Apología de la tolerancia en la “Carta a los pastores luteranos de la iglesia de Amberes”

Corro criticaba abiertamente la “arrogancia casi farisaica” de los “nuevos inquisidores de la Iglesia reformada” y de los “censores de la fe de otros”, que llamaba herejes a todos aquellos que no seguían exactamente lo que ellos defendían.

12 DE JULIO DE 2018 · 07:54

Amberes, en la actualidad. / Pixabay (CC0),
Amberes, en la actualidad. / Pixabay (CC0)

El 2 de enero de 1567 escribe en Amberes el tratado conocido como Carta a los ministros luteranos de la Iglesia flamenca de Amberes. Al comienzo de ésta podemos leer: “fue la cosa más deplorable ver que se predicaba la discordia en el púlpito [...]. Lutero y Melanchthon, [...] a quienes el Espíritu Santo había concedido muchos dones, [...] no eran infalibles [...]. Lutero ignoraba muchas cosas al iniciar la Reforma que el Señor le reveló más adelante.” Señala Corro que la misión de los primeros luteranos había consistido más en destruir que en restaurar la Iglesia. De ahí que sus obras estén llenas de expresiones injuriosas. Corro finaliza esta parte con una llamada a todos los luteranos y calvinistas a no “hacer dioses de nuestros ministros, o, más bien ídolos, y a no mantener nuestras disputas y divisiones a causa de ellos”.

El calvinista español advierte seguidamente que las doctrinas de Cristo deben exaltarse por encima de las de “Juan o Martín”. En el fondo de todo ello, latía el deseo de acabar con las diferencias entre los protestantes, que se debían sobre todo al tema de los sacramentos: lo mejor era dejar a cada uno en “libertad para seguir lo que Dios le enseñase”. La carta, a pesar de querer reducir las diferencias internas del protestantismo, no gustó a los luteranos. Gran parte de esta infructuosa actitud conciliadora, nos dice Hauben, fue debida a que Corro criticó duramente la confesión de fe ultraluterana de Matthias Flaccius Illyricus. Corro pretendía, no obstante, restar importancia a las controversias sobre la Eucaristía que enfrentaban por aquel entonces a calvinistas y luteranos. Por lo demás, la visión simbólica de Corro sobre la Eucaristía, en la línea calvinista ortodoxa, no iba a impedir que fuera acusado de zwinglianismo en Londres. En la carta se ataca también a los grupos sectarios de Oisander o Brenz, ataque que convierte en absurdas las críticas que recibirá con posterioridad de ubiquitario u osiandrino. Según Hauben, este tratado demuestra que Corro es, en realidad, un “calvinista evangélico”, cuya máxima aspiración consistía en acabar con las diferencias que separaban a los protestantes.

 

Apología de la tolerancia en la “Carta a los pastores luteranos de la iglesia de Amberes”

Para profesor José Luis Villacañas Berlanga, el destino de los reformados españoles en la Europa del Quinientos es peculiar ya que reinaba un espíritu hostil a ellos, caracterizado por un clima de sospecha. Ello inclinó a Castelio a defender la necesidad de vivir en armonía, como defendió Luis Vives, expuesto también a medidas de precaución en su exilio. Castelio publicaría en 1554, bajo seudónimo, el libro "Sobre los herejes", De haereticis, an sint persequendi, que condena las ejecuciones por razones de conciencia y documenta el rechazo original del cristianismo contra semejante práctica. El libro sería traducido al castellano por Casiodoro de Reina. Sin embargo, para el profesor Villacañas la tolerancia del Quinientos en el contexto hispano está relacionada por varias razones como la actitud antitrinitaria de Servet, la paz política con Turquía, la integración del judaísmo en el cristianismo como ya había sido apuntado por Castelio. Este se inclinaba a considerar la Trinidad como adiáfora, esto es, referido a aquello que la Escritura ni manda ni prohíbe, así como también a opiniones teológicas que, sin formar parte de la doctrina ortodoxa, tampoco la contradicen. 

