Muros, mares y desiertos no bastarán para frenar la migraciones

Es necesario tener corazón para los perdidos, sí, pero haciéndolo con sabiduría.

13 DE AGOSTO DE 2018 · 16:35

Valencia, perspectiva aérea. / Pixabay (CC0),
Valencia, perspectiva aérea. / Pixabay (CC0)

Los romanos lo llamaron Nuestro Mar, un lugar de relaciones de vecindad, de intercambio cultural y de matrimonios mixtos. Desde el inicio de la humanidad ha sido un lugar de intercambio, aunque también de fronteras y relaciones.

El Mediterráneo sigue siendo como el patio interior donde los vecinos se encuentran, pero surgen rencillas, y donde han de buscarse intereses comunes y normas de convivencia.

El Mediterráneo es foco de estudio. El año pasado fueron rescatadas 5.000 personas en caravanas perdidas del Sahara, otro gran cementerio, como las aguas del Estrecho.

Los ayuntamientos están desbordados pidiendo ayuda al recibir en Algeciras 2.400 personas en una semana.

La llegada de personas a través del Estrecho se cuenta por centenares cada día, procedentes de embarcaciones rescatadas varias millas al mar. Salvamento Marítimo y las diferentes ONG trabajan en la atención de migrantes. Casa eslabón de la cadena cumple una misión importante.

Y en el marco del Mediterráneo, los hechos ocurridos el pasado sábado en el metro de Valencia todavía dan mucho que hablar. El evangelio se predica de manera integral. Ahora más que nunca y ante la situación que España vive, en alerta cuatro por terrorismo, se produce esta llegada masiva de inmigrantes. Es necesario tener corazón para los perdidos, sí, pero haciéndolo con sabiduría.

La iglesia de Jesús es la que puede ayudar de manera íntegra todas las necesidades de una persona, pero no con el uso de un megáfono en un metro o “a grito pelao” como ha sucedido en otros lugares de España (este tipo de predicación se ha visto en el metro de Barcelona). Estas formas muestran un claro desconocimiento del contexto en el que se vive, y una falta de respeto total a las iglesias autóctonas ya existentes.

La predicación del evangelio conlleva conocer la comunidad, es parte de otros muchos sistemas unidos que tiene que ver con el idioma, la justicia, la economía, el contexto social, la educación, cultura…

Moisés mandó a unos espías a evaluar una tierra: la evangelización hoy debe incluir cómo funciona nuestro sistema, qué carencias hay. Y sin duda hoy se requiere conocer la tierra cuando una persona quiere evangelizar. Predicar es presentar las nuevas de salvación y no solo afecta a un individuo sino a la comunidad entera, a la ciudad. El evangelismo no es un fin en sí mismo, es el comienzo de un proceso de cambio llamado discipulado, que trae un efecto transformador.

Las formas que hoy se usan de evangelización deberían ser un bien para toda la comunidad, y como empezaba este artículo, hay mucho por hacer. El corazón de Dios está donde hay pobreza, donde hay necesidad, donde hay violencia, allí tenemos que estar.

Hace falta una visión clara de la predicación del evangelio, de las misiones. Los misioneros que llegan a España tiene que saber que por hablar un mismo idioma no tenemos la misma cultura. Tan vergonzoso es esto como el abrir un local cutre, llamado iglesia con un letrero pintado a mano, al lado de una congregación que lleva 45 años en la ciudad y empezar a robar ovejas de otros, o incluso peor, no pagar el alquiler del local y estar pidiendo tres ofrendas en cada culto.

Hay una falta de ética importante y un problema de iglesia “patera”: llegan a España y con ellos creyentes y pastores que no tienen visión de nada. Hay intereses personales, pero falta el interés verdadero, que son las personas.  Necesitamos trabajar urgentemente en  la recepción de los misioneros, facilitar herramientas para su integración, en todos los aspectos necesarios para la transmisión y establecimiento de la fe.

 

Muros, mares y desiertos no bastarán para frenar la migraciones

Mª Rosa Barrachina es la presidenta del Grupo de Trabajo de Misiones de la Alianza Evangélica Española.

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