La estética en el culto

De alguna manera, en los temas proféticos, en Jesús y en gran parte del pensamiento bíblico, el culto no es posible ni agradable a Dios si antes no estamos en líneas de práctica de justicia y de misericordia con el prójimo.

31 DE JULIO DE 2018 · 12:00

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Aun siendo el cristianismo la religión más ética del mundo, en estos momentos se da un fenómeno curioso: En muchos de nuestros cultos se está dando más relevancia a la estética que a la ética.

Así, en multitud de contextos eclesiales, más que seguir la ética profética y de Jesús mismo, más que estar pendientes del dolor del prójimo sufriente en tantas y tantas variantes como se dan en el mundo hoy —hambre, fenómeno de los refugiados y las migraciones internacionales, niños y mujeres abusados, la corrupción que puede llegar a empobrecer a muchos, la pobreza en el mundo y tantos otros temas éticos que están bajo la responsabilidad de los seguidores de Jesús aplicando el amor al prójimo—, en muchas iglesias se pospone toda la ética cristiana a favor del prójimo, y se dedican a centrarse en cuestiones estéticas que para nada están en la línea de importancia de la ética social y humana que defiende el texto bíblico.

En el fenómeno religioso actual, se busca expresividad, sensaciones en el canto, la belleza de la celebración, músicas rítmicas y modernas, los gestos en la alabanza ya sean levantamientos de manos en algunos casos y otras gesticulaciones buscando una concentración en esos ritmos de mucha actualidad, que la práctica del ritual sea lo más bella posible, que los adornos de la iglesia sean impecables, los asientos, a ser posible, cómodos, que suenen amenes y aleluyas, contracciones de la cara, que el mensaje sea breve para no cansar a los entregados al ritual, efusividad, espiritualidad desencarnada, estética atractiva en toda la práctica cúltica.

Yo no estaría totalmente en contra de estas formas estéticas, si el culto estuviera compensado, al menos en su cincuenta por ciento, con la exposición de la palabra que asumiera, de forma clara, los auténticos compromisos éticos, de amor al prójimo, de compromiso con el mundo, con los injustamente tratados y, además, que se notara que no estamos de espaldas al grito de los que sufren y nos necesitan en medio de las estructuras injustas que oprimen, empobrecen y hacen sufrir a la mayor parte de la humanidad.

Una estética, alejado de todos estos compromisos éticos, es, bíblicamente y según el juicio de los voceros de Dios que eran los profetas, algo vano y que Dios no escucha o, más aún, que resuena en sus oídos como una molestia. Si no estamos aprendiendo a ser creyentes que hacen el bien, que buscan justicia, que practican misericordia y que ayudan a los colectivos desprotegidos que tenemos en la tierra y a nuestro alrededor, toda esa estética es molestia para Dios, algo que Él no escucha y con la cual no tiene complacencia.

El verdadero culto a Dios tiene grandes exigencias de compromisos con la projimidad, de reconciliación con el hombre que sufre y nos necesita hasta el punto de rogarnos que no entremos en el templo si, realmente, no estamos reconciliados con el prójimo, con el hermano. De alguna manera, en los temas proféticos, en Jesús y en gran parte del pensamiento bíblico, el culto no es posible ni agradable a Dios si antes no estamos en líneas de práctica de justicia y de misericordia con el prójimo.

Así, la estética se queda corta, yo diría nula, si estamos de espaldas a la ética cristiana. El contacto con lo divino exige el compromiso ético. La correcta vivencia de la espiritualidad cristiana no se puede dar si estamos siendo insolidarios con aquellos que, a nuestro lado, en los lugares lejanos del mundo, están sufriendo sin que surja nuestra denuncia, nuestra búsqueda de la justicia y nuestra solidaridad cristiana.

Así, aunque muchos piensen que su relación cúltica o su vivencia de la espiritualidad la puede hacer sólo mirando hacia arriba y cumpliendo todas las exigencias estéticas del ritual, la ética, una ética cristiana basada en profundos análisis de la realidad social actual y de las problemáticas del mundo, debe ser una parte esencial de la fe cristiana y debe formar parte de la conciencia y el compromiso de los que se reúnen para alabar y adorar al Altísimo. Basarnos en la estética o hacer de ella la parte fundamental del culto, es estar construyendo una espiritualidad con los pies de barro que acabará cayendo y destruyéndose por completo. La estética cúltica sin el compromiso ético no vale para nada.

Hay que tener cuidado de que en las iglesias no estemos viviendo una espiritualidad desencarnada de la realidad, un tanto mística en lugar de la auténtica espiritualidad cristiana que tiene dos polos necesarios y en relación de semejanza: Una espiritualidad basada en el amor a Dios y comprometida con su propósito de extender su reino en el mundo, y una espiritualidad comprometida con el amor al prójimo necesitado, a los débiles y excluidos de la tierra, intentando entender y estar concienciados ante una realidad ética, económica y social de una sociedad en cuyo seno hay muchas personas sufriendo. Una vivencia de la espiritualidad que también tenga el espíritu profético de ser denunciadores de las situaciones de injusticia en el mundo.

Jesús no vivió la experiencia del templo desde posiciones estéticas, sino que vivió la experiencia del tiempo de cara al prójimo y, lógica y prioritariamente, de cara al Padre que amaba la justicia en el mundo. El éxito del culto siempre va a estar en tener en cuenta toda la integralidad del Evangelio que, indudablemente, está lleno de compromisos éticos y de amor al prójimo que sufre. 

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