Los europeos siempre sospechosos de los conversos españoles, no hicieron fácil la estancia de los reformados españoles, aún en iglesias reformadas, por el asunto de la Trinidad siendo objeto todos ellos de críticas y prejuicios. Este es el caso de Antonio del Corro y anteriormente Miguel Servet. Expone Villacañas que Corro a la llegada a la Ginebra de Calvino se le plantea formar en el reino de Navarra (Baja), el en la casa de Albret, un refugio de reformados españoles. Todavía en 1561 se tenía la intención de formar esta congregación española de protestantes en Burdeos donde había una numerosa congregación de marranos procedentes de España. Los pastores calvinistas no tardarían en reaccionar contra Corro, acusándole ante Calvino de querer establecer una iglesia heterodoxa.

En 1562 Corro es presentado como ministro calvinista en Toulouse. Allí conoció a Pedro López, judeoconverso aragonés, abuelo materno de Michel de Montaigne, célebre filósofo, escritor, humanista y moralista del Renacimiento. De Toulouse tendría que escapar en el mismo año perseguido por los calvinistas. Acudiría Corro a la protección de la reina Juana, en Berna, donde se estaba formando una iglesia calvinista bajo la dirección de Jean Raymond Merlin. Pero esta vez Le Fromentèe, conseguiría que Corro fuese juzgado por servetismo ante las autoridades de Ginebra. Los seguidores de Merlin negarían los cargos ante Calvino en 1563 y nuestro Corro se encontrará en el castillo de Bergerac cerca de Théobon, donde escribirá la citada carta teobonesa a Casiodoro de Reina, llena de afecto y sinceridad. Dice: “desde el día que vi y conocí cuán imposible me era vivir sin usted”.

La carta a los pastores luteranos de Amberes no deja de ser la propia de un buen teólogo calvinista, donde se destaca el sacramento de la Cena del Señor que es uno de los puntos de división doctrinal. Reclama a los pastores que lo mejor es tomar de la Confesión a Augsburgo solo aquellos artículos en que estén más de acuerdo todos los cristianos. Así mismo que no se debe entrar a discutir preceptos que causen disensión o escándalo a la iglesia. Nadie puede arrogarse el derecho, como hacen los papistas, de convertirse en inquisidor o censor de los demás. Corro apelará a esta misma Confesión de Augsburgo en su artículo 21 para decir que “en cuanto a la diferencia de ceremonias y tradiciones humanas, no se debe acusar a las otras iglesias, ni condenarlas de error, ni llamar adversarios a aquellos que sientan de manera distinta”.

El tema de la Cena del Señor intenta conciliar las dos corrientes lideradas por Lutero y Zwinglio. Calvino se alejaba de Lutero oponiéndose a la tesis de la ubiquidad del cuerpo de Cristo. Todos los reformadores eran contrarios a la transustanciación católica pero no se ponían de acuerdo cuál era la naturaleza de la presencia de Cristo en la Cena. Es bien sabido que Calvino afirmó la presencia real de Cristo en la Cena. Lo que no siempre queda claro es en qué sentido afirma Calvino la presencia real de Cristo en la eucaristía y lo que esta presencia quiere decir. El teólogo español Corro utiliza las metáforas expresadas por Jesús en el evangelio de Juan cuando señala “ que Él mismo es el pan de vida y vivificante que ha bajado del cielo y que quien coma de este pan vivirá eternamente”. Calvino también como Corro rechaza esa mezcla de los elementos materiales con la realidad espiritual, pero no deja vació el signo del pan y el vino en la Cena del Señor pues hay una sustancia espiritual en ella. Sin embargo, Calvino a diferencia de Lutero, no aceptará la presencia del cuerpo glorificado de Cristo en la Santa Cena ya que Cristo ha recibido un cuerpo igual que los demás mortales y por ello no tiene el tributo de la ubicuidad.

