista, tuvieran nuevas ilusiones y deseos de asumir nuevos retos. Si no, se corre un riesgo: Que muchos de estos creyentes aburridos y hastiados de tantas cosas, comiencen a abandonar nuestras congragaciones, nuestros templos por simple vacío interior que les lleva a cierta angustia existencial.

Quizás se debería potenciar el amor a la búsqueda de la justicia social, la práctica de la misericordia, la búsqueda de la felicidad en la acción y la entrega amorosa en la ayuda al prójimo que sufre. Buscar incentivos al servicio de la iglesia y de los creyentes en el mundo, ver cómo se pueden trazar líneas de una teología del servicio, una pastoral para el mundo que sufre, para los pobres y oprimidos. Predicar y buscar la justicia social como acercamiento del Reino de Dios como hacían los profetas.

Quizás se podría volver la mirada hacia el mundo de los profetas, el mensaje profético con el cual entronca Jesús y es el mejor de sus exponentes. Serían formas de eliminar los vacíos y la angustia asistencial de tantos cristianos hartos y cómodos que se pudren en su aburrimiento, no sólo existencial, sino también espiritual. El cristianismo es una religión totalmente ética y de acción amorosa y solidaria ante el prójimo sufriente que nos necesita.

Busquemos y hagamos teología al servicio de la misión de la iglesia en el mundo, comprometiendo a tantos aburridos y hastiados que calientan los bancos de tantas y tantas congregaciones e iglesias en todo el ámbito interconfesional, no sólo de unas confesiones u otras. Un mundo de hastiados que no pueden percibir que ante sus ojos se está mostrando la forma de conseguir altos niveles de felicidad que se da en la entrega al otro y, en muchos casos, al diferente que se encuentra entre nosotros.

El hombre, en general, se cansa de regodearse en la abundancia, una abundancia que ciega los ojos de los hombres para que no vean la gran posibilidad que tienen ante ellos de aliviar a otros, elevar sus estándares de felicidad mientras que consiguen la propia bienaventuranza que Dios prometen a los que son capaces de dar, de darse y de ejercer su capacidad de entrega al otro.

Yo me atrevería a hacer un llamado al cristiano del mundo harto para que pueda seguir los caminos de encuentro de la felicidad. Os llamo a búsqueda de la justicia, a la práctica de un cristianismo que dé testimonio práctico en el mundo de que somos herederos de esos antiguos profetas y de Jesús mismo que trabajaron por una sociedad más justa, por la extensión de unos valores bíblicos, valores del reino que son contracultura frente a los valores injustos e insolidarios de nuestras sociedades de consumo.

Os llamo a despertar, a experimentar un avivamiento que nos lance a nuevos retos y nuevas experiencias que sean renovadoras y que sensibilicen conciencias. Quizás sea esto lo que despierte las conciencias dormidas por el sonido armónico del mundo religioso, un mundo que, en tantas ocasiones, permanece de espaldas al grito de los pobres y sufrientes del mundo. El cristianismo no es sólo una experiencia de órgano, de sacristía o pandereta.

Os llamo con urgencia para redefinir la misión de la Iglesia Cristiana en un mundo predominantemente pobre, despojado, empobrecido, en donde la pobreza que mata a muchos niños y adultos de tantos países pobres. El cristianismo no consiste sólo en la práctica del ritual al que Dios, cuando no hay búsqueda de justicia y práctica de la misericordia, cierra sus oídos y su sensibilidad hasta que su pueblo aprenda. Venid luego, nos dice el profeta Isaías.

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