Viajes nocturnos

El Salmo 16:7 dice que Dios nos aconseja, incluso, en lo que soñamos.

09 DE JULIO DE 2018 · 10:05

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Bendeciré al Señor, que me aconseja; aun de noche me reprende mi conciencia.

Salmo 16:7

Seguramente sea cosa del embarazo: entre los calambres, la necesidad de ir más al baño y los variados dolores musculares, me despierto varias veces cada noche. Esto está teniendo el curioso efecto secundario de que muchas veces me despierto cuando mi cerebro no ha terminado su ciclo de sueño. Y cuando eso pasa sucede que puedo recordar muy vívidamente lo que acabo de soñar.

Y estoy teniendo sueños muy raros.

No creo que sea un fenómeno extraño; todos soñamos, porque el cerebro lo necesita para su descanso. Lo más normal es que no tenga mucho sentido, o que sea algo cotidiano y que se disuelva como un poco de bruma en la mañana. Sin embargo, el poder contemplar en esta época todos estos sueños me tiene pensando; he ido apuntando algunos de los últimos meses (aun por pequeñas notas medio dormida de madrugada) por lo extraños o reveladores que resultan. 

Estoy teniendo un montón de sueños “teológicos”, quizá porque en mi día a día ese es uno de los temas que más me ocupan. He soñado que íbamos a un tour turístico por Israel donde, si pagabas un extra, se nos prometía “tener una visita del mismísimo Jesús”: sin embargo, Jesús decidía no prestarse a semejante engaño, y los organizadores disimulaban la frustración que sentían al no poder “contratar” ni “controlar” a Jesús poniendo a predicar en lo alto de una tarima a un señor bajito, en traje de chaqueta y corbata, que pegaba saltos y gritos e intentaba “jalear” espiritualmente a los presentes con trucos de vendedor de teletienda. En mi sueño, yo me alejaba del espectáculo y en cierto momento tenía que consolar a mi hijo por un pequeño coscorrón: y allí, en un rincón apartado, sin que nadie del grupo se diese cuenta, precisamente venía Jesús para ayudarme a consolarlo.

He soñado que estaba sentada a la fresca en la terraza de un bar, en una bonita avenida de Barcelona, y tenía que hacer de repente de “traductora” entre un evangélico que no sabía utilizar más que lenguaje de iglesia y un no creyente hostil hacia todo lo que suene a religioso. Esa noche sí que fue frustrante.

He soñado a menudo que les decía a personas con las que estaba viviendo una situación bastante incontrolable: “¿Te importa que ore por ti?”. Y siempre me decían: “Yo no quiero saber nada de Dios”. Y les respondía: “Pues precisamente por eso mismo debo orar más por ti”. Y en el sueño, en vez de orar a solas, llamaba o escribía un mensaje a algún hermano para explicarle lo que pasaba y pedirle que me apoyase en oración. Antes de tener estos sueños (un poco recurrentes, la verdad), nunca se me había ocurrido que necesitaba el apoyo de otros hermanos para enfrentarme a situaciones así, ni había descubierto lo positivo que resulta.

También he tenido sueños muy desagradables. En el terreno de lo onírico y personal, si hay alguien en la sala capacitado, que me explique por favor por qué a menudo sueño con casas encantadas, en ruinas o llenas de basura. Y muy recurrentemente, muchísimo, he soñado con estar un domingo en un local de una iglesia y ver cómo el culto se va desmoronando, como si se disolviera y fuéramos incapaces de aprehenderlo entre las manos. En esos sueños los imprevistos lo acaban deteniendo todo, y nadie se acuerda de rendir homenaje y alabanza a Dios, ocupados de solventar los millones de detalles pendientes para que todo quede “perfecto”, sin ser conscientes de que ya estamos todos allí con el ánimo de alabar y no hace falta mucho más.

Hoy es sábado y me he despertado al alba tras un sueño de los desagradables que, a la vez, ha tenido un final inesperado. En mi sueño había alguien que había sido maltratado y menospreciado por unos padres abusivos y controladores, inmaduros emocionalmente y vengativos. Esa persona no podía evitar ver a Dios de la misma manera que veía a sus padres, y estaba convencido de que Dios le estaba castigando de alguna forma pasivo-agresiva y taimada. Me venía y me decía: “¿Ves? Abro mi Biblia pero todo son palabras sin sentido”. Y, verdaderamente, abría su Biblia y parecía que las letras se escurrían entre los márgenes, bailaban y oscilaban incapaces de formar nada coherente. Me explicaba que el esfuerzo por intentar leer algo allí que le sirviera de guía de obediencia le dejaba exhausto. Llevaba encima su fe como una carga insoportable de la que no podía huir por temor al castigo y al infierno.

Sentía como si fuera en mi propia carne la rabia y la injusticia que esta persona tenía dentro de sí. No deja de ser un sueño, y en ocasiones creo que su conciencia se mezclaba con la mía según avanzaba la historia. Pasaban otras cosas mientras tanto, y al final volvíamos a reunirnos, de nuevo, en la terraza de un bar a charlar: el rostro de esa persona había cambiado y ahora parecía brillar. Ya no era ceñudo, sino ligero y relajado. “¿Qué ha ocurrido?”, le preguntaba. Me confesaba que todo había cambiado, no recuerdo bien por qué. Pero sí recuerdo lo que yo le decía: “Sí, yo también tuve que acabar dándome cuenta de que la Biblia no existe para decirnos lo que tenemos que hacer, sino más bien para explicarnos lo que ya nos está sucediendo cuando nos acompaña el Espíritu Santo”.

Es cierto que digo esa frase muy a menudo, porque la siento como cierta. Hoy me acuerdo del Salmo 16:7, donde dice que Dios nos aconseja, incluso, en lo que soñamos. Ese Salmo escrito hace decenas de siglos explica a la perfección la realidad que estoy viviendo hoy. 

El sueño de esta noche me ha dejado pensando en algo al amanecer: quienes ven en Dios a alguien vengativo es porque están atrapados en su propia vengatividad; quienes le ven como alguien exclusivamente iracundo que debe “saciar” su ira, son incapaces de controlar la suya propia; quienes atacan a los que creen que el amor de Dios está por encima de todo, probablemente no entiendan la dinámica del amor y de las relaciones en sus vidas cotidianas. Quienes sienten que deben hacer un esfuerzo intelectual enorme por acercarse a la Biblia, no están dejando que el Espíritu les acompañe en esa tarea. Como la persona de mi sueño, sus Biblias son oscuras y sus palabras son inaprensibles; las entienden como una carga para sí mismos, y proyectan esa carga sobre los demás. 

En realidad, no podemos controlarlo todo de nuestra relación con Dios, como ocurre en toda relación entre dos personas; lo que sí podemos hacer es permitirle al Señor para que nos enseñe a leer la Biblia a través de nuestra relación con él. En un proceso en dos direcciones: le conocimos, en primer lugar, a través de la Biblia; después, él mismo utiliza las palabras vivas de las decenas de experiencias relatadas en la Biblia para alimentar nuestra relación diaria con él.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - Viajes nocturnos