La lucha por la concordia en los protestantes españoles del XVI

Antonio del Corro refleja el talante de la Reforma española donde la mayoría de sus seguidores defienden hasta con su vida la libertad de pensamiento.

27 DE JUNIO DE 2018 · 08:48

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La lucha por la concordia en los protestantes españoles del XVI

Creo oportuno hacer un reconocimiento y expresar mi gratitud a los abundantes profesores e investigadores que en estos últimos años han buscado espacios de indagación en nuestros protestantes españoles del S. XVI, bien con tesis doctorales o con estudios pormenorizados de las figuras más relevantes. Es cierto que la mayoría de los trabajos están relacionados con los protestantes españoles más reconocidos y no se han ensayado nuevos caminos en otros personajes con menos bagaje teológico o escriturario, pero más humanístico. Me refiero a olvidados protestantes como Pedro Núñez Vela, Juan de Jarava, Juan de Luna, Sebastián Fox, Felipe de la Torre, Pedro Galés, Pedro Juan Núñez, Jaime Salgado y otros reformadores desconocidos como Juan Vital, protestante español que es citado por Bonnant en “Notes sur quelques ouvrages en la langue espagnole imprimés a Genève par Jean Crepin” como uno de los últimos descubrimientos de protestantes exiliados en Ginebra que ejercían una labor de difusión evangelística.

Sirvan como ejemplo de los protestantes más estudiados los hermanos Valdés o Miguel Servet, traducidos y analizados por el profesor Ángel Alcalá y el profesor José C. Nieto, así como Antonio del Corro, Casiodoro Reina y Cipriano Valera estudiados por Paul J. Hauben y Gordon Kinder, últimamente explorados en la tesis doctoral de Constantino Bada Prendes. Otros como Francisco de Enzinas por parte del profesor Ignacio García Pinilla o Francisco Socas. Sin embargo, insisto, hay una larga lista de protestantes españoles del siglo XVI esperando ser sacados del injusto olvido. Afortunadamente la llamada Segunda Reforma en España ha tenido al profesor Juan Bautista Vilar entre los pioneros roturando y marcando surcos de investigación muy reconocidos y elogiados.

Antonio Rivera García, profesor de Filosofía política de la Universidad de Murcia es uno de estos investigadores con autoridad para el tema que nos ocupa de la concordia y la libertad religiosa. Se lamenta Antonio Rivera de que “casi todos los protestantes españoles de la primera época, o bien han caído en el olvido o bien solo se conocen por la lectura de la Historia de los heterodoxos, salida de la pluma de ese gran reaccionario católico que fue Menéndez Pelayo. Aquellos primeros reformadores los Valera, Corro, Reina, Pineda etc., fueron, sin embargo, los creadores de tratados y epístolas que tuvieron una honda repercusión en Europa, como prueba el hecho de que algunas de estas obras fueran traducidas enseguida a varios idiomas”. Rivera pretende demostrar que Antonio del Corro fue un firme defensor de la libertad religiosa que estaba envuelta en un espíritu humanista de concordia. Esta forma amorosa de concebir el cristianismo - Rivera lo llama “actitud irenista”- en aquellos días de revoluciones y reformas, le acarreó un trabajo añadido: el de exhortador a la concordia y a la amistad entre todos los reformados y reformadores, además de la fraternidad debida. Otro de los profesores que más aporta al conocimiento de la biografía y obra de Corro es Francisco Ruiz de Pablos, siendo muy difundida su tesis sobre “Un protestante sevillano, fuente esencial de "Hamlet". Muy especialmente, debemos reconocer las traducciones al castellano sobre la obra de nuestros protestantes, realizadas por este erudito profesor Ruiz de Pablos que han merecido reconocidos homenajes, aunque siempre estaremos en deuda con su esmerado trabajo. Los profesores José Luis Villacañas Berlanga y Doris Moreno tienen trabajos sobre la tolerancia en las mejores revistas.

El reformador español Antonio del Corro refleja el talante de la Reforma española donde la mayoría de sus seguidores defienden hasta con su vida la libertad de pensamiento y poder expresarlo sin tener que pasar por la hoguera como Miguel Servet. Muchos de nuestros protestantes serían acusados de judaizantes, servetistas o antitrinitarios por los mismos correligionarios europeos, ya que imponían modelos religiosos consensuados como prueba de ortodoxia. Decía Corro sobre este asunto: “Hay otros que hacen sus confesiones de fe, catecismos, comentarios y tradiciones cono si fueran un quinto Evangelio y quieren autorizar sus interpretaciones particulares de manera que las ponen al nivel de los artículos de fe y se atreven a llamar heréticos a todos los que no siguen exactamente sus imaginaciones: las cuales, aunque fueran buenas y llenas de edificación, son hechas por hombres y por consiguiente, indignas de ser comparadas con la palabra de Dios”.