La carta es demoledora contra estas sutilezas doctrinales. Dice Corro: “¿A qué propósito buscamos tantas cuestiones, tantas sutilezas, tantas ubicuidades y otras invenciones parecidas para mantener al mundo en su ceguera?” Sobre la ubicuidad añade: “el verdero templo de Jesucristo no es otro que el corazón del hombre fiel, y aquel que lo busque fuera perderá el tiempo y quedará frustrado de su esperanza”. Corro considera absurdas estas distinciones entre “una presencia corporal y carnal” en el pan y el vino pues las comparaciones de Jesucristo con el cordero, el maná, la piedra, la mesa, los panes etc., no implican que “se haya transformado o transustanciado en esas materias”. Censura a algunos ministros de la Confesión de Augsburgo cuando dicen “que Cristo está encerrado dentro del pan; otros sobre el pan; otros, como el fuego dentro del agua caliente; otros como el fuego dentro del hierro ardiente; otros como el establo o la casa en las letras de un contrato”. Aceptará Corro la interpretación de la Confesión de Augsburgo realizada en la ciudad de Fráncfort reconociendo “que cuando la boca de los fieles come el pan de la Cena con la boca corporal, sus espíritus con la boca de la fe reciben a Jesucristo que está a diestra de Dios, esto es en el cielo y no dentro o escondido en el pan”.

 

Conclusión

Es evidente que el pensamiento de Lutero y Calvino pasaban por un tiempo de estudio y comprensión de la Escritura, pero era la intolerancia y el “trabajo de Satanás” lo que cerraban la puerta al progreso de la vedad y a una visión universalista de la fe. Corro proponía un gran esfuerzo de unificación como lo expresaba citando a Isaías: “Confirma Señor y haz crecer la obra que has comenzado en nosotros. Reedifica las murallas de tu santo templo; restaura las ruinas de tu Jerusalén celeste, a fin de que los Reyes y los Príncipes de la tierra te traigan presentes y la honra. Reúne buen Dios a los dispersos de Israel” El párrafo N.º 2 que transcribo de la Carta a los pastores luteranos nos muestra a Antonio del Corro como un reformador y un pacificador de primera fila, interesándose por la reunificación de la Reforma como si fuera la reunión de la diáspora de Israel. Dice Corro: “Con este gozo espiritual continué yo algunos días, hasta que habiendo conocido la situación más claramente, vi varios motivos para mezclar mi gozo con lágrimas y suspiros: viendo la diligencia de Satán ponía para impedir el avance de esta iglesia, no solo por medio de los enemigos abiertos, sino también por la inconsideración e imprudencia de aquellos que se dicen maestros arquitectos de la casa de Dios: ya que oía algunas quejas que hacían aquellos que temen a Dios y desean la proclamación de su gloria, los cuales decían que la cátedra de verdad estaba convertida en cátedra de disensión, y que ella servía no para predicar un Jesucristo pacificador de las conciencias turbadas, no unión y caridad fraterna, no mortificación del viejo Adán, y de nuestras malas concupiscencias: Sino más bien invectivas, burlas, injurias, dichos y palabras tendentes al odio de los unos hacia los otros, y disensión de doctrina. Sin embargo habiendo inquirido por testigos de qué lado era mayor la falta en este punto, me certificaron que era del vuestro y que hay tales entre vosotros que en plena asamblea, con palabras injuriosas y coléricas, llaman a los otros Ministros del Evangelio: Heréticos, Sacramentalistas, rebeldes contra el Magistrado, y gentes indignas de ser soportados en una república y otras palabras muy indecorosas para la Majestad de aquel lugar, el cual está dedicado para enseñar la palabra y la voluntad de nuestro Dios.”

Así pues -como resume Antonio Rivera- “Corro criticaba abiertamente la “arrogancia casi farisaica” de los “nuevos inquisidores de la Iglesia reformada” y de los “censores de la fe de otros”, que llamaba herejes a todos aquellos que no seguían exactamente lo que ellos defendían. Hacía una llamada a luteranos y calvinistas a no “hacer dioses de nuestros ministros, o, más bien ídolos” porque Cristo debía ser exaltado por encima de las doctrinas de “Juan o Martín”. La salida a las enconadas hostilidades sólo podía pasar por dejar a cada uno en “libertad para seguir lo que Dios le enseñase”.

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