Según Gordon Kinder, de los muchos protestantes que fueron al exilio al mismo tiempo algunos tuvieron vidas más agitadas y controvertidas, particularmente Antonio del Corro y Casiodoro de Reina, sin embargo, será Valera el que aparece señalado en el índice inquisitorial como el “hereje español” sin duda porque publicó desde Inglaterra gran número de panfletos y de libros ferozmente antipapales. Antonio del Corro más que un hereje, en el sentido tradicional del vocablo, fue un librepensador de matiz religioso y un ardiente defensor de la tolerancia en el ámbito de la fe, tolerancia que solicitaba incluso para los católicos. El profesor Emilio Monjo se refiere a Antonio del Corro como “un personaje que refleja el talante de la Reforma española en cuanto a su libertad de pensamiento y palabra: una iglesia que había nacido libre por la acción de la Escritura, y que se mantuvo libre con la Escritura también en su exilio europeo.”

En otro artículo mío sobre Antonio del Corro había apuntado a que este no se había adherido definitivamente a ningún credo hasta sus últimos años. Dicho de esta manera, parecería que Corro no militó ni se identificó con ninguna iglesia reformada, cuando en varias ocasiones hace no solo apología de la tolerancia, sino que hace confesión de su fe calvinista. Sin embargo -expone Rivera- “Corro formaba parte de esa docena de monjes jerónimos del monasterio de San Isidro de Sevilla que huyeron de España en 1557, tras convertirse al calvinismo. Al parecer, los frailes habían realizado una síntesis entre la postura católica evangélica, erasmista, de Juan de Valdés y Constantino Ponce y la más protestante de Juan Pérez. A finales del año 1557 encontramos ya a Corro en Ginebra, donde se reúne con Calvino. Tras realizar estudios, durante los años 1558 y 1559, en la calvinista Academia de Lausana, Calvino le concede una recomendación para la corte de Albret en Navarra, donde dará clases al futuro rey de Francia, Enrique IV, y contará con las simpatías de la reina Juana.

Según Hauben, Corro confiaba en establecer aquí una Iglesia calvinista española, y parece ser que hasta Calvino llegó a pensar en las tierras de Albret como residencia para los herejes españoles huidos de su patria. En 1560, con una nueva recomendación del reformador de Ginebra, Antonio del Corro marcha a Burdeos, y allí entra en contacto con familias de marranos, en las cuales encontrará, como sucederá en otros destinos, un firme apoyo. En 1562 Corro es ministro calvinista de Toulouse, pero tendrá que huir de esta ciudad como consecuencia de la entrada del católico Monluc. Vuelve en 1563 a Albret. Por esta época, los españoles que estaban en Ginebra defienden a Corro de la grave acusación de “servetismo”, acusación que se desestima después de censurar la incompetencia teológica del acusador.

El 24 de diciembre de 1563 dirige a Casiodoro de Reina la célebre Carta Teobonesa, valioso documento de la Reforma española, donde podemos ver los intereses intelectuales y teológicos de aquellos expatriados. En ella, Corro, aparte de referirse al proyecto de traducir la Biblia al castellano, solicita a Reina que le proporcione libros de Gaspar Schwenkfeld y Valentin Krautwald, y manifiesta su familiaridad con Osiander, todos ellos herejes procedentes del luteranismo. Aunque Servet no es mencionado en la carta teobonesa, más tarde, ya en la etapa inglesa en la que Corro se aleja del calvinismo y se acerca poco a poco al anglicanismo, Beza verá en ella rasgos de servetismo. Corro también pide a Reina en la citada carta que le hable de Justus Velsius y de Giacomo Concio (Acontius). Asimismo, hace referencia a la obra de Johan Brenz, creador de la teología ubiquitaria, tan denostada por Calvino. La carta teobonesa llegará a Inglaterra dos meses después de que Casiodoro Reina abandone la isla. Pero la Iglesia francesa de Londres guardará la carta, y la utilizará, años más tarde, para acusarle de heterodoxia”. 

Varios fueron los protectores de Corro y todos de gran importancia. En la Corte de Navarra contó con el apoyo de la reina Juana de Albret, siendo profesor de su hijo, el futuro rey de Francia, Enrique IV. Más tarde Renata de Ferrara en Montargis le tomaría a su servicio como predicador y ya en Inglaterra sería protegido por varios dignatarios de la Corte de Isabel I como William Cecil y el conde de Leicester. Antes de huir a Inglaterra Corro viaja a Amberes, entablando amistad con la comunidad de marranos españoles calvinistas. Allí escribe en francés dos tratados que para el profesor Rivera García son dos obras maestras de la literatura protestante del siglo XVI hoy prácticamente olvidadas, cuya motivación sería la búsqueda de la concordia entre las acaloradas discrepancias entre luteranos y calvinistas sobre la Santa Cena. Este tratado sería la “Carta a los pastores luteranos de la iglesia flamenca de Amberes” (2-1-1567). El otro tratado de (15-3-1567) sería la “Carta a Felipe II” que trata sobre las diferencias entre católicos y protestantes. En la última fase de su vida, en Inglaterra, editará la obra de Alfonso  Valdés “El diálogo de Lactancio y un arcediano” o Diálogo de las cosas acaecidas en Roma, sobre el saqueo de Roma alguno y sólo en sus últimos años pareció acercarse a la Iglesia anglicana en cuyo seno murió. Su muerte acaeció en Londres en 1591.

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